Esta mañana he conocido en el metro a Katerina. Se ha sentado a mi lado y antes de nada me ha preguntado si podía poner su mochila entre las dos. Me miraba con sus ojos inocentes de síndrome de Down y con una expresión dulce y cariñosa. ¡Por supuesto que podía poner su mochila en el asiento! No estorbaba nada y además así no se le manchaba porque, aunque el metro está muy limpio, el suelo es el suelo y todo en Katerina rezumaba pulcritud.
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