28/12/2024

En «Barioná», Sartre «se tomó en serio la Navidad y la confrontó con su existencialismo ateo»

La editorial Voz de Papel acaba de sacar de la imprenta una nueva edición de la obra que hace casi veinte años descubrió José Ángel Agejas y se publicó por primera vez en español en 2004: Barioná. El hijo del trueno, de Jean-Paul Sartre. Una pieza de teatro  inspirada en la Navidad (en la Navidad real, el nacimiento de Cristo) absolutamente sorprendente en la bibliografía del filósofo ateo y activista comunista, uno de los padres intelectuales de Mayo del 68.

Agejas, doctor en Filosofía, es catedrático de Ética y Deontología en la Universidad Francisco de Vitoria y periodista con muchos años de ejercicio. Encontrar Barioná fue fruto de una ardua investigación. 

-¿Qué le parece si empezamos por la pregunta que formula usted al inicio de la introducción a la nueva edición de Barioná? Dice así: ¿puede un reconocido intelectual ateo escribir una obra de teatro sobre la Navidad?

-Rotundamente, sí. Lo cual sorprende a quien encasilla al cristianismo como una especie de senda iniciática al margen de la razón y de la historia. Pero si algo tiene el hecho cristiano es, precisamente, eso: es un hecho histórico que apela a la persona en lo más íntimo de su ser. Cristo no vino a predicar una doctrina o iniciar un camino esotérico espiritualista. Cristo es la Palabra de Dios hecha carne para que todos los seres humanos podamos escucharla, contemplarla… y abrazarla. La propuesta de Cristo es incondicional y, por lo mismo, accesible a todo el que quiera acercarse a ella, desde donde se encuentre y desde su experiencia.

»En ese sentido uno puede acercarse, confrontarse con la propuesta de Cristo… y luego optar: abrazar la salvación que se le propone o rechazarla. Salvando las distancias, el ejercicio de Sartre en Barioná me recuerda al del libro Un rabino habla con Jesús de Jacob Neusner, con el que a su vez entraba en diálogo el Papa Benedicto XVI a través de su libro sobre Jesús de Nazaret. En ese texto, el rabino y profesor, judío observante, se tomaba en serio a Jesús, sus hechos y palabras, su enseñanza para luego tomar su propia decisión. Y del mismo modo que de ese diálogo sale luz para todos, como nos hizo ver Benedicto XVI, pues de ese contraste todos aprendemos, también aquí. Sartre se tomó en serio la Navidad y la confrontó con su existencialismo ateo… de ahí salió una obra radicalmente novedosa y apasionante.

-¿Qué motivó su interés por una obra de teatro de Sartre inspirada en la Navidad? ¿Cómo la descubrió?

-El mayor experto católico en el estudio de los llamados “evangelios de la Infancia de Jesús”, esto es, de los relatos evangélicos relativos a los primeros años de la vida de Cristo, citaba en un tratado sobre la Virgen María unas líneas de esta obra, al mismo tiempo que hacía dos cosas: agradecer a Sartre que le dejara citarlas, por un lado, y por otro, afirmar que era el texto que más le había ayudado a entender la Navidad.

»Dos afirmaciones, cuando menos, extrañas. La primera, porque para citar un texto ya publicado no necesitas autorización, pues basta con poner la referencia. Lo cual apuntaba a que, precisamente, había un texto pero que no contaba con una edición pública. Y dos: que un ateo fuera tan elogiado por el mayor experto católico en la Navidad… Eso, junto con la sospecha de algunos amigos de que fuera una atribución espuria me impulsaron a buscar la obra.

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»La historia del descubrimiento es más tortuosa, pues hube de dar muchas vueltas. Su rastro aparecía y desaparecía constantemente en referencias, estudios y biografías, incluso con datos contradictorios. Había quienes negaban que se hubiera escrito, quienes negaban la autoría plena de Sartre, quienes la daban por desaparecida… Conseguí reconstruir la historia del manuscrito y encontrar en la Universidad de Indiana un ejemplar de la segunda impresión que hicieron artesanalmente los prisioneros que la habían representado. Finalmente, y después de localizar ese texto, apareció el cuaderno original manuscrito en un archivo cedido a la Biblioteca Nacional Francesa. Así se disiparon todas las dudas sobre la verdadera autoría de la obra y quedó fijo el texto definitivamente.

-Han pasado más de 80 años desde que Sartre escribió esta obra y casi veinte desde que publicó usted la primera edición de Barioná en español. ¿Sigue siendo un texto vigente para la sociedad del siglo XXI?

-La mayoría de los jóvenes ya no han oído hablar de Sartre ni lo han estudiado en el bachillerato. No es el último youtuber ni instagramer de moda. Pero no se dan cuenta de hasta qué punto su manera de verse a sí mismos, de ver sus relaciones y de concebir la sociedad está radicalmente configurada por el pensamiento de un ateo que aleccionó a sus abuelos europeos. Es impresionante comprobar que lo que en Barioná era un pensamiento revolucionario hoy es moneda de cambio común: el menosprecio de la vida humana, el rechazo de la tradición, el desprecio de la conciencia, el desapego de la libertad respecto de la verdad…

-¿Podemos hablar de Barioná como un texto profético?

-En el sentido que acabo de apuntar, sí. Por desgracia. Porque podía haber sucedido que, ochenta años después del conflicto de la libertad y los totalitarismos en la Segunda Guerra Mundial hubiéramos aprendido la lección. Y entonces, estaríamos leyendo esta obra como una reliquia del pasado, con la curiosidad de quien se sorprendiera de qué cosas tan extravagantes llegaron a proponer unos filósofos amargados. Sin embargo, los totalitarismos no han desaparecido, su germen sigue agazapado dispuesto a rebrotar a la primera de cambio, como el dinosaurio de Monterroso. En este sentido considero que esta obra, lejos de ser una reliquia, es una especie de anuncio profético. Sus proclamas revolucionarias desesperanzadas han configurado un modo muy extendido y difuso de pensar y de vivir. Es un claro ejemplo de que las ideas tienen consecuencias. Europa se suicida. Los hijos del baby boom no tienen hijos. Y sus nietos tampoco parece que tengan ganas de vivir. La religión de la nada propuesta por Barioná gana adeptos cada día.

José Ángel Agejas es actualmente director editorial de la revista ‘Misión’ y de la revista interdisciplinar de filosofía y humanidades ‘Relectiones’.

-Habla en su introducción de la ausencia del padre. Camus y Sartre compartían la misma carencia, perdieron a su padre antes de cumplir los dos años. Una cosa es que un padre fallezca y otra muy diferente es la muerte de la identidad del padre en vida o como dice en su texto “el padre ausente”. ¿Por qué incide en este aspecto?

-El padre ausente es otro de los grandes temas de nuestro tiempo… profético también entonces, hoy batalla cultural de muchas maneras. Explícitas unas, con la obsesión de la ideología de género por la caricatura del heteropatriarcado, o como el interés de muchos psicólogos y psiquiatras por recuperar y defender la figura y el papel del padre como aportación clave de la cultura occidental al desarrollo de la civilización. O implícitas otras, como sucede en infinidad de películas y series audiovisuales.

»Son muchos los amigos y conocidos algo mayores que yo, que protagonizaron la juventud del 68 y sus derivados, como la transición española, que llegados a la madurez “necesitan” ajustar las cuentas con un padre al que rechazaron. El último conocido, por ejemplo, Joaquín Sabina en el documental Sintiéndolo mucho, donde llega a afirmar que cuando se mira en el espejo, ve a su padre mirándole. Es una especie de regreso a Ítaca, solo que aquí es Telémaco quien regresa a buscar a Ulises, y no al revés. Pero no hay duda de que, en ese encuentro, ambos, se juegan el pleno reconocimiento de su identidad personal

-Hay también una referencia a Europa y a la cultura que ha heredado el culto a la fealdad. ¿Dónde reside la belleza de Barioná?

-Cuando terminó la Primera Guerra Mundial, Claudel ya denunciaba la fealdad de las iglesias que se construían en Europa en aquel momento, como expresión de los pecados y defectos de una cultura mortecina, pagada de sí misma y que rechazaba la trascendencia. La Europa de las catedrales había derivado hacia el feísmo. La belleza de Barioná aparece, precisamente, a través de las rendijas por las que penetra la luz en el ateo Sartre: en la ternura de Dios hecho niño, en la pasión de una libertad que apuesta por el sentido y la esperanza, en el amor que puede recuperar una vida y una entrega hechas familia. En esos pasajes Sartre no pudo resistirse a dejar que la belleza se abriera camino. Como en la historia humana, la belleza irrumpe con la luz y el brillo de la vida y la esperanza.

-Me viene a la mente una reflexión de Pedro Salinas: “Todo poema digno acaba en iluminaciones” ¿Es Barioná una obra que ilumina a los hombres?

-Precisamente en el sentido que acabo de apuntar. Como en el momento de inflexión de la obra dice Sara, la mujer de Barioná a la que el rebelde zelote quiere obligar a abortar, en el portal de Belén está “una mujer feliz y plena, una madre que ha dado a luz por todas las madres del mundo y lo que ella me ha dado es como un permiso: el permiso de traer mi hijo al mundo. Quiero ver a esa madre feliz y sagrada, quiero verla. Y sé también que Dios está conmigo”. Citando a otro gran escritor, Dostoievski , “la Belleza salvará al mundo”. Esa es la luz que ilumina desde Barioná.

-Sartre escribió una especie de disculpa o justificación en la que dejaba claro que, a pesar de haber escrito un texto sobre la Navidad, su pensamiento “no había cambiado ni siquiera por un momento” ¿Cree que esto era del todo cierto o se vio “obligado” a defender su posición al hacerse pública su autoría?

-Es muy peligroso hacer juicios de intenciones. No hay ninguna duda de que, en la década de los sesenta, cuando se hacen las primeras copias de la obra a petición de los soldados que la representaron, Sartre vivía a cuerpo de rey gracias al partido comunista de la Unión Soviética. Era un claro activista de las ideas de Moscú durante la Guerra Fría, aunque a eso él lo llamaba apostar por el acercamiento entre los dos bloques. Bueno, el comunismo siempre ha actuado así: caricaturizando a todo el que no es comunista como si fuera un monigote desalmado, carente de juicio y de libertad. Y sorprendentemente siguen haciéndolo todavía hoy, aunque la historia y los hechos lo contradicen. Son magos de la propaganda. Sartre funcionó así y no podía permitir que ese discurso propagandístico se viera “manchado” por una obra como ésta en la que Dios se propone como el único que da sentido a la libertad humana. 

-Teniendo en cuenta que es usted profesor universitario ¿por qué le recomendaría esta obra a su alumnado? ¿Se trata de una obra para todos los públicos, jóvenes, adultos, creyentes, ateos…?

-Hace poco hablé de la obra en clase, casi de pasada. El caso es que tras el examen una alumna me escribió para darme las gracias, y lo que destacó del curso fue, precisamente, la mención a esa obra. Le había llamado tanto la atención que ese mismo día la consiguió para leérsela. Por lo menos a ella, me decía, le había conmovido y despertado. Barioná es así: al buscador, le abre horizontes. Al creyente, le ayuda a contemplar con una belleza inusitada el misterio de la encarnación. Al descreído o al ateo, al menos, le interpela porque le enfrenta radicalmente ante la opción del sentido o del absurdo… Logra lo que supuso Belén: toda la humanidad fue convocada a adorar al Niño, y todos acudieron: pastores y reyes, propios y extraños, judíos y extranjeros. 

-Cuéntenos Barioná en diez palabras.

-Te doy dos opciones. Se pueden hacer muchos tuits así: “Dios se ha encarnado: la indiferencia no es una opción”. “Dios es un niño tierno, abrázalo: te llenará de amor”.

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PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»