G.K. Chesterton, un destacado escritor y pensador inglés del siglo XX, empleó paradojas para desafiar y clarificar las ideas de su tiempo. Una de sus paradojas más profundas es la que se refiere a la modernidad y el progreso. Chesterton criticó la tendencia moderna de rechazar las tradiciones y verdades antiguas, argumentando que esto no siempre lleva a un verdadero progreso, sino que a menudo resulta en la repetición de errores antiguos. Este artículo explora esta paradoja, centrada en la idea de la «democracia de los muertos» y cómo esta perspectiva resalta la importancia de la tradición y la fe en la búsqueda del fin último del hombre en Dios.
La Democracia de los Muertos
Chesterton introdujo la idea de la «democracia de los muertos» en su obra Ortodoxia, argumentando que la tradición otorga voz a nuestros antepasados, permitiendo que sus sabidurías acumuladas guíen a las generaciones presentes. Chesterton dice:
«La tradición significa dar votos a la más oscura de todas las clases, nuestros antepasados. Es la democracia de los muertos.» («Ortodoxia»).
Esta afirmación resalta la importancia de honrar y preservar las enseñanzas de aquellos que nos precedieron, permitiendo que sus experiencias y conocimientos continúen influyendo en nuestras decisiones y valores.
La Tradición como Pilar de la Verdad
La tradición, según Chesterton, no es simplemente un conjunto de costumbres antiguas, sino una guía viva que conecta a las generaciones presentes con las sabidurías pasadas, orientando al hombre hacia su fin último en Dios. Chesterton decía:
«La tradición se niega a someterse a la pequeña y arrogante oligarquía de los que meramente están caminando por ahí.» («Ortodoxia»).
La importancia de la tradición se refleja también en las enseñanzas de los Padres de la Iglesia. San Agustín, por ejemplo, afirmó que el hombre ha sido creado para Dios y que solo en Él encuentra su verdadera paz:
«El hombre ha sido hecho para Dios, y su corazón estará inquieto hasta que descanse en Él.» (San Agustín, Confesiones).
San Ireneo de Lyon complementa esta idea diciendo:
«La gloria de Dios es el hombre viviente, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios.» (Contra las Herejías, Libro IV, Capítulo 20).
El Progreso Verdadero vs. Cambio por el Cambio
Chesterton distinguía claramente entre verdadero progreso y cambio sin dirección. Para él, el verdadero progreso es un movimiento hacia un objetivo específico y significativo, alineado con el propósito divino y la naturaleza humana:
«El progreso debería significar que estamos caminando hacia un lugar concreto. Pero, si el progreso es simplemente el cambio, seguramente nos dirigiremos a algún lugar donde no queramos ir.» («Lo que está mal en el mundo»).
Santo Tomás de Aquino refuerza esta idea en su Suma Teológica, afirmando que el progreso de la ciencia y la técnica no puede ser considerado verdadero progreso si no se orienta al bien último del hombre:
«El fin último del hombre es vivir en comunión con Dios.» (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, q. 1, a. 8).
San Basilio Magno también destaca que el progreso auténtico del hombre reside en su participación en la naturaleza divina:
«El hombre ha sido hecho para participar en la naturaleza divina y es en este fin donde reside su verdadera realización.» (San Basilio Magno, Sobre el Espíritu Santo, Capítulo 9).
La Modernidad y su Rechazo de lo Sagrado
Chesterton criticó la modernidad por su tendencia a secularizar y rechazar las verdades sagradas y eternas, lo cual, según él, lleva a una pérdida de sentido en la vida humana:
«El mundo moderno, con sus libertades, su educación y su publicidad, tiene menos lugar para la mente que el oscuro y estrecho mundo medieval.» («El Hombre Eterno»).
San Agustín advirtió sobre los peligros de apartarse de Dios, afirmando que:
«El corazón del hombre se aparta de la verdad cuando se aparta de Dios.» (San Agustín, Confesiones).
Asimismo, San Cipriano de Cartago insistió en la importancia de la Iglesia como madre espiritual, esencial para mantener la verdad y la fe:
«Nadie puede tener a Dios como Padre si no tiene a la Iglesia como Madre.» (San Cipriano, De la Unidad de la Iglesia Católica, Capítulo 6).
El Fin del Hombre en Dios
El objetivo último del hombre, según la doctrina católica tradicional, es alcanzar la unión con Dios. La naturaleza humana está orientada hacia la divinidad, y solo en Dios encuentra su realización plena. Chesterton lo resumió así:
«El propósito de la vida es servir, y mostrar compasión y la voluntad de ayudar a los demás.» («Ortodoxia»).
Santo Tomás de Aquino también destaca que la comunión con Dios es el fin último del hombre:
«El fin último del hombre es vivir en comunión con Dios.» (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, q. 1, a. 8).
San Juan Crisóstomo añade que todas las acciones del hombre deben estar orientadas hacia la bienaventuranza eterna con Dios:
«Todo lo que hacemos, lo hacemos para alcanzar la bienaventuranza eterna con Dios.» (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de Mateo, Homilía 1).
Transmitiendo el Fuego, no las Cenizas
Chesterton enfatizó la necesidad de mantener viva la tradición, no como un ejercicio de preservación estéril, sino como un esfuerzo para transmitir lo esencial y vital de la fe y la sabiduría acumulada:
«No transmitimos las cenizas, sino el fuego.» (G.K. Chesterton, El Hombre Eterno).
Este concepto destaca la idea de que la tradición no es simplemente una reliquia del pasado, sino una fuente viva de verdad y guía que debe ser mantenida y nutrida para iluminar el camino de las generaciones futuras.
La tradición, cuando es respetada y seguida, guía al hombre hacia su fin último en Dios. La «democracia de los muertos» asegura que las voces de nuestros antepasados continúen influenciando y enriqueciendo nuestras vidas. El verdadero progreso está en alinearse con la voluntad divina y no en cambiar por el simple deseo de novedad. La modernidad necesita redescubrir el valor de lo sagrado y eterno para evitar caer en errores antiguos. Como dijo Chesterton:
«La verdadera humildad es entender que bajo el sol todo es vanidad excepto la fe en Dios.» («Ortodoxia»).
OMO
Bibliografía
Chesterton, G.K. Ortodoxia. Trad. Luis de La Plaza. Editorial Acantilado, 2010.
Chesterton, G.K. Lo que está mal en el mundo. Trad. José Antonio León. Editorial Espuela de Plata, 2012.
Chesterton, G.K. El Hombre Eterno. Trad. Julio de la Cruz. Ediciones Palabra, 2015.
San Agustín. Confesiones. Trad. Luis Segundo Gómez-Acebo. Editorial Edaf, 2010.
San Ireneo de Lyon. Contra las Herejías. Trad. Juan José Ayán Calvo. Biblioteca de Autores Cristianos, 2012.
Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. Trad. Fray Antonio Millán-Puelles. Biblioteca de Autores Cristianos, 2010.
San Basilio Magno. Sobre el Espíritu Santo. Trad. Domingo Ramos-Lissón. Editorial Ciudad Nueva, 2013.
San Cipriano de Cartago. De la Unidad de la Iglesia Católica. Trad. Ángel Custodio Vega. Editorial Ciudad Nueva, 2007.
San Juan Crisóstomo. Homilías sobre el Evangelio de Mateo. Trad. Juan Miguel Ferrer Grenesche. Biblioteca de Autores Cristianos, 2013.
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