Pregunten en cualquier parroquia medio normal, hablen con sacerdotes. Se lo van a confirmar. Hoy las intenciones para las misas están de capa caída. La razón es evidente. O mejor, las razones son de pura lógica.
La primera, evidentemente, la desaparición en la predicación ordinaria del purgatorio y los sufragios por los difuntos. Hartos de escuchar en las homilías que nuestro hermano Fulanito ya está en el cielo, independientemente de su vida anterior, pues buena gana de rezar por él si resulta que no lo necesita. Ni rezar, ni rosarios, ni misas ni nada. Era costumbre, ya saben, celebrar por el alma del finado al menos la misa de cuerpo presente, el novenario y el aniversario, al menos en zonas rurales. También era bastante común encargar misas en el aniversario, todos los meses en el día del fallecimiento. Sigue entre algunos creyentes la costumbre de las misas gregorianas o de novenarios especiales.
Lógicamente, si el difunto entra en el cielo automáticamente en el momento de morir, las misas de funeral dejan de ser en sufragio para convertirse en recuerdo, homenaje o celebración de su llegada al cielo. Si los funerales son así, imaginen pensar en encargar una misa en sufragio. Se acabaron las intenciones y se acabaron también los estipendios. El estipendio es la limosna al sacerdote por la misa celebrada. No es el precio de la misa, que es infinito, es una limosna, una ayuda para el sacerdote. En algunos casos necesaria para sobrevivir.
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