Desde su lecho de sufrimiento, Alexandrina Maria da Costa vivió una profunda unión con Cristo, ofreciéndose como víctima por la conversión de las almas. Paralizada desde los 21 años, aceptó su dolor como una vocación, y convirtió su habitación en un verdadero santuario de intercesión. Cada
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«¡Pidamos volver a habitar en el Corazón de Cristo, que es la verdadera casa de la misericordia!»