27/12/2024

LA POBREZA DEL PESEBRE Y EL MUNDO MATERIALISTA: UN LLAMADO A LA CONVERSIÓN

I. INTRODUCCIÓN: EL MISTERIO QUE DESARMA NUESTRA SOBERBIA

En el frío silencio de la noche en Belén, Dios mismo quiso hacerse pequeño. El Rey eterno, el Creador del universo, nació en la más absoluta pobreza, rodeado de animales y cubierto apenas con unas telas humildes. ¿No debería este hecho abrumarnos de asombro y gratitud? ¿No es este misterio el espejo donde nuestras almas, hinchadas de orgullo y sedientas de bienes terrenos, pueden encontrar la verdadera medida de su nada?

San Bernardo decía: “La majestad se humilla, la riqueza se empobrece, la omnipotencia se ata en pañales”. Y en este gesto de inefable ternura, Cristo nos invita a reconsiderar la relación que tenemos con este mundo y sus engañosas promesas de felicidad. Este artículo quiere ser una reflexión sobre la pobreza del Pesebre frente al materialismo de nuestro tiempo, para que nuestros corazones se conviertan y regresen al amor verdadero.

II. LA POBREZA DEL PESEBRE: ELOCUENCIA DIVINA DE LA HUMILDAD

La cuna de Cristo, hecha de madera burda, nos habla más que mil sermones. Ella clama la paradoja divina: el Rey de Reyes no eligió palacios ni tronos, sino la pobreza y la simplicidad como trono de su amor. Es imposible contemplar el Pesebre y no recordar las palabras de San Francisco de Asís: “Dios se hizo pobre para que, en su pobreza, tú encuentres la riqueza de su amor”.

1. EL PESEBRE, ESCUELA DE HUMILDAD

En el seno del Pesebre se destila la lección más profunda de la fe: no en la grandeza ni en los logros mundanos encontramos a Dios, sino en la pequeñez y el abandono. Así lo proclama San Bernardo: ”¿Quieres subir? Comienza bajando. ¿Quieres edificar un templo alto? Comienza con el fundamento de la humildad”.

La pobreza del Pesebre no es solo ausencia de bienes, sino una pobreza interior: Cristo, siendo Dios, se despoja de todo para que comprendamos que el verdadero camino hacia la grandeza está en el vaciamiento de nosotros mismos.

2. LOS SANTOS Y LA IMITACIÓN DE CRISTO POBRE

Los Santos, en su ardiente deseo de conformarse con Cristo, siempre buscaron el tesoro escondido de la pobreza. San Juan de la Cruz nos enseña: “Para poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada”. La pobreza no es miseria, sino un acto de abandono en la Providencia divina, donde todo bien verdadero radica en Dios.

III. EL MUNDO MATERIALISTA: EL PESEBRE OLVIDADO

Vivimos en un tiempo donde el pesebre ha sido desplazado por vitrinas llenas de luces y promesas vacías. El materialismo reina en el corazón humano, prometiendo una felicidad que nunca puede dar. Cristo, en el silencio de su pobreza, contradice todas estas falsas promesas.

1. LA IDOLATRÍA DE LAS RIQUEZAS

“Las riquezas son cadenas para el alma”, advertía Santo Tomás de Aquino. Este mundo nos enseña a acumular, a medir nuestro valor por lo que poseemos, mientras que Cristo nos enseña: “Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mt 6, 21).

San Basilio también se levanta como voz profética: “El pan que guardas pertenece al hambriento; el manto que escondes en tu cofre, al desnudo”. Ante estas palabras, el brillo del materialismo pierde su encanto y el alma es llamada a cuestionarse: ¿qué he hecho con los bienes que Dios me confió?

2. LA POBREZA COMO RIQUEZA INTERIOR

El materialismo no solo empobrece al espíritu; lo esclaviza. San Agustín lo señala con precisión: “Quien tiene a Dios, lo tiene todo. Quien no lo tiene, aunque posea todo, no tiene nada”. La pobreza del Pesebre revela la verdad de esta sentencia: el verdadero tesoro es el amor divino, y quienes lo poseen no necesitan más.

IV. EL PESEBRE: UN LLAMADO A LA CONVERSIÓN

Ante el pesebre, el alma es invitada a contemplar, a meditar y a cambiar. Cristo no nació en la pobreza por casualidad, sino para mostrarnos el camino de la verdadera libertad: “No se puede servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24).

1. LA POBREZA: CAMINO HACIA DIOS

San Bernardo insiste: “Nada tan grande teme el demonio como a una alma desprendida”. La pobreza no solo nos libera de las ataduras del mundo, sino que abre el corazón a Dios. Es en el vacío de nuestras manos donde Él puede derramar su gracia.

2. LA CARIDAD, FRUTO DE LA POBREZA VERDADERA

El pesebre nos invita no solo a ser pobres, sino a dar. Como decía Santa Teresa de Ávila: “Si tienes amor verdadero, siempre hallas algo para dar”. La pobreza que Cristo nos muestra no es un fin en sí mismo, sino un medio para amar más y mejor.

V. CONCLUSIÓN: LA NAVIDAD, TIEMPO DE RENOVAR NUESTRO ESPÍRITU

El Pesebre de Belén es el grito de Dios a un mundo distraído: “No busques fuera lo que solo puedes encontrar dentro”. Es la denuncia de un amor eterno que se encarna en la pobreza para invitarnos a cambiar nuestras prioridades, a convertirnos, a amar.

San Bernardo, si estuviera entre nosotros, nos exhortaría con sus palabras ardientes: ”¿Por qué temes ser pobre, si la misma pobreza te ha hecho rico en Cristo?”. En esta Navidad, contemplemos el Pesebre con ojos nuevos, con un corazón dispuesto a dejar atrás el materialismo y abrazar la riqueza infinita del amor de Dios. Solo así, como los pastores en aquella noche santa, podremos arrodillarnos ante el Niño, sintiendo que en su pobreza hemos encontrado la verdadera plenitud.

OMO

BIBLIOGRAFÍA

1. San Bernardo de Claraval, Sermones sobre el Cantar de los Cantares.

2. San Francisco de Asís, Escritos completos.

3. San Juan de la Cruz, Subida del Monte Carmelo.

4. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica.

5. San Basilio, Homilías sobre la justicia social.

6. San Agustín, Confesiones.

7. Santa Teresa de Ávila, Camino de Perfección.

8. Catecismo de la Iglesia Católica, números 2443-2449 (Doctrina sobre la pobreza y la justicia).

9. Sagrada Escritura, Evangelios Sinópticos.

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