09/01/2025

LA SANTÍSIMA TRINIDAD: MISTERIO Y RESPUESTA ETERNA AL RELATIVISMO

INTRODUCCIÓN: EL MISTERIO DE LA TRINIDAD, LUZ DE LA FE Y LA RAZÓN

Desde los albores del cristianismo, los grandes Padres y Doctores de la Iglesia han contemplado el misterio más sublime y central de la fe: la Santísima Trinidad. Este dogma, revelado en las Escrituras y profesado por la Tradición, nos habla de un único Dios que subsiste en tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Aunque supera la capacidad de la razón humana, no es irracional, sino un misterio de amor eterno que invita al hombre a entrar en comunión con Dios.

Inspirados por el pensamiento de San Agustín, los primeros teólogos y, posteriormente, Santo Tomás de Aquino, reflexionaron sobre este misterio desde la revelación y la filosofía. El propósito no era explicar lo inexplicable, sino defender la verdad revelada contra los errores y herejías que intentaban reducir el misterio a términos humanos. Este ensayo recoge los ecos de esta gran tradición preconciliar, particularmente de los Padres como San Atanasio, San Cirilo de Alejandría, San Basilio, y el mismo Santo Tomás, que iluminaron con su sabiduría el dogma de la Trinidad.

I. LA UNIDAD EN LA DISTINCIÓN

La esencia de Dios es absolutamente una y simple; no hay en Él partes ni composición. Sin embargo, esta unidad no es solitaria, sino que subsiste en una comunión eterna de tres Personas. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son consustanciales, coeternos y perfectamente iguales, pero se distinguen por sus relaciones de origen:

 • El Padre es el principio sin principio, el origen de la Trinidad.

 • El Hijo es engendrado eternamente por el Padre como su Palabra y Sabiduría.

 • El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo como el Amor eterno que los une.

San Basilio enseña:

 “El Padre es fuente de toda divinidad, el Hijo es el que irradia esta fuente, y el Espíritu Santo es la bondad que une y vivifica” (De Spiritu Sancto, 5, 11).

Santo Tomás, retomando a San Agustín, explica que esta distinción de Personas no divide la esencia:

 “En Dios todo es uno, excepto donde hay oposición de relaciones” (Suma Teológica, I, q.28, a.3).

II. EL HIJO: PALABRA Y SABIDURÍA DEL PADRE

El Hijo es el Verbo eterno del Padre, su Sabiduría subsistente y la Imagen perfecta de su ser. San Cirilo de Alejandría señala:

 “El Hijo es de la misma naturaleza que el Padre, irradiación de su gloria y sello de su sustancia. No es una criatura, sino el propio Dios que se hizo hombre” (Glaphyra in Pentateuchum, lib. 2).

San Agustín profundiza en este concepto:

 “El Hijo es llamado Verbo porque expresa al Padre perfectamente, no como una palabra que suena y pasa, sino como la Palabra eterna que permanece” (De Trinitate, XV, 20).

Santo Tomás añade que la generación del Hijo no implica un cambio en Dios, pues es un acto eterno:

 “El Padre comunica su esencia al Hijo, no por necesidad, sino por la perfección de su naturaleza” (Suma Teológica, I, q.27, a.2).

III. EL ESPÍRITU SANTO: AMOR Y COMUNIÓN DIVINA

El Espíritu Santo, en palabras de San Agustín, es “el amor mutuo del Padre y del Hijo” (De Trinitate, XV, 17). No es una emanación pasiva, sino una Persona divina que procede como vínculo eterno de comunión.

San Basilio describe su misión:

 “El Espíritu Santo es el don que perfecciona la creación, santifica las almas y nos introduce en el misterio de la vida divina” (De Spiritu Sancto, 16, 39).

Santo Tomás explica que el Espíritu Santo procede por modo de voluntad, como amor subsistente:

 “Así como el Hijo procede como el Verbo, el Espíritu Santo procede como el amor del Padre y del Hijo, que se comunican mutuamente su bondad infinita” (Suma Teológica, I, q.37, a.1).

IV. LA TRINIDAD EN LA CREACIÓN Y LA SALVACIÓN

Aunque las tres Personas son iguales, sus misiones en la historia de la salvación son específicas:

 • El Padre crea.

 • El Hijo redime.

 • El Espíritu Santo santifica.

San Ireneo enseña:

 “El Padre planifica, el Hijo ejecuta y el Espíritu Santo perfecciona, pero todas estas obras son realizadas por un solo Dios” (Adversus Haereses, IV, 20, 1).

San Atanasio reafirma:

 “La encarnación del Verbo y la efusión del Espíritu Santo son obra del único Dios, que actúa por su amor infinito” (De Incarnatione, 9).

Santo Tomás resalta que, aunque las obras externas son comunes, cada Persona se manifiesta según su propiedad:

 “La obra externa sigue a la esencia, pero la misión refleja la propiedad personal” (Suma Teológica, I, q.43, a.5).

V. REFLEJOS DE LA TRINIDAD EN EL HOMBRE

San Agustín señala que el hombre, creado a imagen de Dios, lleva en su alma un reflejo trinitario:

 “En el alma humana hay memoria, inteligencia y voluntad; tres facultades distintas, pero unidas en una misma esencia” (De Trinitate, IX, 4).

Santo Tomás desarrolla esta analogía:

 “La memoria refleja al Padre, la inteligencia al Hijo, y la voluntad al Espíritu Santo. Este reflejo, aunque imperfecto, nos ayuda a comprender el misterio trinitario” (Suma Teológica, I, q.93, a.9).

CONCLUSIÓN

El misterio de la Santísima Trinidad, fundamento de nuestra fe, es una invitación a contemplar la comunión eterna de amor que define a Dios. Este dogma, custodiado por los Padres de la Iglesia, no es una abstracción, sino la verdad que da sentido a toda la creación y redención.

San Agustín nos anima a adorar este misterio con fe:

 “Cuando amamos, conocemos a Dios, porque Dios es amor. Este amor eterno es la Trinidad: el Padre que ama, el Hijo amado, y el Espíritu Santo, el amor que los une” (De Trinitate, XV, 28).

En un mundo marcado por el relativismo y la confusión, la Santísima Trinidad resplandece como la antítesis de toda fragmentación. Mientras el relativismo niega la verdad objetiva y fomenta el aislamiento del hombre respecto a Dios y al prójimo, la Trinidad proclama la unidad en la diversidad: un único Dios en tres Personas, en perfecta comunión. Este misterio no solo es una verdad de fe, sino un modelo para la sociedad y la Iglesia.

La negación de principios absolutos lleva al individuo a perderse en un mundo sin referencias ni significado. Sin embargo, la Trinidad nos recuerda que toda verdad tiene su origen en Dios, quien es relación y amor en su esencia. Como afirma San Atanasio:

 “El que niega la Trinidad, niega al mismo tiempo el amor, porque no puede concebir una comunión eterna” (Contra Arianos, I, 18).

La Trinidad, lejos de ser una noción abstracta, nos enseña que solo en la verdad absoluta de Dios podemos encontrar nuestra identidad y nuestro destino. Contra el relativismo que disuelve la unidad, el dogma trinitario nos invita a construir relaciones basadas en la comunión, el amor y la verdad. Como subraya Santo Tomás:

 “Dios, en cuanto Trinidad, no es solo el principio de la creación, sino el modelo perfecto de toda relación justa y ordenada” (Suma Teológica, I, q.93, a.8).

Por tanto, el redescubrimiento de esta verdad es fundamental en nuestro tiempo. La Santísima Trinidad no solo es un misterio a contemplar, sino una llamada a vivir en comunión con Dios y con los demás, reflejando en nuestras vidas el amor que une al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. En este mundo fragmentado, el misterio trinitario es la respuesta eterna y perfecta al relativismo que oscurece la verdad y divide al hombre.

OMO

BIBLIOGRAFÍA

 • San Agustín, De Trinitate.

 • San Atanasio, Símbolo de San Atanasio.

 • San Basilio, De Spiritu Sancto.

 • San Cirilo de Alejandría, Glaphyra in Pentateuchum.

 • San Ireneo, Adversus Haereses.

 • Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica.

 • San Atanasio, De Incarnatione.

PUBLICADO ANTES EN CATOLICIDAD