27/12/2024

De Villiers: «El wokismo y el islamismo se ayudan mutuamente. El reparto del trabajo es admirable»

Philippe de Villiers, el creador de Puy du Fou (en Francia y en España), hace en su nuevo ensayo, Memoricidio (Fayard), un duro balance del estado de Francia. Pero sus palabras, alimentadas por la cultura francesa y el amor a Francia, no carecen de esperanza en la perpetuidad de su patria. Christophe Geffroy le ha entrevistado al respecto en el número 375 (diciembre de 2024) de La Nef

-¿Qué entiende usted por «memoricidio»y en qué sentido es Francia víctima de él?

-El memoricidio es para una nación lo que el genocidio para un pueblo. Es la ablación de la memoria compartida, cuando toda una nación intenta sobrevivir con una memoria atrofiada, cuando se deja en barbecho la memoria viva del depósito milenario, cuando todo un pueblo sucumbe a la memoria penitencial, cuando se nos invita a practicar -mañana, tarde y noche- la amnesia de nuestra grandeza y la hipermnesia de nuestra cobardía. Peor aún, es cuando toda una nación tiene una memoria invertida, es decir, cuando vivimos al revés lo que vivieron nuestros padres, cuando aceptamos la inversión de hitos, filiaciones, barrios e ideales. 

-¿Cuál es la manifestación actual del «proceso revolucionario» que, según usted, nunca se ha detenido?

-Hemos entrado en un estado social que corresponde a esta inversión. Hemos entrado en un mundo post-histórico. Un mundo de incoherencia, en el que el largo plazo desaparece tras el capricho fugaz de la mercantilización ilimitada. Un mundo en el que intentamos injertar una memoria en otra. Un mundo de trans-memoria. Es la gran desposesión de un pueblo, la expatriación de la memoria. En nombre de los derechos humanos, que se han convertido en los derechos humanos de las arenas de la sociedad líquida, se ha privado a toda una población del bien más preciado de los pueblos antiguos, el derecho a la continuidad histórica, el derecho a buscar en los siglos pasados las melodías que faltan. 

En ‘Memoricidio‘, Philippe de Villiers señala la inauguración de los Juegos Olímpicos de París como la prueba de que «Francia es víctima de una expoliación, de la caducidad de sus recuerdos. El espíritu francés ha sido inmolado».

-El «relato nacional» se inventó como «un santo crisma laico», escribe usted: ¿puede explicárnoslo? ¿Y qué ha sido hoy de este «relato nacional»? ¿Es importante defenderlo?

-La Revolución francesa estuvo acompañada de una pretensión descabellada: inventar un hombre nuevo. Tras la revolución paulina, se intentó una nueva regeneración. La Revolución no creó un nuevo régimen, sino una nueva religión. Pero muy pronto, Francia sintió una carencia: la falta del santo crisma como cemento untuoso, es decir, como fuerza unificadora. La ideología de los derechos humanos ya no bastaba para saciar la sed de recuerdos necesitados, de almas que clamaban y mendigaban. La derrota de Sedán fue la ocasión para que los historiadores republicanos, en su misma postración, buscaran nuevos óleos seculares. El nuevo santo crisma fue el relato nacional, es decir, una narrativa subtitulada. Esta narrativa subtitulada murió en mayo de 1968, con la famosa pintada: «Corre, camarada, el Viejo Mundo ha quedado atrás«. Hoy ya no se trata de defender el Relato nacional, puesto que está muerto, sino de reinventarlo. Ya no se trata de decir a los jóvenes: «Mira Francia, lo poderosa que es», sino: «Mira Francia, lo bella que es». 

-Usted se centra muy seriamente en los problemas demográficos y de inmigración de Francia: ¿no están relacionados? ¿Cómo podemos resolver el problema de la inmigración sin abordar también nuestro declive demográfico?

-Cuando un pueblo opta por subcontratar su reproducción y supervivencia a poblaciones inmigrantes, cuando ya no tiene la fuerza ni la voluntad de reproducirse y reprogramar la vida, eso significa que está aceptando dejar atrás la historia. Y aquí estamos. Las élites globalizadas han organizado una encrucijada: esterilización versus inmigración invasiva. Con un auténtico cambio demográfico, Francia se está convirtiendo en el laboratorio mundial de un paraíso de la diversidad. Pierre Chaunu me susurró una vez al oído: «¿Por qué el niño es la línea de flotación de la esperanza de una sociedad? Porque, cuando no hay suficientes transmisores, la transmisión se pierde a sí misma». Dentro de treinta años, los franceses históricos serán minoría. Y no olvidemos lo que dicen los islamistas: «El parto es la yihad de las mujeres». 

-La política familiar está teniendo un impacto real en la demografía, pero probablemente no el suficiente para que la tasa de reemplazo generacional vuelva a estar a la altura. El problema radica ante todo en las actitudes: ¿qué se puede hacer ante semejante problema?

-Debemos atrevernos a gritar a los cuatro vientos que la sociedad sin familia no es más que disociedad. No hay sociedad sin filiación. Y la filiación depende de la unidad básica, que no es un contrato, sino una institución que protege al niño. El imperativo categórico de la supervivencia es el niño. Y el único medio de proteger un nuevo nacimiento, es decir, un renacimiento, es la familia, en el sentido heterosexual. No podemos seguir viviendo en una sociedad sin padres. Y no podemos seguir pretendiendo que hay diferentes tipos de familia. Y que la elección de familia es un autoservicio. 

-Usted critica duramente nuestra Europa sin fronteras: ¿todavía puede reformarse la Unión Europea y, en caso afirmativo, cómo?

-Lo he dicho antes y lo repito: «El muro de Maastricht va a caer». Nos estamos acercando a ese momento. La Unión Europea es una idea del otro lado del Atlántico. Surgió de Monnet y Schuman, que eran hombres de Washington. Imaginaron una comunidad transatlántica ignorando la política y pasando por la economía. La idea de los padres fundadores es estadounidense. La idea de una comisión no elegida como ejecutivo es típicamente estadounidense. La idea de deshacerse de las naciones de Europa en nombre de una fantaseada soberanía europea es una locura. La idea de una super-nación sin fronteras, o lo que llamamos un «espacio sin fronteras», es una utopía mortal

La Comisión Europea recién formada: los rostros (sobre varios de los cuales pesan denuncias de corrupción) de una oligarquía que ha suplantado las soberanías nacionales y lo reglamenta absolutamente todo contra los intereses de la población («populofobia», lo define De Villiers), en pos de una «utopía mortal» que destruye la cultura europea y las identidades nacionales con ímpetu no menor al que arruina la industria y el sector agropecuario europeos.

-«Ya no estamos en una democracia», escribe usted. ¿Cómo hemos pasado de una democracia a una oligarquía?

-La Asamblea Nacional es un órgano de transposición de directivas y jurisprudencia europeas. Hemos perdido los cuatro instrumentos de la soberanía: la justicia, el derecho, la moneda y la seguridad, es decir, nuestras fronteras. Nos gobierna una turba de comisarios, banqueros centrales y jueces supranacionales. A esto se añade la populofobia de nuestras élites, que han vuelto a ser censitarias. París ya no gobierna. París transpone. 

-Usted dice que siempre ha sido un «paria»: ¿cómo se vive siendo un marginado y qué ha aprendido de ello, para usted y para su lucha política?

-En mi vida he vivido según tres lemas. El primero es de Richelieu: «Hay que llegar a la orilla como los remeros, dándole la espalda». El segundo lema es también de Richelieu: «Los que gobiernan o iluminan el camino con una lámpara de queroseno en la mano deben imitar a las estrellas que, a pesar de los ladridos de los perros, nunca dejan de iluminarles». Y mi tercer lema, que forjé a los dieciocho años: «Una sociedad no se salva por las advertencias, sino por los logros que se cuelgan contra la pendiente«. La vida de un paria es una oblación. Es una ascesis

Puy du Fou muestra la auténtica historia europea, recreada en Francia (arriba) y España (abajo): dos parques temáticos de primer nivel que son parte de la gran obra pública de Philippe Devillers.

-¿Cómo resumiría todos sus años de lucha? ¿No demuestra su lucha metapolítica (el éxito excepcional del Puy du Fou en particular) que la lucha cultural es al menos tan importante, y quizá más, que la lucha política en el sentido electoral?

 -Se necesitan las dos cosas. No se puede tener la una sin la otra. Un buen político es un sembrador. Pero la siembra no sirve de nada si no hay buena tierra. Los combatientes metapolíticos son creadores de suelo. Todo está en Diálogo de Carmelitas, cuando la joven hermana Blanche de La Force desafía a la Madre Superiora: «Pero, Madre, somos nosotras las que mantenemos la Regla». «No, hija mía, es la Regla la que nos mantiene». La misión de la política es proteger la buena tierra. Y la misión de la cultura es detectar y alimentar a los buenos sembradores. Hoy carecemos de ambas. Mi libro es una llamada a la nueva generación, una llamada a los nuevos cultivadores y a los nuevos sembradores

-Una última palabra: ¿cómo ve el futuro de Francia entre el wokismo y el islamismo?

-El wokismo y el islamismo se ayudan mutuamente. El reparto del trabajo es admirable. El wokismo desciviliza y el islamismo reciviliza. El wokismo descoloniza y el islamismo recoloniza. El wokismo desculturiza para que el islamismo pueda a su vez aculturizarse. Todo esto sólo durará un tiempo. Como en Irán con los mulás, Islamistán acabará con Wokistán cuando llegue el momento. Pero todo es cuestión de demografía. Pronto habrá familias que tendrán hijos unos al lado de otros, bajo la influencia de una urgencia espiritual. Quizá entonces redescubran Francia y sientan la tentación de buscarla allí donde aún existe, en los escasos focos culturales y espirituales de la memoria viva del depósito milenario.

Traducción de Verbum Caro.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»