Hay algunos que no quieren que Cristo reine. El Sagrado Corazón le prometió a santa Margarita: “Reinaré a pesar de mis enemigos”. Teniendo presente que todo el mensaje del Sagrado Corazón es de misericordia, podemos pensar que los enemigos del Corazón de Jesús son los que odian su amor. Nada más terrible que eso.
En el siglo XIII san Francisco gritaba por los campos de la Umbría italiana: “El Amor no es amado”. Eso lo produce la indiferencia. Pero aquí se dice algo más fuerte y es que es rechazado y, además, con un componente social que no puede ignorarse. Como dijo Benedicto XVI: “han expulsado a Dios de la sociedad”.
En la parábola de los talentos encontramos dos aspectos. Por una parte están los talentos recibidos y que hay que hacer rendir. El Catecismo recuerda que el Reino de Cristo no vendrá por un triunfo histórico de la Iglesia, sino por una irrupción de lo alto. Por decirlo así, será un exabrupto de misericordia. Pero eso no dispensa de hacer rendir los dones de la gracia. Por mucho que el mal se presente como invencible o que los enemigos de Dios parezcan disponer de más medios y más eficaces, no podemos tumbarnos a la bartola.
El que los católicos, por ejemplo, se manifiesten a favor de la familia y de la libertad de educación no responde a un cálculo meramente humano, sino que brota como exigencia de los dones que Dios les ha encargado custodiar y acrecentar.
En el libro de los Mascabeos vemos hasta donde puede llegar la lucha absurda contra Dios. Sabedores de que no pueden derrotarlo intentan que todos lo abandonen. Por eso martirizan a los siete hermanos. Es como si en su insensatez pensaran que si Dios se queda solo, sin nadie que le reconozca y ame, será así derrotado. No nos engañemos, es el deseo del demonio que contra la Soberanía de Dios alzó su “no quiero servir”. Esa parece ser la consigna de algunos gobernantes. No se entiende sino esa aversión a la libertad, a la Iglesia, al sacerdocio, a la familia…
La Virgen de la Esperanza nos asegura que el Señor volverá y que, en algún momento, se hará visible su victoria definitiva sobre la muerte … Jesús reinará, pero ya lo hace en nosotros, que nos reconocemos humildes servidores suyos, como la Virgen María, y no queremos sino corresponder a tantas gracias como nos ha dado.
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