Introducción: La esencia de las relaciones humanas y su finalidad en la moral cristiana
Desde los primeros momentos de la creación, el propósito de las relaciones humanas quedó inscrito en la naturaleza misma del hombre y la mujer. Las relaciones, ya sean de amistad, noviazgo o matrimonio, no tienen un fin en sí mismas, sino que están orientadas hacia algo más grande: el crecimiento moral y espiritual de las personas involucradas, y, por extensión, de la sociedad. Como enseña Santo Tomás de Aquino, “el bien común es la medida de todas las acciones humanas”, y esto incluye las relaciones. Sin una orientación clara hacia el bien común, las relaciones se vuelven vacías, centradas en el egoísmo, y pierden su verdadero sentido.
El bien común no es una noción teórica o abstracta. En el contexto de las relaciones humanas, significa que cada vínculo debe ser un espacio de edificación mutua, de crecimiento en virtud y de búsqueda de la santidad. Si una relación no contribuye al bien común, se convierte en un espacio de desorden, donde las pasiones, el egoísmo y el interés personal destruyen el verdadero propósito de la unión entre las personas.
Santo Tomás de Aquino define el bien común como “aquello que es compartido y que, en su plenitud, no solo beneficia a cada individuo, sino que eleva a la comunidad entera” (Suma Teológica II-II, q.58). En las relaciones humanas, esto implica que cada interacción debe estar dirigida hacia la búsqueda del bien espiritual, moral y humano, tanto para los individuos como para la sociedad en su conjunto. Cualquier relación que no esté fundada en este principio está destinada al fracaso.
El bien común: Base inamovible de las relaciones humanas
El bien común es un principio rector en la moral católica que, en su núcleo, expresa la necesidad de que cada acción humana, incluidas las relaciones entre personas, contribuyan no solo al bienestar individual, sino también al bien de la comunidad entera. En el contexto de las relaciones humanas, esto significa que toda interacción debe buscar la edificación mutua y el crecimiento hacia la virtud. Como señala Pío XI en su encíclica Divini Illius Magistri, “El bien común es el principio último que debe regir la vida social y familiar, y solo a través de él se puede alcanzar la verdadera felicidad.”
En el ámbito de las relaciones de amistad y noviazgo, el bien común implica que no basta con buscar la satisfacción emocional o física. Estas relaciones deben estar ordenadas hacia el bien integral de ambas personas. Esto significa que no se puede permitir que las pasiones descontroladas, el egoísmo o el placer momentáneo desvirtúen la dignidad del otro o destruyan el orden natural que Dios ha establecido. Las relaciones entre hombres y mujeres, cuando no están guiadas por el bien común, terminan destruyendo tanto a los individuos como a la comunidad.
San Francisco de Sales es claro al respecto cuando afirma: “Toda amistad que no está fundada en Dios y en la búsqueda de la virtud, no es más que una enemistad disfrazada.” La verdadera amistad, según la enseñanza de la Iglesia, no busca el beneficio personal o la satisfacción egoísta, sino que está orientada hacia el bien del otro y, en última instancia, hacia Dios.
“El bien común no es el resultado de la suma de los bienes individuales, sino que es aquello que, en su totalidad, eleva a la comunidad entera, incluyendo las relaciones humanas.” — Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica II-II, q.58.
La amistad verdadera: Un camino hacia la virtud o un instrumento de perdición
Las amistades verdaderas, según la moral católica, deben ser un medio para el crecimiento en la virtud y la edificación mutua. San Francisco de Sales, en su obra Introducción a la vida devota, subraya que “una amistad que no está dirigida hacia Dios es peligrosa y, tarde o temprano, se convertirá en un instrumento de perdición.” Esto se debe a que una relación que no busca el bien común, es decir, el crecimiento en la virtud y el respeto por la dignidad del otro, inevitablemente se transformará en una relación centrada en el egoísmo y el placer personal.
En el contexto de las relaciones entre hombres y mujeres, esta enseñanza es aún más pertinente. Una amistad que se basa únicamente en la atracción física o emocional, sin una verdadera orientación hacia el bien común, está condenada a corromperse. La pureza y la castidad son esenciales para que estas relaciones puedan florecer verdaderamente. Sin ellas, el respeto mutuo y el bien común se ven comprometidos, y la relación se desmorona.
“Una amistad que no busca el bien del otro no es más que una enemistad disfrazada. Solo cuando la amistad está orientada hacia la virtud, puede considerarse verdadera.” — San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota.
La pureza como fundamento del bien común en las relaciones
La pureza no es una simple norma moral; es un principio fundamental que garantiza el respeto por la dignidad de la persona en cualquier relación. Santo Tomás de Aquino enseña que la pureza es una virtud que ordena correctamente los afectos y deseos, permitiendo que las relaciones entre hombres y mujeres estén orientadas hacia el bien común y no hacia el desorden o el egoísmo.
En su obra Suma Teológica, Aquino nos recuerda que “la pureza es la luz del alma que permite que las pasiones se ordenen hacia el bien.” En otras palabras, la pureza no es una negación de las emociones o del deseo, sino su correcta orientación hacia el respeto mutuo y la edificación del otro. Sin pureza, las relaciones humanas se deforman, convirtiéndose en espacios de desorden y egoísmo.
El bien común, en este contexto, exige que las relaciones entre hombres y mujeres respeten siempre la dignidad del otro, evitando cualquier tipo de familiaridad o intimidad que desvirtúe este principio. El contacto físico y emocional debe estar siempre guiado por el respeto, y no por el deseo de satisfacción inmediata o personal. De lo contrario, la relación se convierte en un instrumento de pecado y destrucción.
“La pureza no es una mera abstención, sino el orden correcto de las pasiones hacia el bien común.” — Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica II-II, q.151.
Evitar las familiaridades inapropiadas que comprometen el bien común
San Luis Gonzaga es un modelo de prudencia y pureza. Su vida es un testimonio vivo de la importancia de evitar las ocasiones de pecado y las familiaridades inapropiadas que pueden llevar al desorden emocional o físico. Gonzaga es claro al afirmar que “es preferible alejarse de cualquier ocasión que pueda comprometer la virtud, por pequeña que parezca.”
En el contexto de las relaciones entre hombres y mujeres, esto implica evitar cualquier tipo de familiaridad que desvirtúe el bien común. Las interacciones deben estar siempre guiadas por la prudencia y el respeto, evitando cualquier gesto o palabra que pueda llevar a la tentación o a la pérdida del respeto mutuo.
Conclusión
El bien común es la brújula moral que debe guiar todas nuestras relaciones. Desde la amistad hasta el matrimonio, toda interacción entre hombres y mujeres debe estar orientada hacia el crecimiento en la virtud y la búsqueda de la santidad. Cualquier relación que no contribuya a este fin está destinada al fracaso moral y espiritual.
“El bien común es la medida de toda relación. En él se encuentra la plenitud de la vida moral y espiritual.” — Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica.
OMO
Bibliografía:
1. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II.
2. San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota.
3. Pío XI, Divini Illius Magistri.
4. San Luis Gonzaga, Escritos espirituales.
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