El cardenal Víctor Manuel Fernández (informalmente llamado Tucho), ha propuesto al Papa crear un equipo para establecer normas legales contra el «abuso espiritual» y el «falso misticismo» en la iglesia. Y el Papa Francisco ha accedido según una nota difundida el 22 de noviembre.
El Papa ha encargado al arzobispo italiano Filippo Iannone, actual Prefecto del Dicasterio para los Textos Legislativos, que presida un «grupo de trabajo» en que examine el tema, y que presente propuestas concretas. El Dicasterio de Doctrina de la Fe, con el cardenal Fernández, también participará.
El cardenal Fernández señalaba que «no existe en el Derecho de la Iglesia un delito tipificado con el nombre de ‘falso misticismo’, si bien la expresión viene a veces utilizada por los canonistas en un sentido estrictamente relacionado con los delitos de abuso».
También consideraba que «es posible tipificar un delito de ‘abuso espiritual’, evitando la expresión demasiado amplia y polisémica de ‘falso misticismo‘.
En la película francesa Los Iluminados, de 2019, una familia se ve enredada con un líder espiritual manipulador en una comunidad católica: los controles católicos para prevenirlo no son muy buenos, ¡no existe ni la figura del abuso espiritual en el Derecho Canónico!
El mismo cardenal Fernández, en sus recientes ‘Normas para proceder en el discernimiento de presuntos fenómenos sobrenaturales’, hablaba consideraba «de especial gravedad moral la utilización de supuestas experiencias sobrenaturales o de elementos místicos reconocidos como medio o pretexto para ejercer dominio sobre las personas o cometer abusos» (Art. 16).
Y en la nota que presenta al Papa cita un precedente del uso de la expresión ‘falso misticismo’: Pío XII, en la encíclica Haurietis Aquas, de 1956, criticaba el «falso misticismo» de los que decían (sobre todo jansenistas) que la devoción al «Corazón físico de Jesús» retrasaba el progreso de las almas hacia la perfección espiritual.
Pero ahora lo que la Iglesia necesitaría es una forma de encauzar las acusaciones de «abuso espiritual», para combatir esos abusos por parte de líderes, estafadores, ‘iluminados’ dentro del estamento eclesial, y otros manipuladores. La Iglesia ya se ha dotado de potentes herramientas contra los abusos sexuales por parte de sus miembros, pero falta algo similar respecto a los abusos espirituales, que no están legalmente ni siquiera definidos.
La Conferencia de Religiosos Franceses, que ha trabajado bastante el tema, tiene una sección dedicada a atender a «víctimas de influencia sectaria en la Iglesia», contra «excesos sectarios, autoritarios, financieros, etc., a través de algunos de sus líderes o mediante la desviación colectiva». La preside Jean-Luc Brunin, de casi 74 años, obispo de Le Havre, en Normandía. Pero no usan en sus anuncios la expresión «abuso espiritual».
Filippo Iannone, carmelita y canonista, tendrá que reunir los expertos adecuados para poder definir con palabras el problema y como responder a él. Iannone entró en el Pontificio Consejo para los Textos Legislativos como secretario adjunto en 2017. Antes fue arzobispo Vicegerente de Roma (de 2012 a 2017) y antes obispo de Sora-Cassino-Aquino-Pontecorvo (de 2009 a 2012). El 13 de diciembre cumple 67 años.
Un librito clásico: Escapando del Laberinto
A la hora de analizar el fenómeno, un librito ya clásico y muy aplaudido es el de 2019 de Lisa Oakley y Justin Humphreys, aplicable tanto a católicos como a protestantes y a otras religiones, titulado Escaping the Maze of Spiritual Abuse (Escapando del Laberinto del Abuso Espiritual).
Escaping the Maze es un libro popular contra el abuso espiritual por su claridad y evitar las jergas especializadas.
Los autores dan esta definición en la página 31 (versión en inglés): «El abuso espiritual es una forma de abuso emocional y psicológico. Se caracteriza por un patrón sistemático de comportamiento coercitivo y controlador en un contexto religioso. El abuso espiritual puede tener un impacto profundamente dañino en quienes lo experimentan. Este abuso puede incluir:
– manipulación y explotación,
– rendición de cuentas forzada,
– censura de la toma de decisiones,
– exigencia de secreto y silencio,
– coerción para confirmar,
– control mediante el uso de textos o enseñanzas sagradas,
– exigencia de obediencia al abusador,
– sugerencia de que el abusador tiene una posición ‘divina’,
– aislamiento como medio de castigo
– y superioridad y elitismo».
Si es un jefe el que ejerce ese abuso espiritual con su autoridad, es además un abuso de poder.
A las víctimas les cuesta reaccionar, enfadarse o denunciar porque sienten que antes se las trató muy bien, o se les dio algo muy valioso (espiritualidad, acogida, compañía, fraternidad, etc…) y están dispuestas a perseverar y pensar bien del abusador. También creen que él, o su comunidad, ofrece algo valiosísimo difícil, o casi imposible, de encontrar fuera.
En entornos cristianos, el abusador espiritual con frecuencia cita las Escrituras o habla de la voluntad de Dios. «Cada vez que quería que hiciera algo, citaba las Escrituras. A veces, trataba de sacrificio si quería que dedicara más tiempo a la Iglesia. A veces, trataba de obediencia, si yo le hacía una pregunta sobre algo que me incomodaba. Era realmente difícil discutir, no podía discutir con las Escrituras, era como si estuviera discutiendo con Dios. Me sentía cada vez más presionada», explica una víctima en la página 54.
Lisa Oakley y Justin Humphreys reconocen que la Biblia «nos llama a ser obedientes a Dios y a nuestros líderes» (Hebreos 13,17), pero al mismo tiempo dice que «los líderes deben tratar bien a quienes dirigen y no abusar del poder que tienen» (Mateo 23). Por otra parte, hay que debatir cuál es el límite de la autoridad de cada líder.
A menudo, la víctima acude a alguien contando su experiencia de abuso, y se le responde bienintencionadamente con versículos o llamadas a la paciencia… que es exactamente lo que ha hecho el abusador para mantener su control. Eso daña más a la víctima (y, a menudo, su relación con Dios, la Iglesia o la Escritura).
En entornos cristianos, a menudo los líderes, incluso cuando se confirma un caso de abuso espiritual, especialmente por parte de jerarcas, en vez de castigar severamente al abusador, una y otra vez intentan fórmulas intermedias de «reconciliación«. Suele suceder que el abusador es un reincidente, un manipulador o un líder narcisista, y hará lo que sea para reconducir la situación y seguir teniendo gente a cargo para manipularla.
Lisa Oakley y Justin Humphreys tienen una recomendación: «asegurarnos de que se incorporen y apliquen procedimientos, monitoreo y supervisión adecuados para todos». No concretan mucho en su libro qué procedimientos.
En el entorno católico, el equipo de trabajo que pide el Vaticano debería dar ideas concretas.
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PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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