Este domingo, los feligreses de la catedral de la Asunción de la Santísima Virgen de Odesa (Ucrania), se encontraban celebrando la fiesta del Corpus Christi y contemplaban al obispo Stanislav Shirokoradyuk cuando se disponía a impartir la bendición con el Santísimo. En ese momento, resonaba el impacto cercano de un misil causando un fuerte estruendo que lograron capturar las cámaras y que, sin embargo, no pudo impedir que el obispo culminase sin inmutarse la bendición.
Más allá de algunos comentarios y reacciones mencionadas por Katolik Life, el conjunto de los fieles respondió con la misma indiferencia que su obispo, esperando a que el acto litúrgico concluyese.
El misil fue lanzado desde Crimea y causó algunos daños en la infraestructura portuaria. Un segundo misil, también lanzado hacia Odesa durante la noche, no alcanzó su objetivo, cayendo al mar.
El que aparece descrito en Katolik Life es solo uno de los 1.000 ataques que habría dirigido Rusia durante la semana pasada. Y Shirokoradyuk tampoco es el único obispo que permanece junto a sus fieles entre los bombardeos.
Ucrania, «en el corazón del Papa»
También es el caso del obispo de Járkov, Pavlo Honcharuk, una de las ciudades más afectadas por la guerra con Rusia. Hace tiempo que los ataques son diarios. El sufrido por el supermercado Epitsentr el 25 de mayo, 19 muertos y 54 heridos, o por un edificio de cinco pisos, con 3 muertos y 23 heridos, son dos ejemplos representativos de lo vivido por los católicos de la ciudad.
Honcharuk, también superior de los capellanes militares católicos de todo el país, fue recibido en audiencia por el Papa Francisco el pasado miércoles, en la audiencia general. El prelado agradeció al pontífice sus oraciones y apoyo y le entregó una insignia de capellán.
Entrevistado por Radio Vaticano-Vatican News, recordó aquella visita como «un momento de gran calidez»: «El rostro del Papa mostraba una expresión de empatía. Estaba claro que Ucrania está en su corazón«.
En la entrevista, el obispo declaró que la situación «se está volviendo crítica» en Járkov debido a la sucesión de huidas y regresos de los habitantes de la ciudad por los bombardeos.
«Una vez más, la familia sufre y me parece que es uno de los momentos más dolorosos de esta guerra. Cuando llega una bomba de tonelada y media, deja un cráter de ocho metros de profundidad y treinta metros de diámetro… Las ruinas causan miedo», apunta el obispo de 46 años.
«Si tengo que abandonar, me iré el último»
Cuenta que en Járkov no quedan muchos católicos, pero como su homólogo de Odesa también ha decidido quedarse, mientras que anima a los fieles a huir ante el peligro: «Permaneceré en Járkov mientras nuestra gente esté allí, porque mi presencia también es necesaria para ayudarles a resistir. Nuestra presencia también es útil para los voluntarios, para los que ayudan. Si tengo que abandonar la ciudad, me iré con el último grupo».
El obispo admite que el desarrollo de la guerra le ha ayudado a comprender mejor que todo tiene un final, también la propia vida, que en muchos casos observa repleta de vacío o sinsentido.
«Veo cuánta tragedia traen los corazones sin Dios, los corazones vacíos que no pueden ser apaciguados: son infelices. Estos corazones se dejan llevar por el miedo, se dejan manipular, huyen de la verdad. La guerra revela esta realidad. Y en este momento doy gracias a Dios por haberme dado el don de la fe, porque su presencia, la experiencia de Dios, me da la fuerza para resistir, para comprender quién soy, adónde voy y cuál es mi meta, me da la fuerza para seguir adelante, para no callar», subraya.
Por todas aquellas situaciones dolorosas que ha presenciado, conoce bien el sentimiento de impotencia y debilidad o la sensación de no poder hacer nada ante la adversidad. Y es aquí cuando de nuevo aparece «la fuerza, el fundamento de la fe«.
«Por eso, deseo que todos experimenten a Dios y se encuentren a sí mismos en Él, porque eso nos hace fuertes. Porque si queremos que nuestro mundo sea humano, debemos hacer humanos nuestros corazones, y sólo serán humanos cuando esté en ellos el amor de Dios», finaliza.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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