Leo Patalinghug es un sacerdote singular. De origen filipino y criado en Baltimore (Estados Unidos), tras dedicarse con éxito al break dance y al taekwondo (es cinturón negro y ganó algún campeonato), iba a dedicarse al periodismo o a las leyes cuando sintió la llamada de Dios. Fue ordenado en 1999 y cuando le enviaron a completar los estudios en Roma descubrió la pasión por la cocina.
Empezó haciendo algún plato para los fieles que le invitaban a comer, y acabó ganando un concurso de cocina en 2009, escribiendo libros de recetas para la vida familiar y matrimonial y siendo invitado a numerosos programas de televisión, hasta tener el suyo propio en EWTN (Savouring our Faith), además de un portal (Plating Grace), un canal de Youtube (The Father Leo Show) y un food truck con el que recorre las zonas desfavorecidas de su ciudad utilizando sus habilidades culinarias para ayudar y evangelizar.
Y ahora, además, un restaurante. Lo ha abierto en Baltimore bajo el nombre Gastro Social y con una intención: auxiliar a personas con problemas de exclusión social, para que puedan encontrar una formación y un empleo permanente y salir del círculo de la pobreza y/o la delincuencia.
El padre Leo explica su proyecto de restaurante en EWTN (hasta el minuto 6:10).
Según explicó en EWTN, «la comida es un gran regalo, y por eso Jesús se mostró alimentando a la gente». Así que él intenta unir dos mundos, el de los clientes, a quienes satisfacer con el menú, y el de los trabajadores, a quienes selecciona entre personas que necesitan una segunda oportunidad en la vida.
«El padre Leo es divertido… ¡a veces!», bromea Emmanuel, uno de los cocineros, aludiendo al carácter hiperactivo y enérgico -imprescindible entre fogones- del sacerdote. Este joven ayudante, de 22 años, se crio en un barrio peligroso y reconoce que fue «problemático» y se metió en drogas hasta adquirir la convicción de que acabaría muerto o en la cárcel.
El padre Leo recorre con su camión-cocina, atendido por antiguos reclusos, las calles donde se acumulan las personas sin techo, y ahora quiere ampliar las oportunidades que les ofrece con un puesto de trabajo. Es consciente de que la situación social no mejora, e incluso empeora, y de que él se limita «a poner una tirita en la herida», pero su esperanza va más allá: «Si solo uno de nuestros trabajadores puede llegar al fondo de su herida y sanarla, eso puede cambiar su vida».
¿Y cuáles son esas heridas? Son muy diferentes, pero «en última instancia todas se reducen a la experiencia de no ser amado«.
En las mesas de su restaurante se trata ahora de «congregar a personas [trabajadores y clientes] de todas las procedencias, para festejar en torno a la comida: nuestra misión es aprovechar el potencial de la comida para hacer el bien«.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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