Se cumplen ochocientos años del momento en el que San Francisco de Asís (1181-1226) recibió en el Alverna (Arezzo, en la Toscana) los estigmas de las cinco llagas de Cristo en la Cruz.
Fue el 17 de septiembre de 1224, y con ese motivo 120 franciscanos se han congregado allí para un Calvario Franciscano que incluirá en la víspera, el lunes por la noche, una peregrinación al santuario conducida por el obispo de Arezzo-Cortona-Sansepolcro, Andrea Migliavacca, y la celebración de una misa presidida por fray Massimo Fusarelli, ministro general de los frailes menores.
Tras una vigilia de oración toda la noche, el martes habrá de nuevo misa y procesión hasta la Capilla de los Estigmas, seguida de una bendición al mundo con la reliquia de la sangre del Poverello.
Las pruebas de los estigmas
Pero, ¿qué pruebas hay de esos estigmas? Como todo hecho sobrenatural, desafía la incredulidad de los escépticos. Pero hay pruebas concluyentes.
La principal es la carta con la que fray Elías de Cortona anuncia a todos los hermanos la muerte de su padre espiritual: «No mucho antes de su muerte, el hermano y padre nuestro [Francisco] apareció crucificado, llevando en su cuerpo cinco llagas que son, ciertamente, los estigmas de Cristo». Es uno de los documentos más antiguos de la orden, sobre cuya autenticidad no hay duda alguna.
Pero ¿pudo ser una invención del religioso? El arzobispo de Benevento, Felice Accrocca, en un artículo publicado el viernes en Avvenire, el diario de los obispos italianos. En él recuerda que San Francisco nunca habló públicamente de ellos, y solo unos pocos frailes lo sabían. Sin embargo, el hecho aparece en las tempranas biografías de Tomás de Celano (1190-1260) y San Buenaventura (1221-1274), que recogían el testimonio de medio centenar de personas que vieron y palparon los estigmas en el cadáver del santo.
Monseñor Accrocca destaca la coincidencia en el relato de las fuentes más antiguas: la propia Carta encíclica de sobre el tránsito de San Francisco de Elías, la Vida del beato Francisco de Tomás de Celano y las notas de fray León sobre la Chartula que le fue entregada por San Francisco en 1224, en Verna.
Los estigmas descritos por fray Elías son, explica el obispo, «agujeros producidos por clavos que han penetrado en la carne y que resultaban visibles de una parte a otra de manos y pies, y no mostraban un color de sangre, sino el color negruzco del metal. La del costado, por su parte, sangraba frecuentemente, y él da a entender que este fenómeno no sucedía en las otras llagas».
‘San Francisco recibe los estigmas’ de Gentile da Fabriano (c. 1420).
La versión de Tomás de Celano es sustancialmente igual, aunque él atribuye las heridas a clavos como de carne: «Las manos y los pies se veían atravesados en su mismo centro por clavos, cuyas cabezas sobresalían en la palma de las manos y en el empeine de los pies y cuyas puntas aparecían a la parte opuesta. Estas señales eran redondas en la palma de la mano y alargadas en el torso; se veía una carnosidad, como si fuera la punta de los clavos retorcida y remachada, que sobresalía del resto de la carne». También describe el momento de su creación como un intercambio de miradas entre San Francisco y un serafín.
«Tomás confirmaba cuando Elías había anunciado a los hermanos», resume Accrocca.
Por su parte, fray León describe también la visión del serafín y la impresión de las llagas, y añade las «palabras» del ángel.
«En conclusión», dice el obispo, «Francisco vivió una experiencia intensa en el Alverna, que reveló a un único testigo, con toda probabilidad fray León. Después de su muerte y del anuncio de Elías, la noticia se hizo de dominio común, lo que impulsó a esa única persona que conocía el secreto a dar testimonio de ello. Además hay que decir que Tomás, al presentar los estigmas como excrecencias carnosas en forma de clavos e insistir en esa descripción, tomó el camino más difícil, porque hablar de agujeros, con base al texto evangélico (Juan 20, 25), habría sido más sencillo. Si insistió sobre ese aspecto fue, creo, en obediencia al testimonio recibido, demostración evidente de su honestidad intelectual».
Por tanto, oponer el relato de León al de Elías, como hacen los críticos escépticos, «no se sostiene», concluye el arzobispo de Benevento. Es cierto que la aceptación del hecho de los estigmas «no fue pacífica ni recibida con serenidad en todas partes: la novedad del milagro -y quizá también el uso que se hizo de él- favoreció reacciones contrarias», pero éstas «no menoscaban un dato de hecho atestiguado coherentemente por las fuentes«.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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