Las personas que pueden afirmar ser de «las más queridas» por Juan Pablo II, o incluso ser su «segunda familia», seguramente podrían contarse con los dedos de una mano. Y la católica polaca Wanda Półtawska, su marido Andrzej y sus cuatro hijos abrazaron durante años ese privilegio.
Con ella, Wojtyła mantuvo una estrecha amistad espiritual que sobre todo «se forjó en Dios», pero también en la adversidad de la II Guerra Mundial.
El pasado martes, la que podría decir con certeza de sí misma que era la mejor amiga del Papa polaco fallecía a los 102 años, tras una intensa y larga vida que le permitió contemplar lo peor y lo mejor.
Entre lo peor, nombró en incontables ocasiones sus vivencias de primera juventud como prisionera católica y polaca en el lager de Ravensbruck o la ocupación soviética de Polonia.
Los recuerdos de sus escasos 18 años como víctima destinada a la investigación experimental en el célebre campo de concentración le persiguieron toda su vida.
Aquel calvario comenzó el 17 de febrero de 1941, cuando fue hecha prisionera tras año y medio de ocupación nazi en Polonia.
De la resistencia a prisión: piojos, sin agua y sangre
Como scout desde los seis años, el «Dios, patria, honor» se encontraba inscrito en sus más tempranos recuerdos y ahora tenía la oportunidad de defenderlos, lo que hizo desde la resistencia o Armia Krajowa.
Estaba estudiando en su casa, cuando escuchó una voz preguntar: «¿Quién de vosotros es Wanda?». Así comenzó su purga de 5 años por su dedicación a la resistencia polaca.
Primero fue enviada al comando de la Gestapo en Cracovia, interrogada durante días, golpeada y amenazada y finalmente encarcelada.
«En la prisión había piojos, pulgas, suciedad, no había agua y brotó el tifus. De noche, a veces, de repente, encendían las luces haciéndonos permanecer firmes, empezaban a llamar a algunas de nosotras. Después, en la celda, no se dormía ya, se rezaba por aquellas que habían salido. Y poco después, bajo nuestras ventanas, oíamos los disparos de la ejecución«, relató en sus memorias.
En Ravensbrück: «Nos golpeaban hasta la sangre»
Tras siete meses fue enviada a Ravensbrück.
«Estábamos destinadas a morir. Nos golpeaban hasta la sangre. Fuimos desnudadas, nos dieron vestidos de rayas, nos raparon al cero, querían destruir nuestra personalidad», recuerda.
Wanda estaba en el primer año de universidad cuando fue encarcelada y posteriormente enviada a Ravensbrück. Tras cinco años de cautiverio, retomó sus estudios en medicina y psiquiatría.
Los extenuantes trabajos no tardaron en comenzar. Recuerda cargar con losas de cemento de hasta 80 kilos, que la habrían derribado por el peso de no ser porque detrás suyo había otra prisionera que fallecería aplastada en el acto. Los ladridos de perros furiosos eran constantes a escasos centímetros. También la sangre en sus manos por el trabajo constante, así como un frío extenuante en el campo solo comparable al calor de la hacinación de las barracas.
«El hambre era más fuerte que el deseo de dormir. Estábamos delgadas como esqueletos. Ni siquiera la vista de mujeres desnudas, en cola para el baño, terriblemente flacas, causaba ya disgusto. Mirábamos con indiferencia nuestra delgadez y la de las otras, así como la pérdida de los senos y la muerte», recuerda.
Torturada, buscaba a «las personas» en sus verdugos
Casi peor que todo ello eran las intervenciones supuestamente médicas a las que era sometida con el resto de mujeres. No en vano, Ravensbrück era conocido por ser el «laboratorio» en el que hallar tratamientos médicos para los soldados en el frente.
El biógrafo de Juan Pablo II, Renzo Allegri, relató gráficamente la experiencia de Półtawska, que junto a las otras prisioneras eran lavadas y depiladas antes de recibir la inyección que suprimía su conciencia:
«Cuando despiertan se encuentran con las piernas enyesadas y son devueltas al dormitorio. En la cama, durante la noche, cuando acaba el efecto del potente somnífero, empiezan dolores agudísimos. Las heridas son tratadas con medicinas especiales que producen infecciones, gangrenas. Wanda, aún no pudiendo tenerse en pie, se deja caer de la cama y, agarrándose a los camastros de las compañeras, llega a aquellas que sufren más para darles un poco de consuelo y conforta a quien está agonizando. De día son sometidas a otras horribles mutilaciones, extracciones de trozos de hueso, inyecciones de bacterias en las heridas».
Pero incluso en ese Calvario, la joven polaca ponía en práctica su paciencia, resignación y caridad cristianas. «No tenía odio y ni siquiera ahora lo tengo. ¿Qué veía en aquellos alemanes? Les miraba y buscaba en ellos a las personas», escribía.
Superando el infierno con «un sacerdote santo»
Así transcurrió los siguientes cinco años de la joven, hasta que a los 23, fue liberada. Sin embargo, lo que parecía un episodio concluido de la «larga guerra entre Lucifer y San Miguel, entre el bien el mal» no había terminado: tras caer Alemania, el calvario y la persecución prosiguieron con la ocupación soviética, viendo como sus amigos y compañeros desaparecían uno tras otro.
Al regresar a casa, reanudó los estudios, se licenció en Medicina y se especializó en Psiquiatría, marcada por un miedo, dolor y sufrimiento solo soportables a la luz de su fe.
Pero entonces quedaba poco para conocerle. Para conocer al que, en gran parte, sería el responsable de que la joven sanase sus heridas.
Sucedió en 1950, con Karol Wojtyla siendo un joven sacerdote. «Enseguida me di cuenta de que era un sacerdote santo y le pedí que fuera mi confesor», recuerda del que «curó» su alma y ayudó a volver a encontrarse a sí misma y la confianza en su prójimo. En 1951 se licenció en medicina en la Universidad Jagellónica de Cracovia y se doctoró en psiquiatría en 1964.
Fue el comienzo de una amistad «arraigada y cimentada en Dios, en su gracia», en palabras de Wojtyla, y que tuvo como una de sus consecuencias y colaboraciones inmediatas la defensa de la vida y el combate a la ley del aborto polaca aprobada en 1956. Algo para lo que el pasado de terror de Wanda influyó de forma decisiva.
«En el campo de concentración, vi cómo utilizaban sin escrúpulos a mujeres embarazadas como conejillos de indias e incluso arrojaban bebés a los hornos crematorios. Me prometí a mí misma que, si sobrevivía, defendería la vida en todos los sentidos, especialmente la de los niños, sin excepción. Él como sacerdote, yo como médico iniciamos una colaboración para el trabajo común», recordaría más tarde.
El milagro del Padre Pío
«El signo más fuerte» de aquella amistad, según sus propias palabras, llegó en 1962, cuando aquejada de un tumor, fue desahuciada por los médicos, esperando la muerte.
Wanda acudió a la oración de Wojtyla, entonces en Roma, donde participaría en el comienzo del Concilio Vaticano II, y este, de inmediato, escribió una carta a un monje capuchino, Pío de Pietrelcina, encomendando la vida de su amiga. Por entonces, ni Wanda ni su familia sabían quién era.
El biógrafo de Wojtyla relata que, cuando el administrador de una de las obras caritativas del padre Pío le leyó la carta, este respondió: «Angelito, a esto no se puede decir que no«.
Solo hicieron falta 11 días para que el capuchino recibiese una nueva carta de Wojtyla, pero en esta ocasión, agradeciendo sus oraciones porque «la mujer enferma de tumor, se curó de repente, antes de entrar en el quirófano».
Fotograma de «Padre Pío», producida en Italia en el año 2000 bajo la dirección de Carlo Carlei. Basada en el libro «El hombre de la esperanza» de Renzo Allegri, muestra un encuentro del Padre Pío con Wojtyla, cuando aún era un joven sacerdote, y el vaticinio del capuchino de su futuro pontificado.
«Sólo después de mi curación supe que Karol había escrito al Padre Pío y sentí una emoción, que continúa hasta hoy», relató años más tarde la doctora polaca.
«Esperanza cristiana en las tinieblas»
Aquel episodio fue uno más de los muchos que protagonizaron su amistad y que llevaron al Papa polaco a considerarla como una «hermana», como así la llamaba en ocasiones.
Una amistad que, además, tuvo frutos: hasta la muerte de Juan Pablo II en 2005 y la suya propia el pasado martes, Wanda Półtawska acabaría influyendo en mayor o menor medida en la contribución de Wojtyla a la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI, según Vatican News, cuyas consignas se dedicaría a divulgar.
Entre otros ámbitos, desde el Instituto de Teología para la Familia cofundado en Cracovia con Wojtyła, en sus escritos, como miembro del Pontificio Consejo para la Familia desde 1983, de la Pontificia Academia para la Vida desde 1994, y como consultora del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios.
«Karol Wojtyła fue -y sigue siendo- para mí un padre, un hermano y un amigo extraordinariamente juntos en la misma persona, pero sobre todo fue -y sigue siendo- una gracia inventada por el Espíritu Santo, un soplo de esperanza cristiana entre las tinieblas del mundo, y no sólo para mí», escribiría la polaca antes de su partida a los 102 años.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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