(Escrito sobre el Purgatorio y las Benditas Ánimas del Purgatorio).
Todos nosotros sabemos con certeza que estamos vivos, nuestro latir y la respiración nos lo confirman. Nadie ignora -aunque muchos olvidan- que un día, aciago o bienaventurado, habremos de morir y enfrentarnos al inexorable Juicio de Dios. Pocos saben o recuerdan que en tal Juicio se decidirá si la síntesis de nuestra vida fue un continuo amar a Dios y al prójimo y por lo tanto mereceremos el cielo, o si hicimos de nosotros o del mundo nuestro dios y entonces nos ganamos el rechazo de Quien fue primero rechazado por nosotros: Dios, cuya ausencia total sólo es el Infierno mismo.
Y desgraciadamente sólo una ínfima parte de los católicos recuerda que, si bien las personas podemos haber sido medianamente buenas durante la vida, en el momento final de ver a Dios cara a cara, haber sido moderadamente bueno es habernos quedado como un atleta que entrenó para la Gran Carrera arduamente pero no quiso competir en ella: no merece el premio por no haber querido competir, o porque sus anhelos no se tornaron en acción. Mas Dios en su infinita misericordia ha concedido y concede aún una oportunidad de enmendar tal falta. A aquellos que no llegaron a amarle perfectamente, que no se gastaron la vida en el servicio al prójimo y no se quemaron como incienso en el altar del sacrificio de sí mismos, los conduce luego de la muerte al Purgatorio.
En el Purgatorio, como del nombre deducimos, las almas se purgan, no se castigan. Purgar significa «limpiar, purificar algo, quitándole lo innecesario, inconveniente o superfluo». En el purgatorio pues, se le purifican al alma los afectos desordenados que tenía al mundo o a la carne, se expían los pecados ya perdonados pero no reparados y se le ejercita en las virtudes en la que en vida flaqueó.
Pero así como el oro no llegará a su máximo grado de pureza si no está al rojo vivo, así el alma que no aprovechó los sufrimientos durante su vida para purificarse, ha de ser encendida en un fuego intensísimo para que hasta la más mínima inclinación desordenada y el más inconsciente pecado venial se evapore.
No se entienda esto mal, imaginándose el lector que Dios es tan exagerademente exigente e inmisericorde que condena a almas inocentes a un castigo injusto; todo lo contrario. Es parte de la Justicia que las deudas sin pagar se paguen y las ofensas se reparen. Pero la Bondad de Dios permite que un alma con pecado -venial- sea salva. ¡Ah cuánta misericordia Señor!, porque a Dios el más pequeño pecado le infringe una ofensa infinita que debiera ser castigada, pero deja a las almas que no han cometido pecado mortal que experimenten pena por un tiempo y luego vayan a gozar eternamente del Cielo.
Y también es que, la misma alma que fue imperfecta, cuando durante su juicio particular ve a Dios que es la belleza misma, el amor más ardiente, la ternura más embargante y en fin, la suma de todo lo que ha buscado, y luego se ve a ella misma llena de pequeñas manchas de pecados veniales y afectos a cosas de la tierra, no puede ni soportar la idea de llegar impura a Dios, ni la justicia Divina puede permitir que algo manchado llegue al Reino Celestial. Así que se encamina al Fuego del Purgatorio a limpiarse.
El fuego que allí hay es horrendísimo. Tanto, que San Cirilo de Alejandría dice que “sería preferible sufrir todos los tormentos en la tierra hasta el día final, que pasar un sólo día en el Purgatorio”
Estas Almas están encerradas en esa prisión de fuego hasta que todas sus faltas se borren, así que cada persona pasará un tiempo proporcionado a lo que debe expiar.
Mas, como somos tan débiles, y más aún en estos tiempos modernos en que el pecado es bien visto y hasta recompensado, podemos llegar a cometer una infinidad de pecados veniales en nuestra vida. Y si por un solo pecado se condenaron los ángeles; si por un sólo pecado mortal se va un alma al Infierno, ¿cuánto no habremos de expiar si nosotros mismos hemos cometido cientos de pecados mortales, perdonados en el Sacramento de la Confesión, sí, pero que hemos reparado tan poco?
Las pobres almas que allí están sufren muchísimo y por un tiempo definido, pero este tiempo, ¡oh gran misericordia de Dios! puede ser acortado. ¿Por quién y cómo? Por nosotros, los que aún estamos con vida.
Como el tiempo de hacer acciones por amor a Dios y ganar por ellas mérito para el Cielo es cuando aún late nuestro corazón y respiran nuestros pulmones, las almas del purgatorio no pueden ya hacer nada por sí mismas. Han de estar allí hasta que cuando estén blancas como la nieve, salgan; pero como nosotros seguimos vivos, y podemos hacer acciones meritorias, podemos aplicarlas por ellos.
Asistir al Santo Sacrificio de la Misa ofreciéndola por las benditas Ánimas es el más grande y excelso refrigerio y sufragio para sus penas. Además de calmar un poco el ardor de las llamas que las rodean, al aplicar los infinitos méritos de la misa por ellas se borran faltas de esas Almas y por lo tanto, pueden salir más pronto por tener menos deudas que pagar.
El Sacratísimo Rosario es un arma poderosísima en la tierra, y aplicando sus dulces bendiciones por las Ánimas, es una magnífica reparación por lo que algunas almas hayan dejado de rezar en su vida.
Los actos de la vida diaria, hechos con amor, reparan las faltas de entrega al prójimo que ellas hayan tenido.
Entonces, si nosotros tan fácilmente podemos ayudar a acortar el tiempo de la purga, sería una grandísima falta no hacerlo si de ello somos conscientes. Porque si el Señor, el día del Juicio Final, juzgará a aquellos que hayan ayudado al prójimo dándole -o negándole- un pequeño vaso de agua -agua para calmar una sed del cuerpo, que es soportable-, cuánto más no será duro en su juicio si pudimos haber ayudado a un alma a salir de un Fuego Ardentísimo y calmar una sed inmensa y no lo quisimos hacer.
Es más grave aún la omisión si son nuestros mismos parientes los que sufren y no les ayudamos con nuestras pequeñas oraciones y sacrificios.
Pero si hemos visto la necesidad de ayudar a los que ya están Purgando, ¿no es razonable tomar ejemplo de su situación y tratar por todos los medios de evitarla?
Tenemos los católicos la fantástica ventaja de que nuestras acciones son como un arma de doble filo: cuando hacemos sacrificios y oraciones por las Almas, al mismo tiempo estamos haciendo un acto de amor al ofrecerlo por ellas; y como nuestro Señor evalúa a las almas en la medida en que le amaron y amaron a los demás, estamos obteniendo un doble beneficio al santificarnos y evitar nuestro purgatorio, mientras evitamos y purgamos el Purgatorio de otros.
“Seremos juzgados en el amor”, dice San Juan de la Cruz, y “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”, dijo Nuestro Señor. En dedicar nuestra vida a amar a Dios y amar al prójimo encontraremos nuestra dicha terrenal, porque así ha configurado Dios nuestra alma, y hallaremos al final la eterna por haber competido y salido vencedores contra el Mundo, el Demonio y la Carne.
Invoquemos a Nuestra Santísima e Inmaculada Madre para que ayude a las Benditas Almas que sufren, que ella, que es la Reina del Purgatorio y Madre de las Almas a la vez, tiene compasión de sus sufrimientos y consuela con su bendita presencia a las ánimas.
Y por eso mismo si rogamos a María por las almas, ella se regocijará de que sus pequeños hijos de la Iglesia militante estén ayudado a la purgante, e intercederá por Nosotros ante Dios pidéndole que nos haga cada vez más santos, y nos cuidará de que no caigamos en el mismo Purgatorio del que ayudamos a sacar almas por Sus Puras Manos.
El fuego purifica al oro, no lo castiga. El fuego quema, produce dolor y por eso todos evitamos que toque nuestro cuerpo material. Pero si queremos tener un alma firme, acrisolada y templada, hemos de sufrir el ardor del fuego.
Sí, sólo se llega al Cielo cargando con amor nuestra cruz de cada día. Buscando la santidad y ofreciendo jaculatorias, indulgencias y buenas obras así como aceptando y ofreciendo los sufrimientos que nos depara la vida para expiar la pena debida por los pecados ya perdonados en el confesionario, es factible llegar a evitar el purgatorio. Mas si no nos convence saber que hemos de sufrir aquí en la tierra por amor, para parecernos a Cristo y ser más perfectos, habremos de pasar por el Fuego del purgatorio, porque el que no quiso sufrir en la tierra sufrirá en la eternidad. No he de agregar más.
¿Sufrimos entonces, por Cristo, por Su Iglesia, y lo ofreceremos todo a Él?
Santa María, Reina del Purgatorio, rogad por Nosotros y por la Iglesia.
María Teresita
Ad Maiorem Dei Gloriam
PUBLICADO ANTES EN CATOLICIDAD
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