Hace tiempo, se trasladaron los restos de una tía mía al lugar donde iban a reposar definitivamente, más o menos un año después de que falleciera. Un sacerdote tuvo la amabilidad de rezar un responso con nosotros en esa ocasión, cumpliendo así una de las obras de misericordia espirituales, tan olvidadas hoy.
Mientras rezábamos con el sacerdote por mi tía, por un momento me pareció vislumbrarla llegando a las puertas del cielo. Había muerto con más de ochenta años, pero yo la vi como una niña, con el pelo rubio liso y suelto, mirándolo todo con la curiosidad y la admiración que siempre tenía. El mismo Cristo salió a recibirla y le dio un gran abrazo. También nuestra Señora acudió con una sonrisa de cariño a dar la bienvenida a aquella niña que llevaba su nombre.
Solo fue un instante y probablemente no se tratara más que de mi imaginación, qué sé yo, pero me consoló mucho. En especial porque, justo después, me acordé de un icono oriental que había visto por primera vez en Jerusalén.
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