Hemeroteca Laus DEo31/10/2019 @ 20:00
El año céltico concluía el 31 de Octubre, en el Otoño, cuya característica principal es la caída de las hojas. Para ellos significaba el fin de la muerte o iniciación de una nueva vida. Esta enseñanza se propagó a través de los años de generación en generación.
La costumbre era dejar comida y dulces en los alrededores de las casas a modo de ofrenda. Por otro lado, era común encender velas para ayudar a las almas de los muertos a encontrar el camino hacia la luz y descanso junto a Lugh, el dios celta conocido como el de las Mil Artes o Mil Oficios, y en este sentido quizá se lo puede relacionar con Mercurio, dios del que Julio César dijo que era el inventor de las artes.
Animamos a nuestros amigos y lectores a dedicar un momento de esta noche para hacer esta ORACIÓN DE DESAGRAVIO, desde nuestro propio hogar, en un ambiente de tranquilidad y recogimiento; recemos para reparar los muchos pecados que se cometerán esta infame noche con la celebración pagana conocida como «Hallowen». Un buen católico debe abstenerse de participar o colaborar en modo alguno en dichos festejos mundanos y anticristianos, bajo pena de pecado grave.
También nos puede servir para desagraviar a Dios Nuestro Señor la oración que les fue revelada por el Ángel de Fátima a los videntes:
Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Vuestro Amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los tabernáculos de la tierra, en reparación por las iniquidades, sacrilegios e indiferencias con los que Él mismo es ofendido; y por los méritos infinitos del Sagrado Corazón de Jesús y del Corazón Inmaculado de María os pido la conversión de los pobres pecadores.
¡Oh Dulcísimo Jesús, cuyo inmenso Amor a los hombres no ha recibido en pago, de los ingratos, más que olvido, negligencia y menosprecio! Vednos postrados ante Vuestro Altar, para reparar, con especiales homenajes de honor, la frialdad indigna de los hombres y las injurias con que, en todas partes, hieren Vuestro Amantísimo Corazón.
Mas recordando que también nosotros alguna vez nos manchamos con tal indignidad de la cual nos dolemos ahora vivamente, deseamos, ante todo, obtener para nuestras almas Vuestra Divina Misericordia, dispuestos a reparar, con voluntaria expiación, no sólo nuestros propios pecados, sino también los de aquellos que, alejados del camino de la salvación y obstinados en su infidelidad, o no quieren seguiros como a Pastor y Guía, o, conculcando las promesas del Bautismo, han sacudido el suavísimo yugo de Vuestra Ley.
Nosotros queremos expiar tan abominables pecados, especialmente la inmodestia y la deshonestidad de la vida y de los vestidos, las innumerables asechanzas tendidas contra las almas inocentes, la profanación de los días festivos, las execrables injurias proferidas contra Vos y contra Vuestros Santos, los insultos dirigidos al Orden Sacerdotal, las negligencias y horribles sacrilegios con que es profanado el mismo Sacramento del amor y, en fin, los públicos pecados de las naciones que oponen resistencia a los derechos y al Magisterio de la Iglesia por Vos fundada.
¡Ojalá que nos fuese dado lavar tantos crímenes con nuestra propia sangre! Mas, entretanto, como reparación del Honor Divino conculcado, uniéndola con la expiación de la Virgen Vuestra Madre, de los Santos y de las almas buenas, os ofrecemos la satisfacción que Vos mismo ofrecisteis un día sobre la Cruz al Eterno Padre y que diariamente se renueva en nuestros altares, prometiendo de todo corazón que, en cuanto nos sea posible y mediante el auxilio de Vuestra gracia, repararemos los pecados propios y ajenos y la indiferencia de las almas hacia Vuestro Amor, oponiendo la firmeza en la Fe, la inocencia de la vida y la observancia perfecta de la Ley Evangélica, sobre todo de la Caridad, mientras nos esforzamos además por impedir que seáis injuriado y por atraer a cuantos podamos para que vayan en Vuestro seguimiento.
¡Oh Benignísimo Jesús! Por intercesión de la Santísima Virgen María Reparadora, os suplicamos que recibáis este voluntario Acto de Reparación; concedednos que seamos fieles a Vuestros Mandatos y a Vuestro servicio hasta la muerte y otorgadnos el don de la perseverancia, con el cual lleguemos felizmente a la Gloria, donde, en unión del Padre y del Espíritu Santo, vivís y reináis, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.
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