«Id y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28, 19)… «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado» (Mc 16, 15-16)… Ése es el mandato de Jesucristo, y a lo largo de la historia, la Iglesia ha crecido mediante su cumplimiento. Cada alma cuenta, aquí y ahora, y a ninguna se puede renunciar, porque aquí y ahora se juega su destino eterno. La Iglesia solo existe para evangelizar con la Palabra y los sacramentos.
Renunciar a la evangelización para limitarse a cultivar lo propio y aislarse del mundo no es, pues, una opción para los cristianos. ¿Tiene entonces algo que enseñarnos en nuestros días el modelo de crecimiento de los amish, una comunidad cerrada? Puede que en algo sí, como sostiene David Larson, teólogo formado en el Spring Hill College jesuita de Alabama, en un reciente artículo en Crisis Magazine (los ladillos son de ReL):
¿Vivir como los amish?
El cristiano devoto y observador es indudablemente consciente del precario estado de la fe en el mundo actual, por lo que cada vez está más abierto a soluciones poco convencionales. Una de esas soluciones posibles es seguir el ejemplo de nuestros barbudos vecinos amish y formar comunidades religiosas basadas en reglas, pero tal vez sin el caballo y la calesa.
La debacle
Un breve vistazo al estado actual del cristianismo estadounidense debería desengañar a cualquiera de la idea de que esto es innecesariamente drástico.
Las denominaciones protestantes tradicionales de Estados Unidos se están desangrando tan rápidamente que probablemente desaparecerán en veinte años. No es mi predicción, sino la de ellos mismos. La ELCA (la principal rama luterana) prevé que, en 2041, solo tendrá 16.000 fieles; la PC(USA) (la principal rama presbiteriana) ha perdido casi el 40% de sus miembros en la última década, lo que ha llevado a un analista a señalar que «al ritmo actual de reducción, la PC(USA) habrá dejado de existir en unos veinte años»; y los datos de la Iglesia episcopal muestran el mismo plazo de veinte años hasta que la denominación se quede sin fieles.
Las denominaciones más conservadoras solían reírse de estos titulares y decir: «Si solo predicaran el Evangelio en lugar del activismo liberal, crecerían como nosotros». Pero ya no lo dicen. La Convención Bautista del Sur, la mayor de las iglesias evangélicas, ha perdido el 14% de sus miembros desde 2006; los metodistas están perdiendo miembros mientras se encuentran en medio de una brutal escisión y, en el caso de los católicos, tal como afirmó el obispo Robert Barron durante la conferencia anual de obispos de 2019, «la mitad de los niños que hemos bautizado y confirmado en los últimos treinta años ahora son excatólicos o no se adhieren a la Iglesia católica».
La excepción
Sin embargo, hay una gran excepción: los amish, un grano de mostaza que está creciendo hasta convertirse en un gran árbol ante nuestros ojos. Los amish llegaron a Estados Unidos poco después de que su fundador, Jakob Ammann, se separara de los menonitas en 1693 por ser demasiado laxos a la hora de hacer cumplir sus normas comunitarias, recogidas en la Confesión de Fe de Dordrecht. Durante los siguientes doscientos años, los amish no fueron más que unas pocas familias excéntricas de Pensilvania que hablaban en un arcaico alemán suizo. En 1920, estas pocas familias habían crecido hasta las 5.000 personas y desde entonces se duplican cada 15 ó 20 años, incluso entre 2000 y 2020, cuando se duplicaron hasta las 351.000.
A menos que algo cambie drásticamente en su cultura, se prevé que este crecimiento continúe. Un demógrafo, Lyman Stone, demostró que a su actual ritmo de crecimiento fácilmente pueden constituir la mayoría de Estados Unidos dentro de 200 años. Esto significa que el momento actual puede marcar el punto medio entre su llegada como un pequeño grupo de amigos y su herencia de la nación más poderosa del planeta. Pueden parecer un remanente del pasado, pero en realidad, es casi seguro que desempeñarán un papel importante en el futuro. Esto se hará más evidente cuando pronto superen a otras Iglesias más conocidas, como los episcopales y los luteranos.
Curva de crecimiento amish en el último siglo.
¿Por qué los amish están experimentando tal crecimiento mientras prácticamente todos los demás grupos cristianos están viendo caer sus cifras o, en el mejor de los casos, se han estancado? Las respuestas que se suelen dar son que tienen un índice de natalidad muy alto y un índice de retención de más del 90%. Es como decir que alguien es rico porque ha ganado mucho dinero y ha ahorrado la mayor parte. La pregunta es: ¿cómo? ¿Cómo pueden tener familias tan numerosas -con 6 ó 7 hijos por mujer-, mientras el país en general tiene un índice de reemplazo de 1,6 hijos? ¿Y cómo son capaces de retener a todos esos niños en sus comunidades?
Creo que todo se reduce a una cosa: el Código o, como lo llaman los amish, el Ordnung.
Un código que compensa el esfuerzo
El Ordnung amish es diferente en cada comunidad, pero si una comunidad se desvía demasiado, otras comunidades dejarán de asociarse con ella, por lo que hay límites. Mientras que los observadores externos solo ven reglas estrictas sobre sombreros, barbas y el uso de la tecnología, los amish ven el aglutinante que los mantiene unidos como pueblo.
Es muy importante darse cuenta de que cada regla se elige como grupo y con el objetivo de fortalecer la virtud individual (especialmente la humildad), los lazos familiares y comunitarios, y su fe.
Para muchos, los amish dejaron de ser unos desconocidos a raíz de la película «Único testigo [Witness]» (1985), de Peter Weir. La célebre escena de la construcción del granero muestra el espíritu comunitario en el que fugazmente se integra Harrison Ford.
Un ejemplo: la mayoría de las comunidades amish no permiten teléfonos en sus casas, pero no es porque piensen que los teléfonos son intrínsecamente malos y los prohíban por completo. A menudo tienen cabinas telefónicas compartidas al final de la calle para usarlas cuando es necesario, y en sus lugares de trabajo. Simplemente no tienen teléfono en casa porque creen que le quitan al hogar su finalidad, como la unión familiar, las tareas y el recreo. Nadie que se haya sentado en una habitación con familiares y amigos, todos en silencio mirando sus teléfonos, puede decirme que su preocupación no está justificada.
Tienen normas similares que limitan, y a veces prohíben, otras tecnologías como los coches, los ordenadores y la electricidad. Estas normas se acuerdan con toda la comunidad y se aplican a todos los miembros de la misma. Los que infringen repetidamente las normas pueden ser excomulgados o rechazados durante un tiempo. Aunque no es raro que alguien que no esté de acuerdo con una costumbre encuentre otra comunidad que no la practique, los amish, en su mayor parte, como demuestra el índice de retención del 90%, deciden seguir la Ordnung y permanecer en la comunidad.
El poder de la demografía y la comunidad
El éxito de este modelo fue analizado por Eric Kaufmann, académico de demografía política de la Universidad de Londres, en su provocador libro de 2010 ¿Heredarán la tierra las personas religiosas? Demografía y política en el siglo XXI. Kaufmann observó el crecimiento de grupos como los amish y los judíos jaredí (a menudo llamados ultraortodoxos) y lo atribuyó a sus índices de natalidad y sus sólidas comunidades. Los judíos jaredíes, por ejemplo, que también se rigen por estrictos códigos comunitarios, solo representaban unos pocos puntos porcentuales de las escuelas israelíes en 1960, pero ahora son un tercio de los estudiantes y, según Kaufman, muy pronto eclipsarán a los judíos seculares. En Brooklyn, Nueva York, los jaredíes están experimentando un crecimiento similar, con altos índices de natalidad y retención.
Con su dinámica de crecimiento actual, los judíos ultraortodoxos acabarán superando a los judíos seculares. Foto: Reuters.
«Los que crecen a través del proselitismo, como los evangélicos, no tienen este tipo de crecimiento explosivo», afirmó Kaufmann en el podcast del periodista Andy Ngô. «Son los grupos, como hasta cierto punto los mormones, pero definitivamente los amish y los ultraortodoxos; ellos no van por ahí haciendo proselitismo. Se trata de cultivar lo propio y aislarse del mundo moderno. Ese es el modelo evolutivo que más éxito tiene para el crecimiento religioso. Y retienes a los niños en el redil. Así que tienes una pérdida muy limitada de miembros para la sociedad secular principal».
El estudio de Laurence R. Iannaccone de 1994 titulado «Por qué las Iglesias estrictas son fuertes«, que ha sido citado y confirmado con frecuencia desde entonces, ofrece más detalles sobre el éxito de ciertos códigos comunitarios.
Iannaccone descubrió que los grupos pueden ser estrictos en algunos aspectos siempre que ofrezcan un «sustituto cercano». Pensemos, por ejemplo, en prohibir las redes sociales pero ofreciendo, a cambio, un montón de nuevas oportunidades sociales para compensar ese sacrificio.
«El rigor funciona», dice, pero las normas no pueden ser tan estrictas que hagan que la gente se sienta desdichada y se aleje o, como dice Iannaconne: «El rigor arbitrario fracasará con la misma seguridad que el rigor excesivo». Sin embargo, las normas deben ser lo suficientemente estrictas como para evitar que los «oportunistas» reclamen los beneficios de la comunidad sin participar en ella. Él califica estas normas de «señales arduas», como los sacrificios que hacen los amish al limitar sus estilos de vestir y el uso de la tecnología. Es muy poco probable que una persona pase por todos esos arduos pasos para obtener, por parte de la comunidad, unos beneficios que podría conseguir más fácilmente en otro lugar. Al eliminar a los «oportunistas» -cuya «mera presencia diluye los recursos de un grupo, reduciendo el nivel medio de participación, entusiasmo, energía y similares»- se observa lo contrario, niveles muy altos de participación, entusiasmo y energía.
No solo los amish y los judíos jaredíes han tenido éxito al seguir un código comunitario más allá de las leyes del Estado. Pensemos en los monasterios que sobrevivieron en lugares remotos confiando solo en la regla de San Benito; en los caballeros que siguieron los Códigos de Caballería; en las bandas de vaqueros de la frontera estadounidense que se ciñeron al Código del Oeste, que daba orientaciones detalladas sobre el paso de extraños en el camino, cuándo inclinar el sombrero y con qué mano se debe sostener el whisky; y en las tribus de la frontera entre Afganistán y Pakistán que han seguido el código Pashtunwali desde tiempos preislámicos.
¿Es posible un modelo cristiano?
Parece algo natural y prudente, en tiempos y lugares sin ley, desarrollar un código bajo el que una comunidad pueda prosperar. Ahora que los cristianos vivimos en una sociedad en la que las costumbres y las leyes a menudo violan nuestra fe, puede ser el momento de pensar en cómo podemos unirnos localmente bajo códigos mutuamente acordados.
Los cristianos modernos interesados en iniciar una comunidad basada en reglas tendrían que ofrecer algunos beneficios reales que sean más difíciles de conseguir en la sociedad en general. Sugeriría que los beneficios básicos de una comunidad tradicional (ayuda para el cuidado de los niños y la escolarización, costumbres coherentes en cuanto a las citas y el matrimonio, proporcionar un propósito y compañía a los ancianos, celebraciones y reuniones culturales, amistad y asistencia durante las dificultades) serían suficientes.
Entonces, podrían acordar juntos algunas reglas básicas que sean lo suficientemente arduas, pero no arbitrarias o innecesariamente estrictas, como para separar a los serios de los oportunistas. Un buen comienzo sería orientar las normas hacia las áreas que más perjudican a los estadounidenses modernos (promiscuidad, pornografía, redes sociales, adicción a las pantallas, abuso de sustancias). Estar de acuerdo en renunciar a ellas en esta época y cultura sería, con toda seguridad, una señal suficientemente ardua.
Además, muchas de las reglas deberían tener en cuenta cuestiones como el abuso de poder, el culto a la personalidad, las convenientes revelaciones personales de Dios, los abusos sexuales y un sinfín de cuestiones inherentes a las comunidades unidas (y, para el caso, a las más grandes). Nunca se debe subestimar la posibilidad de que un líder de confianza se convierta en un psicópata malvado, por lo que las normas deben dar por sentada esa posibilidad y protegerse de ella. Los amish, por ejemplo, echan a suerte la elección de sus líderes para evitar la lucha por el poder.
Una última consideración es hasta qué punto es adecuado «aislarse del mundo moderno», como ha dicho Kaufmann, según el cual esta es la mejor estrategia para crecer. Sin embargo, el crecimiento no es lo único que hay que sopesar. También hay cosas como amar al prójimo, influir en la cultura general y no ahogar la curiosidad y la creatividad. Algunos muros son necesarios, como entre un adolescente y los sitios web pornográficos, o entre un niño y un profesor activista; sin embargo, como grupo hay que buscar prudentemente un equilibrio entre muros y espacios abiertos. Por ejemplo, los amish (que hablan holandés de Pensilvania) y los judíos jaredíes (que hablan mayoritariamente yidis) utilizan el idioma como muro, pero probablemente esto sería ir demasiado lejos para la mayoría de las comunidades, al igual que sus detallas restricciones de vestimenta.
Por consiguiente, estas reglas diferirán naturalmente a medida que la gente experimente, y es de esperar que surjan las mejores prácticas. ¿Poco convencionales? Seguro. Pero con el crecimiento exponencial de los amish y otras comunidades similares basadas en reglas (y nuestro propio fracaso para encontrar un modelo viable para la vida cristiana contemporánea), este puede ser un paradigma a considerar. Incluso sin nuestra participación, sin duda será la forma en que vivirán un gran número de futuros cristianos.
Artículo publicado en ReL el 14 de septiembre de 2021.
Traducido por Elena Faccia Serrano.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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