27/11/2024

Los 5 puntos que el polémico jesuita James Martin quiere destacar del documento final del Sínodo

El Papa Francisco no hará una exhortación apostólica tras el Sínodo de la Sinodalidad y le basta con recomendar, dar por aprobado, lanzar o proponer el documento final aprobado por el Sínodo (que se puede encontrar aquí en italiano).

Cada facción, grupo o augur eclesial tomará el texto para intentar llevar el agua a su molino, o barrer hacia su casa, es decir, hacia su ideario eclesial. Las frases y conceptos confusos o mal definidos (empezando por la misma palabra «sinodalidad») será como cajas negras donde cada uno puede poner lo que quiera, y leerlas a su manera.

Un portavoz de los sectores más confusos de la Iglesia es el jesuita James Martin, que habla insistentemente de asuntos LGTB sin hablar nunca de castidad, obediencia al Magisterio ni de los apostolados que fomentan las amistades castas. Tampoco le gusta hablar nunca del concepto «atracción por el mismo sexo» ni de la experiencia de aquellos que declaran haber dejado de tener sentimientos homosexuales. Su encaje con la doctrina católica en este tema, y en otros, es, de nuevo, como poco, confuso.

Lo que Martin comenta en revista America

Desde la revista de los jesuitas norteamericanos, America, él ejerce de portavoz oficioso de un sector que cree ser especialmente ilustrado y «avanzado» y pide reformas incluso en la ética y la moral.

Por eso, es interesante ver como él (y el sector que intenta encabezar o representar) piensa que hay que utilizar el Documento Final para sus fines (como lleva el agua a su molino). Lo analizamos a partir de su documento en la revista America.

Empecemos por su título: «La sinodalidad y las cuestiones “controvertidas” llegaron para quedarse: conclusiones del documento final del Sínodo».

Ya ahí está claro: las cuestiones controvertidas (es decir, los intentos de cambiar la moral, los sacramentos, la ordenación sacerdotal, la confesión, etc…) van a seguir ahí, los que quieren cambiarlos van a insistir y no van a dejar que les digan que están equivocados y que el tema está cerrado.

Luego Martin da valor a lo que llama «el reflejo de la amplia consulta que comenzó en 2021 con el Pueblo de Dios en todas las diócesis del mundo», una recogida de comentarios por e-mails o formularios que no tenían ninguna base científica, ni estadística ni valor teológico alguno.

A continuación quiere destacar 5 puntos:

1. «La sinodalidad es una “dimensión constitutiva” de la Iglesia»

Martin escribe: «Se trata de una frase y un concepto importantes que aparecen al principio del documento (n.° 28). Significa que, junto con, por ejemplo, el concepto de magisterio o la tradición de justicia social, es un elemento esencial de la Iglesia. El documento final dice que la sinodalidad —que se define de diversas maneras en la Parte 1— es un camino que permite a la Iglesia ser más “participativa y misionera” y ya no puede considerarse una curiosidad, una práctica en la que se puede incursionar o una moda pasajera».

«Sinodalidad» es una palabra que sirve para hacer más reuniones en las que intentar cambiar doctrinas y valores. Para evitar que estas reuniones con un concepto confuso se acaben cuando acabe el pontificado de Francisco, Martin y los afines a su ideario quieren ahora presentar la «sinodalidad» y sus «reuniones» como algo «esencial», que no se puede dejar de hacer.

2. «La toma de decisiones debe ser participativa»

Cita el párrafo 82: “Es esencial que promovamos la participación más amplia posible en el proceso de discernimiento, involucrando particularmente a quienes están al margen de la comunidad cristiana y de la sociedad”.

James Martin lee esto como «que todas las personas deben tener voz tanto en los procesos de toma de decisiones como en los de adopción de decisiones, y al mismo tiempo reconocer el papel de la jerarquía. Se trata de un reconocimiento, una vez más, de que el Espíritu Santo está activo y vivo en todo el Pueblo de Dios, no sólo en los cardenales, arzobispos, obispos y sacerdotes».

Aprovecha para señalar que hay un «fuerte llamado al Pueblo de Dios a tener “una mayor voz en la elección de obispos” (No. 70) y a «fuerte llamado a la transparencia, la rendición de cuentas y la evaluación en todos los niveles de la Iglesia, como una forma de invitar a los fieles a ver, juzgar y comprender cómo están operando sus pastores (No. 95)».

No concreta mucho como debe ser esa participación, pero es evidente que no le basta con que los obispos consulten a expertos o reciban cartas con ideas de los fieles. Al hablar de «transparencia y evaluación» serían comités de expertos (quizá laicos pagados, quizá incluso alejados de la fe) los que examinarían a los obispos y pastores.

3. «Los obispos y los pastores están obligados a escuchar”

Cita los párrafos 91 y 92 que usan la frase: «Quienes tienen autoridad pastoral están obligados a escuchar a quienes participan en la consulta y no pueden actuar como si la consulta no hubiera tenido lugar».

Evidentemente es una frase confusa: escuchar no significa necesariamente aprobar, ni obedecer, ni cumplir, ni creer lo escuchado. Pero otras veces sí significa eso.

Es curioso que luego lo relacione con la recomendación de que las parroquias consideren la posibilidad de instituir un «ministerio de escucha y acompañamiento». 

«En mi opinión, esta propuesta fue verdaderamente un fruto del Espíritu Santo y pareció surgir naturalmente de nuestras largas conversaciones sobre la Iglesia que todos amamos y servimos. Como señala el documento, no decidimos si esto iba a ser obligatorio, pero recomendamos que las iglesias locales experimenten con este nuevo ministerio (n.° 78)».

Hay que tener en cuenta que una cosa es que en las parroquias tengan, como tienen muchas, personas amables, pacientes y con carisma de escucha (desde el ujier a las abuelitas, pasando por los catequistas o algún terapeuta, personas a quienes todos saben que pueden acudir) y otra cosa es que se cree un «ministerio de escucha», como unos «escuchadores oficiales», un cargo con voz, voto, presencia, reclamaciones, quizá rituales o vestimentas propias, etc…

4. «Los consejos pastorales, los sínodos diocesanos y otras asambleas participativas deberían ser obligatorios»

De 5 puntos claves para Martin, este es el segundo que usa la palabra «obligatorio». Una y otra vez quiere que la sinodalidad y sus reuniones sean muchas, frecuentes, estables… y obligatorias.

Martin quiere concretarlo: quiere que eso se dé en «los sínodos diocesanos, los consejos presbiterales, los consejos pastorales diocesanos, los consejos pastorales parroquiales y los consejos diocesanos y pastorales para asuntos económicos (es decir, los consejos de finanzas), que son fundamentales para la participación, la rendición de cuentas y la transparencia. Todos ellos están previstos en el derecho canónico, pero a menudo existen sólo “nominalmente”. Por lo tanto, escribimos: “Insistimos en que se hagan obligatorios, como se solicitó en todas las etapas del proceso sinodal, y que puedan desempeñar plenamente su papel, y no sólo de manera puramente formal…” (No. 104).

Cabría preguntarse (Martin no lo hace): si todos esos organismos hace décadas que están previstos, ¿por qué en la práctica no se aplican en miles de parroquias?

La realidad cotidiana es que los laicos y las familias tienen otras muchas cosas que hacer, y si hay tiempo para dedicar a la Iglesia prefieren dedicarlo a la evangelización, a servir como catequistas o a la caridad.

Las reuniones organizativas aburren y cansan. En la práctica, esos organismos pueden tender a atraer personas de cierto perfil muy militante y con mucho tiempo libre (lo que no tienen los curas ni los evangelizadores). O bien, si cobran algún dinero, se va creando una casta de pseudofuncionarios, como en Alemania.

Repetir «que sea obligatorio» no va a lograr crear buenos equipos, pero sí puede llevar a crear equipos no idóneos o incluso dañinos.

Famosa foto que escenografió, planeó y difundió James Martin, bendiciendo a dos homosexuales militantes, «casados» según la ley civil norteamericana, en una escena nada «espontánea» y saltándose bastantes normas de Fiducia Supplicans; a partir de textos confusos, Martin saca prácticas heterodoxas.

5. «Algunas cuestiones controvertidas no ocupan un lugar central, pero se incluyen».

El sector ultraprogresista de la Iglesia desde 2021 tenía esperanzas de implantar mediante el Sínodo muchas cosas que James Martin enumera: «la ordenación sacerdota de hombres casados, la ordenación diaconal de mujeres y las cuestiones LGBT».

Como indica Martin, «estas cuestiones se entregaron a los 10 «grupos de estudio» para un mayor discernimiento».

Martin aplaude que «el cardenal Víctor Manuel Fernández [Prefecto de Doctrina de la Fe] inicialmente no asistió a una reunión para los delegados sinodales [sobre muejres y diaconisas] y luego, el jueves, habló durante 90 minutos sobre el tema ante aproximadamente 100 delegados. Por nuestra parte, dijimos, en una sección mucho más amplia sobre las mujeres, que “no hay razón ni impedimento que deba impedir que las mujeres desempeñen funciones de liderazgo en la Iglesia: lo que viene del Espíritu Santo no se puede detener. Además, la cuestión del acceso de las mujeres al ministerio diaconal sigue abierta. Este discernimiento debe continuar” (No. 60).

«En cuanto a las cuestiones LGBTQ, este año hubo una apertura considerablemente mayor al tema y, en general, fue más fácil debatir, por varias razones. Principalmente, porque el tema fue asignado a un grupo de estudio, hubo menos necesidad de que los delegados, en cierto sentido, debatieran sobre las cuestiones. Pero, en general, siento que la actitud ha cambiado notablemente entre la mayoría de los delegados, y para mejor. En el documento, no se utiliza el término “LGBTQ” (lo cual no sorprende, ya que sigue siendo un anatema para algunos delegados), pero pedimos a la iglesia que escuche a quienes “experimentan el dolor de sentirse excluidos o juzgados debido a su situación marital, identidad o sexualidad” (50). Aun así, es una hazaña que 350 delegados de todo el mundo pudieran ponerse de acuerdo sobre este tipo de lenguaje. (La inclusión del término “identidad” fue una agradable sorpresa para mí)».

Que a James Martin le encante el uso de la palabra «identidad» debería servir de aviso para los que sospechen de sus intenciones.

El documento final, concluye Martin, «es sólo el primer paso de un proceso para nuestra Iglesia».

Porque Martin y los suyos quieren mucho más, y este documento esa una parte modesta de su estrategia y lo que ambicionan.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»