Hace un par de días hablaba con una chica de 21 años que quiere bautizarse. En un momento de la conversación salió la parábola del hijo pródigo y me pidió que se la contase, ya que no la conocía. Da gusto contar el Evangelio a alguien que quiere escuchar. Muchas veces en Misa cuando empiezo a leer: Les dijo Jesús esta parábola: Un hombre tenía dos hijos, el menor…, veo que la cara de muchos es de pensar: Ya me conozco esto el que se va y vuelve y el otro hermano que se enfada, es larga, me da tiempo a pensar en lo que tengo que hacer después de Misa, y desconectan. Les podría leer la receta de la carrillera en salsa que les tocaba lo mismo el corazón.
En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo.
Dicho así puede parecernos que nosotros sí aceptamos a Jesús, somos de los suyos. Pero cuántas veces he escuchado quejas ante una enfermedad, un mal revés de la fortuna o una desgracia la queja del ¿Por qué a mí? Si yo voy a Misa y cumplo y sin embargo a ese que vive arrejuntado, no cree en nada y se da buena vida no le pasa nada. Parece que tenemos una idea de Dios que no puede curar a Naamán que es sirio, pero tiene que cuidarme a mí que sufro pacientemente el ser católico. Y entonces nos enfadamos con Dios y si pudiéramos le apedrearíamos.
Sé que es expresarme de forma muy cruda, así en frío casi nadie estará de acuerdo. Pero es verdad que hemos dejado muchas veces de querer conocer a Dios, de descubrirle en nuestra vida y en nuestra historia. En definitiva, hemos hecho un Dios muy poco amable, obedecible sí, pero que no podemos amar de verdad.
Y si Dios se da a conocer es para que podamos amarle. Amara a Dios significa tener enormes ganas de conocerlo, de saber cada día más de Él y así poner en Él nuestro corazón. El otro día preguntaba a un grupo de chicas buenas, majas, universitarias, de Misa todos los domingos que me explicasen qué es la Biblia. No supieron contestar y reconocieron que hacía mucho que no la leían. Nos volvemos locos por escuchar el testimonio y las vivencias de fulanito que era muy malo y ahora es muy bueno…, pero de Dios, que es el que convierte los corazones no queremos saber nada, o muy poco, no sea que nos comprometa la vida.
¿Hay esperanza? Si, este año jubilar siempre hay sitio para la esperanza. Cuando en un minuto termines de leer este comentario busca la Biblia que tengas por casa (si te das cuenta de que no tienes, cómprate una. No me vale que esté en Internet, es de los libros que mejor en papel y a mano), y comienza a leer algún libro de la Biblia, no importa no hacerlo por orden. Dedícale unos minutos al día a la Palabra de Dios. Te darás cuenta de que, a la hora de aconsejar a tus amigos, o a tus hijos e incluso a ti mismo va brotando esa sabiduría que sólo Dios da. Y animarás a muchos a ir a la fuente para conocer a Jesús. Empezamos unos pocos, pero Jesús no tendrá que abrirse paso para irse, se quedará con nosotros como en Emaús, Él mismo nos explicará las Escrituras en la Iglesia y hasta la parábola del hijo pródigo será nueva cada vez que la leas.
Que nuestra Madre la Virgen nos ayude a amar a su Hijo como ella le ama.
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