En el libro “El Purgatorio, una Revelación Particular”, se lee el siguiente testimonio acerca del tema de las limosnas hechas por una persona en pecado grave:
«Mientras rezaba en mi habitación, vi aparecer una especie de torbellino de fuego delante de mí, sobre el cual había un hombre conocido mío que había muerto 25 años atrás.
Este hombre había tenido una espantosa reputación. No era creyente y despreciaba la religión. La gente decía que era un libertino, jugador, sin escrúpulos, incapaz de una buena acción, duro hacia sus empleados y familia, etc… Había muerto en un accidente, sin tiempo para recibir los sacramentos. La gente rumoraba que seguramente se había condenado. A mí también me parecía que se había condenado, pero sentí mucho consuelo al saber que se hallaba en el Purgatorio.
Me miró, le sonreí, recé por él y entonces exclamó:
“¡Gracias, hijo mío, gracias! Si Dios permite que me manifieste aquí, es porque quiere aliviar mis penas y permitir que sea consolado después de tanto tiempo. Nadie de mi familia rezó por mí, y los que me conocieron me tienen olvidado. He padecido un terrible Purgatorio a causa de mis innumerables pecados, pero, como bien ves, me he salvado.
¿Sabes lo que me ha salvado? Las limosnas que di, los numerosos socorros que hice llegar a tantas personas necesitadas, y muchas de esas buenas personas a las que yo socorrí, han rezado y siguen rezando por mí, sin saber que fui yo quien les envió la ayuda, pues lo hice de forma anónima. Ya ves que no hay que juzgar nunca a nadie, no dejarse llevar por las apariencias.
¿Te gustaría rezar por mí y pedirle a mis hijos que rueguen por mí? Esto dará gloria al Señor adelantando mi liberación”.
Le prometí hacerlo y se puso muy feliz. Se hizo la señal de la cruz y desapareció».
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