16/03/2025

LA SANTA CUARESMA: UN TIEMPO PARA DESPERTAR

EL LLAMADO DE LA IGLESIA A LA CONVERSIÓN Y LA VERDADERA LIBERTAD

Vivimos en una época que presume de estar siempre informada, pero que no soporta que se le recuerde la verdad más simple de todas: que el hombre tiene un alma y que, tarde o temprano, tendrá que rendir cuentas por ella.

El mundo moderno es como un hombre que camina por un camino oscuro sin querer admitir que no ve nada. En lugar de detenerse, encender una luz y orientarse, decide seguir avanzando a ciegas, confiando en que, de alguna manera, no se caerá en el abismo. Y si alguien intenta advertirle, se enfada y responde que no hay tal abismo, que lo único que existe es el suelo bajo sus pies y que preocuparse por lo que no se ve es cosa de gente anticuada.

Pero la verdad no desaparece porque no se la quiera mirar. La Iglesia, con la sabiduría de quien ha visto pasar siglos de necedad humana, no se cansa de recordárnoslo. Y lo hace con una insistencia que no es otra cosa que amor de madre: nos llama a la conversión, a la reflexión y al arrepentimiento.

Porque la Cuaresma no es una costumbre, ni un simple período litúrgico, ni una especie de tradición que mantenemos por inercia. Es un llamado a despertar.


LA CUARESMA Y EL DESPERTAR ESPIRITUAL

Uno de los grandes problemas del hombre moderno no es que sea pecador (porque eso lo ha sido siempre), sino que ha dejado de creer en el pecado. No es que haga el mal, sino que ya ni siquiera lo llama mal. Ha cambiado el significado de las palabras, ha buscado excusas, ha encontrado justificaciones.

Pero los nombres no cambian la realidad. Se puede llamar “error” a lo que es una injusticia, “distracción” a lo que es un vicio, “libertad” a lo que es esclavitud. Se puede evitar pronunciar la palabra pecado, pero el pecado sigue estando ahí, con todas sus consecuencias.

Por eso, la Iglesia insiste en la Cuaresma: para que el hombre recuerde que su alma no es un adorno, sino la parte más importante de sí mismo.

El mundo nos da miles de razones para olvidar lo esencial. Nos distrae con ruido, nos entretiene con trivialidades, nos invita a preocuparnos por todo menos por lo que realmente importa. Y en medio de todo ese estruendo, la Iglesia habla con la voz clara y firme de quien conoce la verdad:

“Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás.”


LA CONFESIÓN: VOLVER A LA VERDAD

Despertar es solo el primer paso. Porque si un hombre abre los ojos y descubre que está sucio, necesita limpiarse. Y eso es la confesión.

Pero aquí viene la gran dificultad: el hombre moderno odia admitir que está equivocado. Prefiere cualquier explicación antes que aceptar su culpa. Prefiere decir que “todos hacen lo mismo”, que “nadie es perfecto”, que “no hay que juzgar”.

Sin embargo, la confesión no es una humillación, sino una liberación. Es el momento en el que dejamos de engañarnos a nosotros mismos y nos enfrentamos a la verdad con valentía. Es el acto más honesto que existe, porque en él un hombre deja de justificarse y se reconoce como es.

No hay alivio más grande que el de un alma que ha sido perdonada. El hombre que carga con sus pecados sin confesarlos es como quien lleva sobre los hombros un peso invisible: no lo ve, pero lo siente. Y cuando finalmente lo deja caer, se da cuenta de lo libre que podría haber sido todo el tiempo.

La Iglesia nos ofrece este don con generosidad, no como un castigo, sino como una invitación a la verdadera paz.


EL AYUNO Y LA MORTIFICACIÓN: LA DISCIPLINA DEL ESPÍRITU

El mundo nos dice que lo único que importa es el placer, que la vida debe ser cómoda y fácil, que privarse de algo es una tontería. Pero el mundo no entiende la diferencia entre comodidad y libertad.

Un hombre que no sabe decirse “no” a sí mismo no es libre. Es esclavo de sus propios impulsos. Es un barco sin timón, arrastrado por el viento de sus deseos.

El ayuno y la mortificación no son caprichos de la Iglesia, ni tradiciones sin sentido. Son ejercicios del alma, formas de aprender a dominarse a sí mismo. Así como un atleta entrena su cuerpo para hacerlo más fuerte, el cristiano entrena su espíritu para hacerlo más resistente.

El ayuno no se trata solo de dejar de comer carne o de saltarse una comida. Se trata de aprender a renunciar a lo inmediato para alcanzar lo eterno. Se trata de recordar que el cuerpo no manda sobre el alma, sino que debe estar al servicio de ella.

El mundo moderno cree que la verdadera libertad es hacer lo que uno quiere. La Iglesia nos enseña que la verdadera libertad es ser dueño de uno mismo.


¿QUÉ GANAMOS CON LA CUARESMA?

El mundo ve la Cuaresma como un tiempo de privación, pero en realidad es un tiempo de ganancia.
 1. Ganamos claridad.
 • Nos sacudimos la pereza espiritual.
 • Dejamos de distraernos con cosas sin importancia.
 • Nos enfrentamos con la realidad de nuestra alma.
 2. Ganamos gracia.
 • Nos reconciliamos con Dios.
 • Nos libramos del peso del pecado.
 • Recuperamos la paz interior que el mundo nunca puede dar.
 3. Ganamos verdadera libertad.
 • Aprendemos a dominar nuestros deseos.
 • Nos fortalecemos espiritualmente.
 • Nos preparamos para la alegría de la Pascua.

Porque esa es la clave de todo: la Cuaresma no termina en la mortificación, sino en la resurrección. No es un camino que se cierra en la penitencia, sino que se abre a la vida eterna.

El mundo busca la felicidad en mil direcciones, pero la Iglesia nos muestra el único camino seguro: morir con Cristo para resucitar con Él.


CONCLUSIÓN: LA IGLESIA Y LA VERDAD QUE NO PASA

En un mundo que cambia constantemente de opinión, la Iglesia permanece. No porque sea obstinada, sino porque la verdad no cambia.

En cada Cuaresma, la Iglesia nos recuerda lo mismo que ha recordado a generaciones enteras antes que nosotros:
 • Que la vida no es solo materia, sino espíritu.
 • Que la muerte no es el final, sino el principio de la eternidad.
 • Que el pecado es real, pero también lo es la misericordia de Dios.

El mundo intentará convencernos de que todo esto es exagerado, que no hace falta pensar en ello, que no tiene sentido vivir con la vista puesta en el cielo. Pero el mundo también está lleno de hombres que, en el último momento de su vida, desearían haber escuchado más atentamente.

Aprovechemos la Cuaresma. No como un simple período litúrgico, sino como lo que realmente es: una oportunidad de oro para despertar, para limpiar el alma y para prepararnos para lo único que realmente importa.

OMO

PUBLICADO ANTES EN CATOLICIDAD