Mateo 1, 16. 18-21. 24a “José, hijo de David, no temas”
«Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados». Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor».
Con corazón de padre: así José amó a Jesús. Se habla poco de José, pero lo suficiente para entender qué tipo de padre fue y la misión que Dios le confió. Fue un humilde carpintero (Mt 13,55), desposado con María (Mt 1,18; Lc 1,27); un «hombre justo» (Mt 1,19), siempre dispuesto a hacer la voluntad de Dios y a través de los cuatro sueños que tuvo (Mt 1,20; 2,13.19.22). Después de un largo y duro viaje de Nazaret a Belén, vio nacer a Jesús en el pesebre, porque en otro sitio «no había lugar para ellos» (Lc 2,7).
Fue testigo de la adoración de los pastores (Lc 2,8-20) y de los Magos (cf. Mt 2,1-12), que representaban respectivamente el pueblo de Israel y los pueblos paganos. Tuvo la valentía de asumir la paternidad de Jesús, a quien dio el nombre que le reveló el ángel: «Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21). En el templo, cuarenta días después del nacimiento, José, junto a la madre, presentó el Niño al Señor y escuchó sorprendido la profecía que Simeón pronunció sobre Jesús y María (Lc 2,22-35).
Para proteger a Jesús de Herodes, permaneció en Egipto como extranjero (Mt 2,13-18). De regreso en su tierra, vivió en Nazaret, en Galilea, lejos de Belén, su ciudad de origen, y de Jerusalén, donde estaba el templo. Durante una peregrinación a Jerusalén, perdieron a Jesús, que tenía doce años, él y María lo buscaron angustiados y lo encontraron en el templo mientras discutía con los doctores de la ley (Lc 2,41-50).
José nos recuerda que todos los que están ocultos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. José hizo de su vida un servicio, una donación al misterio de la Encarnación y a la misión salvadora de Jesús. José hizo de su vida un don total de sí mismo, de su trabajo; al haber convertido su vocación humana de amor doméstico, de su corazón y de toda capacidad en el amor puesto al servicio de su familia. Como descendiente de David (Mt 1,16.20), de cuya raíz debía brotar Jesús según la promesa hecha a David por el profeta Natán.
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