Hemeroteca Laus DEo02/03/2021 @ 19:00
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Los Ángeles de la Guarda son nuestros consejeros, inspirándonos santos deseos y buenos propósitos. Evidentemente, lo hacen en el interior de nuestras almas, si bien que, como vimos, hayan existido almas santas que merecieron de ellos recibir visiblemente celestiales consejos.
Cuando Santa Juana De Arco, aún niña, guardaba su rebaño, oyó una voz que la llamaba: «Jeanne! Jeanne!» ¿Quien podría ser, en aquél lugar tan yermo? Ella se vio entonces envuelta en una luz brillantísima, en el medio de la cual estaba un Ángel de trazos nobles y apacibles, rodeado de otros seres angélicos que miraban a la niña con complacencia. «Jeanne«, le dice el Ángel, «sé buena y piadosa, ama a Dios y visita frecuentemente sus santuarios«. Y desapareció. Juana, inflamada de amor de Dios, hizo entonces el voto de virginidad perpetua. El Ángel se le apareció otras veces para aconsejarla, y cuando la dejaba, ella quedaba tan triste que lloraba.
El desvelo de nuestro Ángel de la Guarda para con nosotros está bien expresado por el Profeta David en el Salmo 90: «El mal no vendrá sobre ti, y el flagelo no se aproximará a tu tienda. Porque mandó Dios a sus Ángeles en tu favor, para que te guarden en todos tus caminos. Ellos te elevarán en sus manos, para que tu pié no tropiece con alguna piedra» (Sal 90, 10-12).
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