INTRODUCCIÓN
El emocionalismo, entendido como la exaltación desordenada de la experiencia subjetiva en la vida religiosa, tiene raíces profundas en la ruptura doctrinal de Lutero y se consolida con las filosofías modernas que inspiran el modernismo teológico. Este fenómeno no solo corrompe la fe, sino que también desintegra el orden social y político fundado en principios cristianos. Este artículo analiza el impacto destructivo del emocionalismo en el ámbito espiritual, doctrinal y político, y propone una restauración basada en la Tradición católica.
EL EMOCIONALISMO LUTERANO Y SU SUBJETIVISMO RELIGIOSO
La ruptura protestante de Lutero marcó una disociación radical entre la fe y la razón. Al proclamar la sola fide y la sola scriptura, Lutero redujo la fe a un acto subjetivo de confianza personal, desligado de las buenas obras, la mediación sacramental y la autoridad de la Iglesia.
El rechazo de la objetividad de la fe y la sustitución de la autoridad eclesial por la interpretación privada de las Escrituras generaron un subjetivismo religioso que ha fragmentado la unidad doctrinal y social de la Cristiandad. En este modelo, la salvación se basa únicamente en un “sentimiento de confianza” y no en la adhesión a las verdades reveladas y vividas en la Iglesia.
En el ámbito político, la ruptura luterana dio lugar a la subordinación de la religión al poder temporal, fomentando el surgimiento del Estado moderno y la progresiva secularización de la sociedad. Este proceso despojó al orden político de su fundamento divino y condujo a la proliferación de ideologías basadas en la autonomía humana.
EL MODERNISMO COMO HEREDERO DEL EMOCIONALISMO LUTERANO
El modernismo, definido como la tendencia a reinterpretar la fe conforme a los principios filosóficos modernos, es una prolongación del subjetivismo religioso iniciado por Lutero. Al igual que el protestantismo, el modernismo convierte la fe en una experiencia personal desligada de la verdad objetiva, abriendo las puertas al relativismo.
Las principales características del modernismo incluyen la exaltación de la experiencia religiosa individual como criterio de verdad, la negación de la inmutabilidad de los dogmas, y la subordinación de la Revelación divina a la conciencia humana. Según esta perspectiva, el dogma ya no es expresión de una verdad eterna, sino una construcción simbólica que evoluciona según las necesidades del hombre.
Estas ideas han debilitado la autoridad de la Iglesia y han introducido una profunda confusión doctrinal. La fe objetiva y sobrenatural es reemplazada por un sentimentalismo antropocéntrico que busca agradar al hombre más que glorificar a Dios.
LAS CONSECUENCIAS POLÍTICAS DEL EMOCIONALISMO Y EL MODERNISMO
El emocionalismo y el modernismo no solo afectan la fe, sino también el orden social y político. El subjetivismo religioso trasciende al ámbito jurídico y político, promoviendo la disolución de un sistema basado en la ley natural y divina.
En el plano jurídico, estas corrientes fomentan un relativismo legislativo donde las leyes se rigen por la voluntad cambiante de las mayorías, en lugar de buscar el bien común conforme a principios universales. Esto ha contribuido a la destrucción de los vínculos comunitarios naturales como la familia, las parroquias y las naciones.
El antropocentrismo inherente al modernismo niega la soberanía de Dios en el ámbito político y favorece la instauración de un orden secular centrado en el hombre. Este proceso de secularización ha despojado a la sociedad de su dimensión trascendente, conduciendo al predominio del materialismo y el utilitarismo.
PROPUESTA DE RESTAURACIÓN BASADA EN LA TRADICIÓN
Para contrarrestar el impacto destructivo del emocionalismo luterano-modernista, es necesario un retorno a los principios inmutables de la Tradición católica.
Primero, es fundamental restaurar la unidad espiritual y doctrinal de la Iglesia, reafirmando la autoridad del Magisterio y la fidelidad a la enseñanza tradicional. La fe católica no puede ser adaptada a las tendencias del mundo moderno, sino que debe ser vivida y defendida en su integridad.
Segundo, el orden político y jurídico debe volver a fundarse en el derecho natural y divino, reconociendo que toda autoridad legítima proviene de Dios. Las leyes deben estar orientadas al bien común y conformes a la verdad objetiva.
Finalmente, la reconstrucción de la Cristiandad exige un esfuerzo común para restaurar un orden social donde Cristo sea reconocido como Rey. Este ideal no es una utopía, sino la base sobre la cual se edificó la verdadera civilización cristiana.
CONCLUSIÓN
El emocionalismo luterano-modernista ha causado estragos tanto en la Iglesia como en la sociedad. Su exaltación de la subjetividad destruye la fe objetiva y desintegra el orden político basado en principios cristianos. La solución a esta crisis no está en adaptarse al espíritu del mundo, sino en regresar a las fuentes de la Tradición.
Solo un retorno al derecho natural, a la doctrina perenne y a la soberanía de Cristo puede restaurar el orden destruido por el subjetivismo y el relativismo. La verdadera reforma es aquella que, en palabras de los santos, busca “instaurar todas las cosas en Cristo”.
OMO
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BIBLIOGRAFÍA
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