18/01/2025

FORMAR AL HOMBRE PARA SER

LA ESENCIA DEL SER Y SU VOCACIÓN TRASCENDENTE

El drama del ser humano no está en su carencia, sino en su vocación: la de trascender. En su esencia más íntima, el ser no es un mero accidente en el devenir de la historia ni una pieza dentro de un engranaje social. Como enseña la tradición perenne, el ser es, antes que nada, un reflejo de lo absoluto, una imagen proyectada hacia su fin último. En palabras de Rafael Gambra, “el hombre no se realiza en sí mismo, sino en el encuentro con la verdad que lo trasciende y lo contiene.”

Chesterton entendió con claridad que la raíz de los errores modernos está en ignorar esta verdad esencial. “El hombre moderno duda de todo, menos de sí mismo,” escribió. Pero el ser no es una construcción individualista ni un acto de autodefinición. Es participación en el orden del universo, reflejo de una realidad superior que lo llama no solo a existir, sino a existir en plenitud.

Es esta plenitud del ser, y no la mera utilidad, la que define la verdadera educación. Formar al hombre para ser significa orientar su existencia hacia aquello que es verdadero, bueno y bello. Como enseñó Danilo Castellano, “la educación no es un proceso mecánico ni una técnica, sino un acto profundamente ontológico: el ser que educa guía al ser educado hacia su perfección.”

LA FAMILIA: CUNA DEL SER EN PLENITUD

La familia, en su esencia, no es solo una institución natural; es el primer espacio donde el ser humano encuentra su lugar en el mundo. Es allí donde el ser recibe sus primeras lecciones de trascendencia, no a través de teorías abstractas, sino mediante el ejemplo cotidiano del amor, el sacrificio y la obediencia.

Louis de Bonald afirmó que “la familia es la forma más completa de comunidad, porque en ella se une lo temporal y lo eterno.” En la familia, el ser humano aprende que su existencia no es un fin en sí mismo, sino que está destinada a algo más grande, algo que lo supera. Allí, el ser descubre que no se pertenece enteramente, que está hecho para dar, para amar, para entregarse.

Por eso, cualquier ataque a la familia es un ataque a la esencia del ser. La modernidad, con su obsesión por el individualismo, ha querido despojar a la familia de su papel formativo, sustituyéndola por estructuras impersonales y sistemas educativos controlados por el Estado. Pero, como advirtió Álvaro d’Ors, “el ser no puede ser formado por una maquinaria estatal, porque solo en el calor del hogar se cultivan las virtudes que hacen posible la vida comunitaria.”

EL SER Y EL BIEN COMÚN

El ser no es un individuo aislado, sino un ser relacional, llamado a vivir en comunidad. Pero esta comunidad no se construye a partir de pactos arbitrarios o intereses mutuos, sino desde una raíz más profunda: el bien común. Este bien no es la simple suma de los bienes particulares, sino el orden en el que cada ser encuentra su lugar y su perfección.

La familia es la primera expresión de este bien común. En ella, el ser aprende que su plenitud no se alcanza en el aislamiento, sino en la entrega a los demás. Chesterton lo expresó de forma magistral: “El hogar es la única institución que hace que los hombres se enfrenten a sus limitaciones y, al mismo tiempo, les enseñe a superarlas.” Es allí donde el ser aprende a sacrificarse por el otro, a reconocer la autoridad y a vivir la justicia como una virtud práctica.

Este aprendizaje no es algo que pueda ser impuesto desde fuera. Como enseñó Danilo Castellano, “el bien común no puede ser diseñado ni fabricado, porque es el fruto natural de una comunidad que vive según el orden del ser.” El intento moderno de imponer el bien común desde el Estado, ignorando la realidad de la familia, no ha producido más que caos y desarraigo. Porque el bien común no se decreta; se vive.

CONTRA EL RELATIVISMO: EDUCAR PARA LO ETERNO

La gran crisis de la modernidad no es económica, política ni cultural; es una crisis ontológica. Es el rechazo del ser y de la verdad que lo sostiene. Como señaló Félix Sardá y Salvany, “el error más grave de nuestro tiempo es pretender que la educación puede ser neutral, que puede prescindir de la verdad.”

El relativismo moderno no es una postura tolerante, sino una forma de nihilismo que reduce al ser a una mera construcción social. Nicolás Gómez Dávila lo expresó con claridad: “La educación moderna no enseña a vivir, sino a sobrevivir. Ha reemplazado la búsqueda del bien por el culto a la utilidad.”

Frente a este nihilismo, la educación debe ser un acto de contemplación, una búsqueda del ser en toda su plenitud. Esto no es algo que pueda realizarse en las aulas impersonales de un sistema estatal, sino en el hogar, donde la verdad se vive y se transmite de generación en generación. “El hogar es el lugar donde lo eterno se encuentra con lo cotidiano,” escribió Chesterton. Allí, en los actos más simples de la vida diaria, el ser humano aprende las lecciones más profundas sobre su vocación trascendente.

RESTABLECER EL SER A TRAVÉS DE LA FAMILIA

La solución a la crisis de nuestro tiempo no está en nuevas teorías ni en reformas políticas, sino en la restauración de la familia como el lugar donde el ser encuentra su plenitud. Esto significa devolverle su papel central en la educación, protegerla de las injerencias del Estado y reconocer su carácter sagrado.

Hilaire Belloc afirmó que “la familia es el corazón de la sociedad, y ninguna reforma será duradera mientras no pongamos nuevamente el corazón en su lugar.” Esto no significa rechazar la educación pública, sino subordinarla a los principios eternos que la familia representa. Como escribió Juan Vallet de Goytisolo, “la educación auténtica no es un proceso técnico, sino un acto profundamente humano, que solo puede comenzar en el seno de la familia.”

Restaurar la familia no es solo un acto de justicia hacia el orden natural; es un acto de resistencia contra el nihilismo que amenaza con destruir al ser humano en su esencia. La familia es el lugar donde se vive y se transmite el mandamiento más importante: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo (Mt 22, 37-39). Es, por tanto, el camino por el cual se enseña al ser humano a reconocer su origen divino y su vocación última: ser hijo de Dios y alcanzar la salvación eterna.

CONCLUSIÓN: SER PARA TRASCENDER

Formar al hombre para ser no es solo un desafío educativo; es el desafío fundamental de la civilización. Es reconocer que el ser humano no se realiza en el dominio del mundo, sino en la contemplación de la verdad que lo trasciende. Esta verdad no es una abstracción; es una realidad viva, encarnada en la familia y transmitida a través de la tradición.

Como escribió el Salmista: “Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles” (Sal 127, 1). El núcleo de la familia no es solo importancia social, sino el lugar donde el ser humano aprende a reconocer la presencia de Dios en lo cotidiano. Es allí, en el hogar, donde se aprende a orar, a amar, y a vivir para la eternidad.

El futuro del ser humano, y de toda sociedad, depende de su capacidad para redescubrir esta verdad eterna: que somos criaturas de Dios, hechas para Él, llamadas a la comunión con Él. Solo en este reconocimiento, vivido desde el seno de la familia, se puede hallar el camino hacia la salvación y una civilización verdaderamente humana.


BIBLIOGRAFÍA

 1. Chesterton, G.K. Lo que está mal en el mundo. Madrid: Ediciones Encuentro.

 2. Castellano, Danilo. Artículos y ensayos recogidos en Il principio dimenticato. Milán: Edizioni Ares.

 3. Bonald, Louis de. Théorie du pouvoir politique et religieux. París: Librairie de Charles Douniol.

 4. Donoso Cortés, Juan. Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.

 5. Gambra, Rafael. El silencio de Dios. Madrid: Ediciones Rialp.

 6. Sardá y Salvany, Félix. El liberalismo es pecado. Barcelona: Librería Católica Internacional.

 7. D’Ors, Álvaro. La violencia y el orden. Madrid: Fundación Francisco Elías de Tejada.

 8. Vallet de Goytisolo, Juan. Familia y educación en el derecho natural. Madrid: Ediciones Cristiandad.

 9. Belloc, Hilaire. La servidumbre moderna. Londres: Constable & Co.

 10. Gómez Dávila, Nicolás. Escolios a un texto implícito. Bogotá: Villegas Editores.

 11. Elías de Tejada, Francisco. La tradición como principio político. Sevilla: Fundación Elías de Tejada.

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