Era lo que querías a lo largo de toda tu vida, ¿no? Estar con Él. Pues ya estás con Él, o mejor dicho, ya está Él contigo, Alfonso. Ya te ha llevado con Él para siempre.
¿Te acuerdas de aquellas Oraciones de andar por casa que yo escribía en los primeros años de nuestro Alfa y Omega? Pues aquí tienes otra. Y bien sabe Dios que nunca pensé que podría escribirla. Más de andar por casa no puede ser, Alfonso.
En la estampa que nos regalaste al cumplir tus 50 años de sacerdocio pusiste un lema tan sencillo como fascinante, como todo lo del Evangelio: “Y eligió a doce para que estuvieran con él”. Yo escribí en este mismo rincón digital un comentario titulado Cincuenta años de «estar con Él». ¿Y ahora, qué, querido Alfonso? Ya para siempre con Él, viviendo con estupor y asombro el encuentro definitivo, el acontecimiento de la Resurrección.
El recordatorio de ordenación sacerdotal de Alfonso Simón.
Te han hecho sufrir y yo no entiendo por qué, como no lo entiendo en tu hermana Rosario, o en los niños que sufren. Se lo digo todas las mañanas: “Señor, cuanto más te quiero, menos te entiendo”. Díselo tú de mi parte. Desde que te ingresaron en la UCI no he parado de rezar: “Si tú, quieres, Señor, una palabra tuya bastará para sanarle”. Obviamente, se ve que no ha querido. Creo que habrá pensado que ya estaba bien y que donde tú querías estar siempre, querido Alfonso, se está mejor. Estoy oyéndote: “A lo mejor, Miguel Ángel, es que solo es cuestión de querer, no de entender…”
He echado mucho de menos, en mi cumple de este año -85 castañas, Alfonso- tu llamada de cada año para recordarme el introito de la misa del día de la Exaltación de la Santa Cruz, que entonábamos juntos en gregoriano: Nos autem gloriari opportet in cruce Domini Nostri Iesu Christi, per quem salvati et liberati sumus. Tú ya estás liberado. Por falta de cruz no habrá sido. Gracias por todo lo que aprendí de ti, gracias por tu amistad y por tu privilegiada alma sacerdotal, por tu sencillez, por tu humildad, tu servicialidad permanente. Gracias por tu preciosa vida, querido Alfonso.
Señor: ya sé que no se cae ni un pétalo de una rosa hasta que Tú quieres, déjame ahora recordar a Alfonso de rodillas conmigo rezando ante los restos mortales de San Juan Pablo II en la basílica de San Pedro, con los ojos enrojecidos por la emoción. ¿Qué te ha dicho San Juan Pablo? ¿Y don Gius? ¿Y tu madre doña Esperanza?
¡Menudos Alfa y Omega preparábamos en aquellas gélidas mañanas de febrero en el despacho del obispo Javier, con nuestro amigo Álex! Te echamos mucho de menos, querido Alfonso: el cardenal Rouco, Javier, Álex, yo, y muchas más personas. De verdad. Un abrazo.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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