18/09/2024

El sonado fracaso de la red social creada para ser «nosotros mismos»: cuando la verdad no se soporta

Piero Vietti aborda, en el número de septiembre de Tempi, el emblemático caso de BeReal, la app que triunfó prometiendo hacer «social» a la gente tal y como es, sin fingimientos, pero entre fotos falso-genuinas y posts muy poco glamurosos y, ahora, está siendo abandonada en masa por usuarios decepcionados. La pregunta es, ¿ya no podemos soportar la verdad? 

El insostenible aburrimiento de ser «nosotros mismos»

Son las seis de la tarde de un día de verano en una localidad costera. Una chica de quince años está sentada con unos amigos, un poco más jóvenes que ella, con su padre y su madre en las mesas de un bar al aire libre cerca de la playa. Le llega una notificación a su smartphone, lo coge y le dice a su padre, sentado a su lado: «¡BeReal!». El padre pone cara rara para hacerse un selfie con ella, y los amigos sentados enfrente hacen muecas. Ella se hace una doble foto, luego dice: «Esta no está bien, vamos a hacernos otra, pero rápido, que se acaba el tiempo», y al tercer intento la cuelga en BeReal, una red social popular entre los adolescentes que nació en Francia hace unos años como un anti-Instagram.

La idea es sencilla: en Instagram, los usuarios eligen qué publicar y cuándo, hacen fotos y graban vídeos que luego manipulan con filtros, música y efectos especiales, favoreciendo los momentos «felices», las vacaciones en el mar o en la montaña, los lugares bonitos visitados, los conciertos o los eventos deportivos ineludibles, dando así a sus seguidores la idea de una vida perfecta y reluciente, llena de buena comida, diversión, relajación, fiestas y risas con los amigos. En BeReal, en cambio, no puedes elegir qué publicar, y mucho menos cuándo: una vez al día, a una hora aleatoria, la aplicación te pide que publiques una foto de lo que estás haciendo visto desde las cámaras delantera y trasera de tu smartphone. Sólo puedes ver las fotos de otros usuarios después de haber publicado la tuya.

Lanzada a principios de 2020, BeReal alcanzó su punto álgido en 2022, convirtiéndose en la aplicación más descargada del Apple Store durante meses; en febrero de 2023 había superado los 73 millones de usuarios activos mensuales. Sin scrolls interminables, sin Fomo («fear of missing out«, el miedo a perderse algo que obliga a consultar compulsivamente una red social), sin pretensiones (o casi), sin comentarios públicos bajo las fotos. Una red social tan aparentemente genuina que no podía durar. En pocos meses, más de 30 millones de usuarios se hartaron de BeReal y empezaron a utilizarla cada vez menos. En junio fue vendida por 500 millones de euros a Voodoo, una empresa francesa de desarrollo de juegos, a la espera de ver si intenta relanzarse y cómo.

La parábola de BeReal queda bien resumida en un artículo de Jonas Du publicado hace unas semanas en The Free Press. El autor, periodista y miembro de la llamada Generación Z cuenta que se descargó BeReal en septiembre de 2022 y «rápidamente se convirtió en un usuario habitual. Durante gran parte de ese otoño, cada vez que la aplicación enviaba una notificación, me hacía una foto, ya fuera paseando por el campus, asistiendo a una fiesta o simplemente mirando el ordenador en mi habitación». En BeReal Du podía «ver con quién estaban mis amigos, dónde estaban y qué estaban haciendo (estudiando, almorzando, tumbados en la cama) durante un breve momento cada día. Una red social sin actitudes sociales. Pero a medida que la aplicación se extendía por mi facultad, se hizo evidente que había una competición implícita sobre quién ‘ganaba’ BeReal cada día.

Si BeReal enviaba la notificación un viernes por la noche, ¿quién estaba en la biblioteca y quién en una fraternidad? ¿Quién estaba viendo Netflix y quién estaba de fiesta? Durante las vacaciones escolares, ¿quién estaba viajando al destino más chulo? Cada vez seleccionaba más mis publicaciones. Si sabía que iba a ir a una fiesta por la noche pero la notificación llegaba durante el día esperaba hasta la noche para hacer mi doble foto. El resultado de este retraso táctico se conoce coloquialmente como ‘BeFake’. Otros usuarios de BeReal hacían lo mismo, publicando sólo cuando tenían algo interesante que compartir. Los BeReal auténticos, los que mostraban a gente siguiendo la rutina de la vida universitaria, se volvieron aburridos rápidamente. T.S. Eliot decía que «el género humano no puede soportar demasiada realidad», Du señala cómo está de moda «que jóvenes como yo se quejen de plataformas que promueven falsedades y estilos de vida inalcanzables».

El objetivo de las distintas Apps alternativas es la de mostrar que la vida real es atractiva. Pero no podemos soportar ser nosotros mismos durante demasiado tiempo.

A través de la pantalla

«La distinción entre ficción y realidad es hoy mucho más sutil que en la era analógica», explica a Tempi Graziano Lingua, profesor de Filosofía Moral y director del Departamento de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad de Turín. «Y lo es especialmente para la Generación Z, es decir, para los jóvenes que se han socializado casi totalmente online. Detrás de BeReal estaba quizás la ilusión de poder recuperar la idea del principio de la fotografía, de poder representar lo que realmente ha sido y ha sucedido. Pero la realidad en ese sentido quizás ya no existe hoy en día: para quienes tienen una vida muy activa en las redes sociales, ese tipo de realidad puramente analógica es ajena. La cuestión es dónde está la frontera entre la realidad y la ficción: esa frontera es hoy mucho más delgada que antes».

Pero, ¿es «aburrida» el adjetivo adecuado? «Para quienes forman parte de una generación digital, puede ser un adjetivo adecuado decir que es ajena, es decir, que es algo que ya no está ahí, que ya no es inmediatamente familiar. No creo que los jóvenes que se han socializado en línea estén menos atentos a la realidad que los demás, es sólo que su manera de concebir la realidad está filtrada por la experiencia de las redes sociales, es decir, por una experiencia en la que hay mucha construcción».

«La distinción entre ficción y realidad es hoy mucho más sutil que en la era analógica», explica a Tempi Graziano Lingua, profesor de Filosofía Moral.

Lingua ha publicado recientemente, junto con Mauro Carbone, Antropologia degli schermi, un ensayo sobre las consecuencias del excesivo tiempo que pasan los niños frente a las pantallas digitales. «Si siempre has estado dentro de un mundo que se construye desde lo online, tienes una concepción diferente de la realidad. Hay que tener en cuenta que a los que han nacido dentro de ese tipo de realidad les cuesta desarrollar plenamente un tipo de vida totalmente externa a esa realidad, que a veces sirve a los procesos de subjetivación: muchos chicos expresan cosas a través de estas herramientas que no podrían expresar de otra manera».

«Pantalla» tiene un doble significado, señala Lingua; «es también una protección, algo que te permite no tener que enfrentarte al cara a cara. Es muy complejo decir si la crisis de una sociedad como BeReal viene determinada por el hecho de que la realidad es aburrida, me parece la transposición de un problema de una generación mayor que tiene un concepto muy preciso de la realidad distinto al de la ficción».

Representar ¿el qué?

¿Es aburrida la realidad? «¡Sí!», comienza Giovanni Maddalena, catedrático de Filosofía de la Comunicación y del Lenguaje de la Universidad de Molise, cuando Tempi le pregunta sobre el tema. «Me explico: los niños son más sanos de lo que parecen, lo que les parece ‘aburrido’ es en realidad una versión disminuida de la realidad, reducida sólo a lo que se ve, se oye y se toca: si por ‘mostrar la realidad’ se entiende mostrar lo que hay en este instante tal como es, claro que aburre. Porque la realidad también está llena de ideas, de ideales. La filosofía medieval decía: también de ‘trascendentales’. El bien, la belleza, la verdad, la justicia… todo eso forma parte de la realidad». Cuando decimos «realidad», insiste Maddalena, «no nos referimos sólo a un elemento material inerte, sino a una riqueza. Si la realidad es sólo lo que ves, es natural que al cabo de un tiempo te aburras».

¿Las fotos de BeReal son realmente la realidad tal cual es?

«Me parece que incluso en esa red hay una ilusión», observa Lingua: «Cuando la app envía la notificación tienes dos minutos para hacer las dos fotos. Si es verdad que la realidad para quien está totalmente socializado online pasa a través de las redes sociales, por lo tanto mediante dinámicas propias de la exposición digital, dinámicas de construcción de la imagen y de la identidad, de alteración de lo que uno realmente es, un usuario todavía tiene tiempo de elegir cómo representarse para que sea visto de otra manera. Es realista hasta cierto punto, y es muy difícil decir ‘yo represento la realidad’ online, porque de todas formas estamos en un mundo que es una mezcla entre realidad y ficción».

En un momento dado de la historia de BeReal, el aspecto de la construcción prevaleció, y cada vez más usuarios empezaron a dejar de publicar y sólo lo hacían cuando tenían algo significativo que mostrar, construyendo así una falsa «realidad real»: «Quien publica en las redes sociales lo hace cuando se encuentra en una situación en la que se siente cómodo, en la que puede representarse a sí mismo de una determinada manera», concluye Lingua, «¿es real o no?».

El poder del algoritmo

Hay un aspecto que a menudo se pasa por alto cuando se habla de la relación entre las redes sociales y la realidad: no todas las «realidades» propuestas por los usuarios en las distintas plataformas tienen el mismo espacio. La realidad de Facebook, Instagram, TikTok, X está filtrada por algoritmos que organizan y deciden la visibilidad y viralidad de vídeos, pensamientos e imágenes: en estas plataformas hay de todo, quizá demasiado, pero solo vemos lo que los propietarios de estas plataformas deciden que veamos.

«Este aspecto es interesante», comenta Maddalena, «porque es la otra cara de la moneda. Buscamos una realidad que no sea sólo lo que vemos, oímos y tocamos. Lástima que cuando vamos a buscarla, lo hagamos en las redes sociales». Allí, sin embargo, encontramos lo que el algoritmo ha decidido que encontremos, que luego se convierte en lo más visto y nos empuja a repetirlo para ser más vistos y así ganar más seguidores.

«Las directrices que determinan los algoritmos son de alguien que nunca es neutral -como demostró Elon Musk entrevistando a Donald Trump en directo en X-. Siempre ha sido así, solo que Musk ha sido más honesto que otros a la hora de dejarlo claro: a finales de agosto, Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, admitió que en determinados temas, como el COVID y las acusaciones contra el hijo del presidente Joe Biden, Meta cedió a las presiones de la Casa Blanca haciendo desaparecer noticias y publicaciones inoportunas de los tablones de anuncios».

El equívoco es que se busca una realidad que no sea banal, «pero a menudo -y esto es muy peligroso, sobre todo para los jóvenes- no se dan cuenta de que están en una realidad preestablecida». Hace falta mucha educación para entenderlo, concluye Maddalena, «pero la educación solo puede llevarse a cabo dentro de los cuerpos intermedios. De lo contrario, la educación a tener cuidado, a no fiarse, a no morder el anzuelo, se convierte en una instigación general a sospechar de todo, a la duda universal que al final nos hace creer las cosas más inverosímiles». Nada que ver con ser real.

Traducción de Verbum Caro.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»