¿Están los católicos obsesionados con la culpa, como dicen algunos? Es verdad que hay católicos (y también no católicos) escrupulosos o con un obsesivo sentimiento de culpabilidad.
Desde la sabiduría que da la Iglesia y las horas en el confesionario, los sacerdotes de Red de Redes (Jesús Silva, Patxi Bronchalo y Antonio Maria Domenech) abordan este tema en su catequesis desenfadada en vídeo que difunde la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP).
La culpa es responsabilidad; la culpabilidad es un sentimiento
Jesús Silva empieza distinguiendo entre culpa y culpabilidad. «La culpa es la responsabilidad que tienes cuando eres responsable de algo, la culpabilidad es un sentimiento, y a veces es desproporcionado, cuando te atribuyes una responsabilidad mayor que la que realmente tienes», detalla. Por ejemplo, si alguien discutiera con una persona, y poco después esa persona muriera, sería una culpabilidad exagerada sentirse culpable por su muerte: no había verdadera relación ni intención de causarla.
Silva advierte de que el demonio («Satán», en hebreo, significa «acusador») a menudo nos echa en cara cosas de las que no somos responsables, o que ya han sido perdonadas por Dios. «Lo hace porque sabe que el que siente culpabilidad pierde la esperanza, que es una virtud fundamental», añade.
Jesús Silva, Patxi Bronchalo y Antonio Maria Domenech hablan de la confesión, escrúpulos, laxitud…
El escrupuloso y la espiral del desánimo
Los tres sacerdotes abordan también el caso de los escrupulosos. La escrupulosidad es «una enfermedad del alma que te lleva a sentirte culpable por todo», con el riesgo del «desánimo y la acedia, una tristeza espiritual», apunta Domenech. «Es una espiral en la que te sientes en todo y siempre pecador, y para salir de ella hace falta ayuda», dice.
A una persona que se juzga a sí misma con demasiado dureza se le puede proponer un ejercicio para pensar con más claridad, preguntándole: «Si a otra persona le pasara esto, ¿pensarías que es culpable?»
Otras veces, la culpabilidad exagerada es, directamente, una tentación del demonio. “Lo que hay detrás de la culpabilidad es un perfeccionismo«, y en otras ocasiones incluso es el disfraz de la soberbia.
Confesarse sin agobios
«Si eres culpable no pasa nada: asúmelo, pídele perdón a Dios y adelante», es lo que proponen los sacerdotes, aplicando humildad, realismo y buen ánimo.
«Tu pecado te sorprende a ti, pero no a Dios: Él es omnisciente, y no te pide que seas perfecto, sino que trates de amoldar tu voluntad a la Suya, y que cuando metas la pata pidas perdón», explica Jesús Silva. «No te canses nunca de volver a levantarte y retomar el ideal inicial».
«Pecados en realidad hay 15»
A los curas no les escandaliza que la gente se confiese siempre de lo mismo, porque, señala Patxi Bronchalo, «pecados en realidad hay 15 —los diez mandamientos de la Ley de Dios y los cinco de la Iglesia» (saltarse la misa, saltarse los ayunos, no confesarse al menos una vez al año, no comulgar al menos en Pascua y no ayudar a la Iglesia en sus necesidades).
«El diablo siempre ataca por el punto más débil», avisa Silva (es decir, insistirá siempre en los mismos temas que le dan ciertos resultados).
Bronchalo recuerda que «Dios prefiere al humilde y pecador que al perfecto y soberbio». Y añade: «Dios usa todo lo malo para que nos salvemos, no para que le demos vueltas como una hormigonera a nuestra historia, heridas e inseguridades».
Domenech recuerda que cuando Jesús dice “no juzguéis y no seréis juzgados” también lo dice hacia nosotros mismo. “La opinión de ti sobre ti mismo da igual, quien te va a juzgar es Dios, tu Padre, que te creó con amor y te espera en el cielo”, explica.
Eres obra magnífica de Dios: ¡ten autoestima!
Bronchalo advierte del riesgo de una “autoestima mal puesta, en personas muy volcadas hacia afuera pero con un profundo desprecio hacia sí mismas”.
“La baja autoestima al final te hace creer que eres una chapuza de Dios, y Dios no hace chapuzas: tú eres una obra perfecta, preciosa y maravillosa de Dios, creada a su imagen, con puro amor, y capaz de hacer cosas maravillosas, no solamente pecados”, reflexiona Silva.
El sacerdote recuerda que en cierta ocasión se decía a sí mismo “tonto, imbécil” tras haber pecado… “y sentí la voz de Jesús que me decía ‘no te insultes, que me hace daño’”.
Ni rigorismo ni laxitud
“Es importante formar bien la conciencia, para pedir perdón por la culpa objetiva: el combate espiritual también es esto”, dice Bronchalo. Silva añade que formar la conciencia es evitar los extremos del rigorismo y la laxitud: “Decir que todo da igual o que nada es pecado va en contra de cada página del Evangelio, y contradice la confesión de la justicia divina… pero el rigorismo es de fariseos y va en contra de la confesión de la misericordia divina”.
“El punto medio es que uno se reconoce culpable, pero sabe que esa culpa es parte de la condición humana herida, y que además es perdonada por Dios en el sacramento de la confesión, y uno es regenerado para empezar de nuevo”, dice.
Para Bronchalo, formar la conciencia requiere trato de amistad con Cristo, “de corazón a corazón”, sea en la Palabra, frente al sagrario o con los hermanos.
El capítulo concluye, como es habitual, con una ronda de recomendaciones. Domenech recomienda conocer la vida de santa Faustina Kowalska y sus revelaciones sobre la Divina Misericordia. También llama a leer el libro el libro Vida espiritual, de Luis María Martínez, que fue arzobispo primado de México. Silva propone ver la película Puñales por la espalda (de 2019, muere un rico escritor y la policía interroga a todos los habitantes de la casa) y reflexionar sobre el tema de la culpabilidad y la responsabilidad, viendo cómo a veces es complicado discernir entre ellas con claridad.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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