20/01/2025

Déjate renovar de una vez

Ayer eran las seis tinajas de piedra, dispuestas para el agua de las purificaciones rituales, el signo que representaba a la ley antigua, a lo que ya ha pasado y ha quedado atrás. Hoy son los odres viejos, incapaces de acoger un vino nuevo, sin reventar y echaelo a perder. También es pasado y hay que dejar atrás el paño viejo que no se puede remendar con algo nuevo. Todas estas imágenes nos hablan de la novedad que Cristo ha traído a la historia y de la necesaria renovación que trae a nuestra vida personal.

En estas primeras semanas del tiempo ordinario y como un eco de la Epifanía (manifestación) del Señor, se nos presenta a Jesús como el esposo que trae el vino nuevo, sobreabundante y mejor, sin comparación alguna posible; como el novio que, en la boda, con su presencia y amor, llena de alegría y de sentido el corazón de sus amigos, invitados a la fiesta. Este vino nuevo es una imagen del Espíritu que “el Resucitado” derramará en Pentecostés en los corazones de sus apóstoles, hasta el punto de que quienes los oían y los contemplaban llenos de estupor, pensaban que estaban ebrios. Se trata de salir de la antigua alianza y entrar, por fin y de lleno, en la nueva.

Todo es nuevo en la Iglesia, porque el Espíritu con su presencia, siempre viva y vivificante lo renueva todo. Y eso sucede de una manera especial en la celebración litúrgica, especialmente la eucaristía, verdadero banquete de las bodas del cordero con su esposa, la Iglesia, el banquete al que invita el rey con ocasión de su entrega total, radical y definitiva la que hace de sí mismo a su pueblo amado.

Y en esto consiste también el sacerdocio nuevo, el nuevo culto a Dios que Cristo, su Hijo, ha inaugurado con la ofrenda libre de su vida. En la primera lectura de hoy se nos habla de cómo ha sido Cristo elevado por su Padre a la dignidad del sumo sacerdocio, y lo ha hecho de esta manera, resucitando y glorificando a Cristo que antes había llevado su obediencia hasta el extremo, hasta la muerte de cruz. Jesús aprendió a ser hijo, aprendió sufriendo a obedecer. Ahora el Padre le ha dado el poder de llevar a plenitud a todos sus amigos, aquellos que hacen lo que él les manda, a los que libremente y por amor le obedecen y como dice María, nuestra madre “hacen lo que Él les diga”.