Hoy tenemos a María Magdalena como protagonista del Evangelio, y no podía ser menos en el día de su fiesta. Es el ejemplo vivo de una casa habitada. Me gusta el concepto casa habitada. Allí donde se vive hay calor, huele de otra manera, no es olor del vivero cerrado, sino del caldo que se está haciendo. Es el presente continuo. María Magdalena amaba al Señor como el mejor de los discípulos, había entendido que al Señor no le interesaba llevar las cuentas de las buenas acciones, pagar los diezmos, mostrar públicamente las bondades. A Él sólo le interesaban los corazones dispuestos a perderse por amor. ¿Cómo sería el corazón de María Magdalena?, pues muy diferente a los lugares que he citado, en los que ha entrado el polvo, la hojarasca, la iguana, la herrumbre. El suyo había sido traspasado por la Vida.
Mucha gente se cree que se va a morir, y no sabe que sólo se muere cuando se peca, y pecar es dejar de amar por preferir abandonarse a las pasiones, que lo ocupan todo con su hojarasca, dejando el paisaje interior muy triste, peor que las fachadas de Detroit. María Magdalena no murió, porque amó. Quien ama vive para siempre, se alimenta del autor de la vida y vive confiado. Quien se elige a sí mismo, elige ver cómo se le van cayendo las ventanas, los dinteles de las paredes, los antiguos retratos…
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