21/12/2024

Entre los católicos más remotos de México: «Si el obispo te destinaba aquí era casi como un castigo»

«Padre, ¿por qué la Iglesia ha tardado tantos años en venir a ayudarnos?… somos gente muy religiosa pero no sabemos nada de religión, llevamos tantos años esperando y pidiendo un sacerdote…», las palabras de este feligrés podrían resumir bien lo que viven millones de católicos en las zonas más pobres de México.

«Jesucristo y los pobres son los únicos protagonistas de la misión, lo único que hace el misionero, con la palabra y con la vida, es llevar a Cristo al corazón de los pobres«, dice el sacerdote español Christopher Hartley, que vive en la diócesis de Tlapa (México) y acaba de ofrecer su testimonio. Entre precipicios, animales salvajes y todo tipo de peligros, lleva la presencia de la Iglesia a uno de los lugares más remotos de la tierra. 

«Después de un año de convalecencia, en obediencia a mi obispo, fui discerniendo la posibilidad de buscar una misión nueva en este país, más acorde con mi edad, mis fuerzas y mi salud. Pregunté a diferentes obispos y sacerdotes amigos cuál sería la diócesis más necesitada de México y siempre aparecía el nombre de Tlapa, en el estado de Guerrero; así que vine a hablar con el obispo de la diócesis y le pregunté si, en su diócesis, había un territorio sin evangelizar, sin sacerdotes, donde no quisiera ir nadie o donde no tuviese sacerdotes a quien enviar».

Si deseas colaborar con la misión del padre Hartley y sus compañeros puedes hacerlo entrando en este enlace.  

«Me miró con cara de sorpresa y me dijo que siempre había querido dividir la parroquia de Cochoapa el Grande, con más de 150 pueblos y atendida por los padres combonianos. El obispo eligió la comunidad de Arroyo Prieto para la nueva demarcación parroquial y, fruto de la partición, le correspondieron más de noventa pueblos. Esta nueva demarcación fue constituida canónicamente en parroquia el 16 de agosto del presente año 2024″.

El silencio baña las interminables cadenas montañosas que atraviesan la zona. Una serie de pueblos adheridos a sus laderas acogen a indígenas mixtecas o «nasa vi» que han vivido durante siglos en extrema pobreza, sobreviviendo de la milpa (maíz) y el frijol, con sus enormes tortillas y algunas frutas, de una agricultura de subsistencia y algunos animales domésticos, como las gallinas, los guajolotes (pavo local) o los chivos.

La parroquia de Hartley tiene 90 pueblos y está en una de las zonas más pobres de México. 

Cochoapa el Grande es uno de los 81 municipios que conforman el estado de Guerrero, en el sur de México. Fue considerado en 2008 por la ONU como el municipio más pobre de la República Mexicana. Según datos del Instituto Nacional de Estadística, el 86,60 % de la población percibe un máximo de dos salarios mínimos; el 75,81 % de los habitantes mayores de 15 años son analfabetos, y el 98,63 % no cuenta con servicios de salud. Respecto a los hogares: el 93,72 % no tiene baño ni drenaje; el 60,78 % no tiene electricidad; el 57,67 % carece de agua corriente, y en el 95,46 % de las casas el piso es de tierra.

«Décadas atrás, cuando estas tierras formaban parte de la Archidiócesis de Puebla, ser enviado por el obispo a pastorear por estas montañas, era señal de castigo«, explica Christopher Hartley, que da gracias a Dios por enviarle a un sacerdote-misionero como compañero, «el padre Francisco Lunar, magnifico amigo y hermano(…), no podría imaginarme la vida en esta misión sin su ayuda».

«Es difícil calcular el número de habitantes que atendemos por estas sierras y cordilleras interminables. A la dificultad del cálculo, se añade que gran parte de la población emigra por temporadas a otras partes de México e incluso a los Estados Unidos. Creo que una estimación aproximada debe girar en torno a los 15.000 habitantes».

Primer sacerdote enviado a la zona

La labor de este misionero se centra en la caridad pastoral, la predicación, la celebración de los sacramentos y la congregación de las comunidades. «Los caminos son peligrosísimos, cuestas empinadísimas que dan vértigo, de cantos rodados y lodo resbaladizo, cuestas que se ascienden lentísimamente, en primera marcha casi siempre, haciendo uso de toda la pericia al conducir estos asombrosos vehículos 4X4″. 

Gran parte de la población local emigra por temporadas a otras partes de México.

«Siempre que un misionero llega a una nueva misión le suele corresponder crear las primeras infraestructuras para que pueda comenzar a desarrollarse la obra de la evangelización. Por ser el primer sacerdote enviado a pastorear a estas gentes, viviendo permanentemente entre ellas, me ha correspondido establecer la casa de los sacerdotes, buscar los medios de transporte, proveer de ajuar litúrgico, los equipos de sonido, el templo en construcción…».

De hecho, al aterrizar en esta zona tan deprimida de México, el sacerdote español no tenía ni dónde dormir. «Cuando llegué, no tenía casa donde vivir, vehículo adecuado para visitar los pueblos, no tenía nada, excepto la caridad enorme de las hermanas Franciscanas de la Divina Providencia, que me acogieron en su comunidad con enorme generosidad y cariño. Me dieron posada como al Niño de la primera Navidad, me abrieron las puertas de su humilde comunidad y de su corazón».

«Poco a poco fuimos acondicionando la vivienda, a la que este año hemos añadido dos pisos nuevos, a la estructura ya existente, además hemos adquirido los vehículos todoterreno, con la impagable generosidad de todos los que colaboráis económicamente con la Fundación Misión de la Misericordia».

Hartley (a la izquierda), su comunidad misionera y el obispo de Oviedo (en el centro). 

Para conocer de cerca la situación de estos hermanos católicos tan necesitados, en el mes de agosto, el arzobispo de Oviedo (España), Jesús Sanz Montes, y cuatro seminaristas, se ofrecieron a evangelizar en la comunidad de San Pedro el Viejo, uno de los pueblos más lejanos y de más difícil acceso. «Es en ese lugar donde nos hemos planteado una posible colaboración entre los Arzobispados de Toledo –al que pertenece Hartley– y el de Oviedo».

El día en que «volví a nacer…»

En los años que lleva en México, a Christopher Hartley le ha tocado vivir todo tipo de pruebas, algunas de ellas bastante complicadas. «Eran las 5:23 am, imposible olvidarlo, aún noche cerrada, domingo 28 de enero de este año. Me acompañaban la hermana Francisca y la hermana Asunción. Íbamos a la bendición de una nueva iglesia que las pobres gentes de una de mis pobres comunidades habían construido con sus propias manos y financiado con el sudor de su frente durante varios años. Se llamaba Llano de la Yacua».

«La camioneta jadeaba y tosía ante lo escarpado del camino, en una secuencia interminable de vueltas y revueltas. Hasta que de repente vimos bajar en dirección contraria otra camioneta algo rápido. Me orillé instintivamente a mi derecha, en el lado del precipicio y detuve el vehículo, no dándome cuenta en la oscuridad de la noche, que allí, precisamente, se encogía el camino… las dos llantas de la derecha se hundieron al ceder el terreno y nos despeñamos acantilado abajo, más de cien metros«.

«Cuando por fin se detuvo el vehículo quedamos en estado de shock, nos preocupamos de cómo estaban los demás, la hermana Asunción me pidió que les diera la absolución sacramental… Pensábamos que nadie nos había visto caer y nuestro horror era pensar que ahí nos íbamos a quedar. Todos teníamos incontables dolores en diferentes partes del cuerpo y sangrábamos… Afortunadamente alguien sí nos había visto caer y dio el aviso. Después de un tiempo esperando, vimos bajar por el acantilado unas lucecitas de teléfono de las gentes del pueblo que nos rescataron y nos ayudaron a los tres a llegar a la carretera».

El sacerdote español Christopher Hartley convaleciente en el hospital. 

«De ahí, un largo trayecto hasta una humilde ‘clinicucha’ de Tlapa… era un auténtico milagro… tambien el milagro de la amistad cristiana. Cuando llegamos allí nos esperaban el obispo, varias religiosas y sacerdotes, algunos laicos… ¡Qué maravilla la misa de esa noche junto a la cama del hospital! ¡cuánto que agradecer, cuánto que celebrar…! Han pasado los meses y los tres estamos plenamente recuperados. A los tres, es verdad, nos quedan secuelas y dolores… algunos se irán pasando, otros quedarán para siempre, cicatrices en el cuerpo, cicatrices en la mente y el alma. Una experiencia que a los tres nos ha marcado para siempre y que no olvidaremos jamás». 

Jesús vino para quedarse

El 16 de agosto de 2024 quedará, también, para siempre marcado en la memoria de Hartley e inscrito en la historia de esta comunidad mexicana. Ese día, el obispo de la diócesis, Dagoberto Sosa Arriaga, consagró la iglesia de Arroyo Prieto y su altar mayor, la elevó a parroquia, con sus más de 90 pueblos, y nombró a Hartley primer párroco de la nueva demarcación eclesial. Una celebración que contó con la presencia de mixtecas llegados de todos los rincones de las montañas, y del arzobispo de Oviedo, con sus seminaristas. 

«Un día de gracias múltiples y extraordinarias para estas gentes tan marginadas y olvidadas de todos; el día en que el Señor Jesús les vino a visitar, no como un viajero fugaz de ida y vuelta apresurada; no, fue el día en que Jesús vino a quedarse para siempre y a formar con todos nosotros un solo pueblo santo de Dios, un solo cuerpo del que Él, para siempre, será su cabeza». Durante la misa, además, recibieron la primera comunión y la confirmación un gran número de muchachos, que superaba casi el centenar. 

«Todos los días salimos por las montañas, el padre Francisco y yo. Cada uno por una ruta diferente, con nuestra maleta-sacristía portátil y la compañía de las hermanas. Para celebrar la Santa Misa, catequizar, visitar a los enfermos… Horas y horas de carretera, a veces casi tres para ir y otro tanto para regresar. No es infrecuente salir a las 6:30 am para celebrar en uno o dos pueblos y no estar de vuelta hasta después de las 4 o 5 de la tarde».

«Si no conociéramos el valor inmenso de la Santa Misa y de los demás sacramentos, jamás nos habríamos lanzado a la aventura de estos caminos en busca de las buenas gentes que Cristo el Señor en su nombre nos confía».

 

Consagración de la nueva parroquia de Arroyo Prieto.

Este agosto, tuvo lugar el segundo verano de misión en la comunidad de Hartley. «Ha supuesto una gracia del todo inmerecida, por los magníficos misioneros laicos que nos han ayudado en la obra de la evangelización, ellos han hecho, literalmente, de todo: lavado, cocinado, pintado, barnizado, carpintería y fontanería, han enseñado catecismo, cuidado de la liturgia, visitado enfermos, acompañado a los hospitales, clasificado medicinas, han compartido la vida de oración y la liturgia con nosotros los sacerdotes y las religiosas, han jugado con los niños, de pies descalzos y la sonrisa pintada en sus rostros».

Entre los muchos proyectos, para los que Hartley necesita ayuda urgente, están: la rehabilitación de la casa curial de San Pedro el Viejo, la adquisición de un vehículo 4X4, equipar de bancos las muchas capillas que aún carecen de ellos y la falta de material escolar en los más de 90 pueblos de su parroquia.

Si deseas colaborar con la misión del padre Hartley y sus compañeros puedes hacerlo entrando en este enlace.  

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»