El alma de nuestra Patria, en lenta agonía se acerca al ocaso. La Impiedad se apoderó de nuestra Patria, destruyendo la familia. El divorcio legaliza la impiedad y en cadena va cayendo casa sobre casa y así sobre todos nuestros pueblos; el amor «libre» ha venido a destruir la institución de la familia. Lo que nos rodea es un campo de ruinas y desolación. El aborto es el arma con que los impíos secan la fuente de la vida, de la esperanza y de un mañana, y a quién alcanzan a nacer tratan de mancillar su inocencia con la pornografía y la ideología de género. Con mezquino egoísmo se esteriliza toda paternidad, los hogares, no son hogares, son un estéril erial invadido de bestias grandes y pequeñas. ¡Pobres ancianos! Apartamos su venerable presencia de nuestra existencia y los olvidamos sin piedad junto con sus tesoros de historia y experiencia, y una vez eutanasiados, cremamos sus restos porque no tenemos piedad ni con los muertos.
Es impiedad la pornografía al alcance de todos, desde niños. La «laicidad» en la escuelas ha arrebatado a Dios de los corazones de la niñez y la juventud. Es la misma impiedad quien inspira las artes. Y los medios de comunicación (diarios, internet, t.v., cines, etc.) son, en gran medida, una cloaca de perversión. El espíritu de este mundo moderno, con su crueldad impía borra del ayer el apoyo al mañana, y así denigra las tradiciones que le permiten a los católicos ser la sal de este mundo.
Es tiempo ya de reaccionar y defender nuestros valores y nuestra fe, antes que terminemos siendo pisoteados o acabemos pensando como hoy vive esta sociedad apóstata.
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