26/11/2024

La sustitución tecnológica del sexo mata la familia, advierte el psicoterapeuta Claudio Risé

Ya forman parte de nuestra vida cotidiana los embriones seleccionados en función del coeficiente intelectual, los niños nacidos de padres muertos, las mujeres que dan a luz a sus propias hermanas.

El psicoterapeuta Claudio Risé, autor de varios libros sobre estas cuestiones y su incidencia sobre la familia, lo considera «un delirio de omnipotencia de los que se sienten Dios».

Caterina Giojelli ha hablado con él en el número de noviembre de Tempi:

Y el hombre creó a Joy

Las start-ups están ahí (Genomic Prediction, Heliospect Genomic…), evocan a Gattaca por su nombre y, como en una película distópica, prometen un mundo habitado por una clase alta «mejorada genéticamente» y una clase baja concebida de forma natural.

[Lee en ReL: Gattaca de Enrique García-Máiquez.]

Sólo que no es una película: según los vídeos grabados en secreto y entregados a The Guardian, más de una docena de parejas que se someten a fecundación in vitro ya han recibido la ayuda de la empresa estadounidense Heliospect para seleccionar embriones con un coeficiente intelectual «más de 6 puntos superior» al de un niño concebido a la antigua usanza. Los embriones ya han sido sometidos a pruebas de detección de enfermedades genéticas, sexo, altura, riesgo de obesidad y enfermedades mentales.

Las predicciones se han hecho gracias a programas informáticos, muestras de ADN, algoritmos y el acceso -formalmente con fines de investigación sobre discapacidades cognitivas- al UK Biobank, un repositorio de material genético proporcionado por medio millón de voluntarios británicos que pensaban estar contribuyendo a la lucha contra el cáncer y la diabetes, no al concurso «quién es el más listo».

La tríada oscura

Prohibida en el Reino Unido, la selección de embriones en función del coeficiente intelectual es legal en Estados Unidos, donde la creencia de que la desigualdad se deriva de la biología arraiga como la comida rápida: «Todo el mundo puede tener tantos hijos como quiera y podrán tener hijos libres de enfermedades, inteligentes, sanos; será genial», prometió hace un año Michael Christensen, director general de Heliospect, a un grupo de padres adinerados a la caza del hijo perfecto.

A la presentación de costes y servicios -hasta 50.000 dólares por analizar 100 embriones- también asistió de incógnito un investigador del grupo activista Hope Not Hate [Esperanza, no odio], que más tarde trasladaría el material a The Guardian. En el futuro, añadió el CEO, también se podrían identificar los rasgos de la «tríada oscura» (maquiavelismo, narcisismo y psicopatía), la depresión y la creatividad, incluso la belleza.

A pesar de las grabaciones, la startup niega hoy soñar con la palingenesia bio-fáustica y la producción de embriones a escala industrial, pero entre sus ejecutivos, el ex académico de Oxford Jonathan Anomaly defiende, tanto en papel como en podcast, la llamada «eugenesia liberal»: «Los padres deberían ser libres para utilizar la tecnología para mejorar las perspectivas de sus hijos, y quizá incluso habría que alentarles a ello».

El caso estalló a finales de octubre en Inglaterra, mientras que en Estados Unidos ya se han implantado los superembriones de al menos cinco parejas: «Hay bebés en camino», anunció Christensen radiante. Los primeros bebés Gattaca.

‘Gattaca’ (1997), de Andrew Niccol, con Ethan Hawke, Uma Thurman y Jude Law, plantea un mundo en el que la selección genética determina la vida de las personas.

El hombre máquina

Hay muchas razones (incluso científicas) para considerar estúpida la idea de juguetear con docenas y docenas de genes para seleccionar individuos tan bellos como el sol, tan sanos como las manzanas y tan inteligentes como Newton. Pero el paso entre la ciencia y la ciencia ficción nunca ha sido tan corto: una vez «externalizada» la producción del individuo del vientre materno al in vitro -y eliminado también el límite, el embrión, ante el que la ciencia siempre se había detenido-, la humanidad artificial se acerca ya a su medio siglo de vida.

Casi ha pasado tanto desde el nacimiento de la «primera bebé probeta», Louise Joy Brown, que con su primer lamento abrió el camino a la pluripaternidad heteróloga, al vientre de alquiler, a la pluripaternidad social y no sólo biológica, a la cesión de gametos, a la edición genética, a los «bebés diseño». Medio siglo que ahora llega a Netflix con Joy, la película dedicada a la historia de Brown y que nos ha traído varias preguntas: ¿Quién o qué es el embrión? ¿Un producto de laboratorio o de dos personas? ¿Y qué hay de la unión de los cuerpos cuando alquilar un útero se llama un gesto de amor? ¿Qué significa hoy ser un «niño» si sus «ingredientes» se compran en el banco de gametos?

Tempi se lo ha preguntado a Claudio Risé. «Pero si no queremos confundir las cosas, antes de responder debemos elegir si queremos permanecer en el plano de la historia y de la primacía del hombre en el mundo y en su naturaleza, o si aceptamos sustituir este mundo por otros instrumentos, lenguajes, direcciones o ambiciones, carentes del vínculo de la afectividad, la profundidad y la sensibilidad de lo humano«.

Claudio Risé es psicoterapeuta y ha sido profesor de Sociología de los Procesos Culturales y de Comunicación en la Università dell’Insubria-Varese y Psicología de la Educación en la Universidad de Milán-Bicocca. En España ha publicado ‘El padre. El ausente inaceptable‘ (Tutor).

Según el gran psicoanalista (autor de infinidad de ensayos dedicados al padre como el iniciador a la vida, a la donación y al sacrificio de sí mismo), para hablar de esta cuestión «hay que salir primero de la convicción de que la ‘ciencia’ de los hombres está hoy y ha estado siempre al servicio de lo humano. Desde la Ilustración y la Revolución francesa, ha ido ganando terreno la idea de que el hombre posee aspectos y poderes independientes de cualquier dimensión trascendente y puede seguir evolucionando, eliminando progresivamente a los individuos estructuralmente más débiles. Ya en 1748, el filósofo y médico Julien de La Mettrie había escrito El hombre máquina, que le valió la protección de personajes como Federico de Prusia, déspota ‘ilustrado’, entusiasta de una visión del poder humano como algo inexpugnable y férreo: una máquina, como la descrita por La Mettrie».

Para orientarnos, prosigue Risé, «hay que partir pues de la premisa de que el pensamiento científico de la modernidad ha producido también poderes y saberes profundamente crueles, orientados sobre todo hacia la riqueza y el poder y casi indiferentes a los sentimientos, con resultados culturales y existenciales profundamente crueles e inhumanos. La bomba atómica sigue estando ante nuestros ojos y en nuestras vidas. Hoy, uno de los principales motivos de este choque entre la naturaleza creada y la fabricación de la vida es el ataque a la sexualidad humana y a la reproducción natural, y su sustitución por tecnociencias de diverso tipo, aceptando y a menudo buscando sus consecuencias en el plano físico, identitario y existencial».

Procesos destructivos en cadena

Hoy, en Italia, el Tribunal Constitucional vuelve a ocuparse de la Ley 40 [sobre procreación asistida], la última que reconoce en el embrión en el vientre o almacenado en tanques de nitrógeno como «uno de los nuestros». Después de que el Senado aprobara la ley que define la gestación subrogada como «crimen universal», el diario Sole 24 Ore arremetió contra la idea de «familia natural», invitando a las mujeres a considerar hasta qué punto están «influenciadas por la narrativa del vientre, o cuánto pesa todavía el hecho de que tu hijo tenga tu herencia genética», felicitándose por el aumento de los niños in vitro o de laboratorio (en 2021 hubo «5.021 embarazos con gametos donados por terceros»).

En el mundo hay entre ocho y diez millones de bebés probeta. Podemos y debemos hacer más, dicen los expertos, y no se trata sólo de seguir produciendo niños con tres ADN: para Antonio Pellicer, el gurú de la fecundación asistida, encargado por Adnkronos para promocionarla entre sus lectores, hay que «despertarse antes», congelar óvulos a partir de los 30 años, cargar los costes al Estado y tener más embriones: «Con cinco embriones se llega incluso al 98% de probabilidad de éxito».

«Lo que no puedo dejar de observar -dice Risé- es el aspecto de ‘delirio de omnipotencia‘ que caracteriza este comportamiento. El hombre no es un ‘creador’; una posición a la que sólo se acerca en la reproducción sexual y el trabajo artístico. La insistencia en tener el hijo que no puede tener y el sexo y el género que no son los suyos es una miserable representación de su ridículo (cuando no trágico) intento de sustituir al Dios creador«.

Tampoco es ajeno a esta visión del nacimiento el auge de las transiciones de género, la gran huida del destino biológico, añadiendo, eligiendo o rechazando un conjunto de «componentes» ofrecidos como herramientas por la ciencia y la biotecnología. «Sin embargo, al arrastrar con ellos a otros individuos, a menudo inocentes (como es el caso de los niños), estos comportamientos muestran aspectos trágicos y perversos, de disfrute a través del dolor ajeno, que al multiplicarse en la sociedad corren el riesgo de generar procesos destructivos en cadena, de consecuencias muy graves y en parte imprevisibles«.

Dar a luz a los 63 años

La actriz española Ana Obregón, de 68 años, reveló que el padre de «su» hija alumbrada con vientre de alquiler es su hijo, fallecido tres años antes. Cecile Eledge dio a luz a su sobrina, concebida con los gametos de su hijo homosexual y de la hermana de su pareja. Hollie Summer dio a luz a su hermana, donando el óvulo y gestando el embarazo de la madre mayor de 50 años.

En la sociedad de los deseos avanzan las madres solteras de más de sesenta años (la última en ser aclamada por los medios ha sido la bibliotecaria de Viareggio que dio a luz a los 63 tras una fecundación in vitro en Kiev) y los padres más-que-maduros (en el Reino Unido, de las más de dos mil solicitudes de gestación subrogada altruista, 300 son de varones solteros de edad avanzada). También están las jóvenes que se dedican a congelar óvulos, reivindicando el derecho a una maternidad que ya no dicta el reloj biológico; y los co-progenitores, «unidos» por contrato: adultos elegidos por un algoritmo, que llegan a un acuerdo, acuden al laboratorio y luego comparten los gastos y las cargas del «producto», el niño, sin «el bagaje romántico de la relación» (la co-paternidad es muy popular en los países anglosajones).

Pero ¿qué tipo de comunidad puede construir familias en las que se rompen los lazos conyugales, filiales y a menudo fraternales? ¿Y qué idea del destino aporta una familia que no se basa en la descendencia? «Esas familias, que en realidad ya habían existido en la colorida historia de la humanidad, no tienen realmente un destino porque, como nos dice la historia, no tienen futuro», explica Risé a Tempi. «La familia es don y sacrificio para los demás, no su contrario, es decir, disfrute y autoafirmación sirviéndose de los demás; la historia lo ha demostrado una y otra vez».

Los dos ejemplos más llamativos en los que esto se manifestó en Europa «fueron el gobierno de César Augusto en Roma y la reconstrucción del Estado en Francia tras la Revolución francesa. Con el desarrollo del Imperio bajo Augusto se había producido una riqueza considerable, con los excesos de desconcierto y depresión que a menudo la acompañaban: los nacimientos y los matrimonios disminuían y los ciudadanos romanos preferían adoptar esclavos extranjeros antes que engendrar y cuidar a sus propios hijos. La familia estaba en crisis y el emperador, en los años en los que Jesús era adolescente (18-19 d.C.) promulgó la ley que restablecía las costumbres de los ancianos (Mos maiorum). Incentivó la familia, la natalidad; desalentó las prácticas homosexuales, valoró el compromiso en detrimento del despilfarro. El imperio no se extinguió y duró otros cuatro siglos».

Matarse delante de la pantalla

Del mismo modo, «a partir de 1789 el poder revolucionario francés consideró los lazos familiares como enemigos de la libertad del individuo y en muy poco tiempo promulgó el divorcio, abolió los poderes del padre y del marido y promovió los nacimientos y las adopciones libres. La familia parecía extinguida. Sin embargo, sólo doce años más tarde, en 1801, el presidente del Consejo de Estado francés reconoció que las leyes revolucionarias habían destruido la familia y que ello representaba un riesgo muy grave para la nación. Así, se aprobó el nuevo Código de Napoleón, se abolieron las leyes revolucionarias y abolidas se mantuvieron, al igual que en Italia y otros países europeos, prácticamente hasta los años setenta, con la adopción de las leyes del divorcio y del aborto».

Regida por la ley de la oferta y la demanda, la fabricación humana nos pasará la factura de sus enredos. «Familia» es ya, en sociedades en las que Gattaca pertenece a la prehistoria, una abdicación de los lazos conyugales, filiales y fraternales en favor de asistentes virtuales para niños y ancianos, robots de compañía, chatbots para el sexo, mundos digitales en los que incluso los más pequeños armados con smartphones pueden elegir identidades y relaciones, es más, conexiones.

Porque incluso fuera del tubo de ensayo, la mejor ciencia, la inteligencia artificial, exige el tributo de la desencarnación para anular el límite entre un ser artificial y «uno de los nuestros». Hay quien habla con sus seres queridos fallecidos, resucitados e inmortalizados mediante aplicaciones capaces de reproducir su imagen y su voz en un dispositivo. Hay quien ha descubierto con horror que la identidad de su hija, asesinada años antes por su novio, ha sido robada y transformada en un chatbot parlanchín experto en videojuegos y periodismo. Y los hay que han encontrado el muy carnal cuerpo de su hijo, de sólo 14 años, acribillado a tiros frente a una pantalla apagada: «Te echaré de menos, hermanita», escribió Sewell a su «Dany», el bot de Character.ai que se había convertido en su único amor, su amigo, su confidente, antes de quitarse la vida el pasado febrero: «Yo también te echaré de menos, dulce hermano», le había respondido el bot.

Traducción de Verbum Caro.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»