Se cumplen ochocientos años de cuando San Francisco quiso «ver con los ojos del cuerpo» el misterio de la Encarnación, dando vida al que fue el primer belén de la historia. Lo cuenta Luisella Scrosati en el número de noviembre de Il Timone:
Cuando Greccio se convirtió en Belén
En 2023 inicia la serie de los «octocentenarios franciscanos»: el 29 de noviembre de hace ochocientos años el papa Honorio III (1150-1227) aprobaba la Regola con la bula Solet annuere. El 25 de diciembre se cumple el aniversario (1223-2023) del belén de Greccio, que San Francisco realizó cuando se detuvo en este pueblo de la región de Rieti, probablemente cuando volvía de Roma. El 17 de septiembre de 2024 le tocará, en cambio, al 800º aniversario de la aparición de los estigmas en el monte Alvernia y, por último, en 2025, se conmemorará la redacción del Cántico de las criaturas, si bien entre los expertos no hay unanimidad sobre la fecha de esta composición, que se sitúa entre 1224 y 1226.
Revivir los acontecimientos de la Encarnación
El acontecimiento de Greccio ha tenido una gran incidencia en la piedad popular y la cultura cristiana. Sin embargo, san Francisco no quería en absoluto dejar ningún signo externo, sino interno y en las almas. La cercanía de la Natividad del Señor había encendido en él el deseo de poder revivir de alguna manera los acontecimientos de la Encarnación. Tomás de Celano subraya que Francisco «en asidua meditación recordaba sus palabras [del Señor] y con agudísima consideración repasaba sus obras. Tenía tan presente en su memoria la humildad de la encarnación y la caridad de la pasión, que difícilmente quería pensar en otra cosa» (Vida primera, I, 84).
Quiso que lo que tenía ante los ojos de su mente tenerlo ante sus ojos carnales: la carne debía, de alguna manera, ser alcanzada por Aquel que se hizo carne. Greccio tenía, de alguna manera, que convertirse en Belén. ¿Por qué? A pesar de que entre los historiadores el debate continúa, podemos considerar como bastante probable la presencia de Francisco en los lugares de la vida terrenal de Cristo con una probable vuelta a Italia en 1220. ¿Era solo nostalgia de Tierra Santa?
Intentemos comprender la profundidad del sentido del episodio de Greccio a través de los relatos de San Buenaventura, Tomás de Celano y la representación de Giotto.
El belén de Greccio, en uno de los frescos de Giotto (1295-1299) que ilustran diversas escenas de la vida de San Francisco en la basílica mayor de Asís.
Hay que tener en cuenta dos coordenadas históricas, relacionadas entre ellas, a saber: la fuerte influencia albigense en esa época con su particular énfasis negativo sobre la materia y la corporeidad, y las decisiones del Concilio Lateranense IV (1215), que condenaban la herejía cátara y utilizaban por primera vez el término transubstanciación para indicar el cambio sustancial del pan y el vino con la consagración.
«Me gustaría representar al Niño nacido en Belén»
Volvamos a Greccio. El Poverello, unas dos semanas antes de la solemnidad de la Navidad, le pidió a un tal Juan algo singular: «Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno» (Vida primera, I, 84).
El buen Juan no llevó a cabo lo que hoy llamaríamos un «belén viviente», sino que se limitó a predisponer un pesebre lleno de heno, el buey y el asno. La gruta la ofrecía un nicho natural. Atención: pesebre, buey y asno. Nadie que hacía las veces de la Santísima Virgen, San José y el Niño. Los pastores no eran otros que «hombres y mujeres de la comarca, rebosando de gozo, prepararon, según sus posibilidades, cirios y teas para iluminar aquella noche» (Vida primera I, 85). Los frailes sustituían al coro de los ángeles y cantaban «las alabanzas al Señor». Tomás relata un detalle importantísimo, es decir, que se celebró la Eucaristía «ad praesepem [sobre el pesebre]»: Francisco ejerció de diácono y pronunció el sermón.
De Giotto a San Buenaventura
En la representación que hizo Giotto unos setenta años después, en la decimotercera escena del ciclo sobre la vida de San Francisco de la Basílica Superior de Asís, se nota un detalle curioso: en un contexto claramente litúrgico, muy distinto al de Greccio, marcado por un ciborio con altar, un ambón, una cruz e incluso un púlpito, Francisco, en vestimentas de diácono, se inclina para coger entre sus brazos al Niño Jesús; no una estatua, sino al Niño, dado que se le distingue por la típica aureola con la cruz.
Normalmente se considera que Giotto, con este gesto, quiso representar una visión que tuvo esa noche el buen Juan, según el relato presente en la Leyenda mayor de San Buenaventura. Efectivamente, este nos relata que «todo esto lo presenció un caballero virtuoso y amante de la verdad: el señor Juan de Greccio, quien por su amor a Cristo había abandonado la milicia terrena y profesaba al varón de Dios una entrañable amistad. Aseguró este caballero haber visto dormido en el pesebre a un niño extraordinariamente hermoso, al que, estrechando entre sus brazos el bienaventurado padre Francisco, parecía querer despertarlo del sueño» (10, 7). También Tomás de Celano relata este hecho y añade que lo que Juan percibía en la visión sucedía también en la realidad, «puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco» (Vida primera I, 86).
La Eucaristía y la carne en el centro
El pesebre de Greccio revela mucho más de lo que aparece, sobre todo si se presta atención a los detalles del relato y a la maravillosa interpretación que Giotto inmortaliza en las paredes de la Basílica. En Greccio, el centro no es el pesebre, sino la Eucaristía y la carne. Solo están presente el buey y el asno que, con el pesebre, recuerdan el pasaje de Isaías que lamenta la incomprensión del pueblo de Dios. «El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende» (Is 1,3).
¿Qué es lo que no comprende? Que en la Eucaristía el Verbo se hace presente nuevamente con esa materialidad tan despreciada por la predicación albigense. Que el Verbo ha asumido la materia, la ha unido a sí y sigue haciéndolo en la celebración eucarística.
Es en la fe en los sacramentos de la Iglesia, tan despreciados por los albigenses de ayer y de hoy, y en el contacto con la carne de Cristo sacramentalmente presente en la Eucaristía que, parafraseando a Tomás de Celano, el muchacho Jesús resucita en el corazón de muchos que lo habían olvidado.
Traducido por Verbum Caro.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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