La adolescencia es una etapa de cambios y autoconocimiento, donde es esencial proporcionar una educación afectivo-sexual integral. La Teología del Cuerpo de San Juan Pablo II ofrece un marco valioso desde una perspectiva cristiana, viendo el cuerpo no solo como biológico, sino como expresión completa de la persona. Esta enseñanza ayuda a los jóvenes a comprender quiénes son y a perseguir sus deseos profundos de amor y de felicidad.
Tratar con los adolescentes estos temas puede parecer un desafío, pero es una oportunidad para abrir con ellos un camino donde se va descubriendo una forma de vivir plena y feliz. Blanca Guasch es docente en el programa Aprendamos a Amar de la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid y ofrece unas claves que pueden servir como guía para acompañar a los jóvenes a apreciar la dignidad del cuerpo humano y la riqueza de vivir una sexualidad ordenada al deseo de amor que hay en lo más profundo de todos.
1. ¿De dónde vengo? ¡Vales infinito!
Cada persona es creada a imagen y semejanza de Dios. Lo que implica que nuestro origen no es solamente biológico, tiene una dimensión divina: es un acto de amor de Dios. Qué importante transmitir a los jóvenes esta idea: Dios crea a cada uno de manera única e irrepetible, pensándonos y amándonos desde la eternidad. Cada vida está aportando ya algo al mundo, sin depender de circunstancias externas como la salud, la capacidad o la utilidad.
Es necesario reconocer el don que es cada uno para la humanidad. Porque si uno no es consciente de su dignidad y su valor infinito, puede acabar conformándose con cualquier cosa, con cualquier forma de relacionarse, pero no todo le va a hacer feliz. Por venir del Amor y querer volver a Él, hay un deseo de amar y ser amados que buscará saciarse constantemente.
2. Tu cuerpo es tu persona
La persona tiene cuerpo y alma. Tiene una dimensión más externa. Pero también tiene una interioridad. No podemos reducir a la persona a solamente su corporalidad. El cuerpo es la puerta de entrada a toda la persona a su dimensión más profunda. Decía Juan Pablo II que «el cuerpo revela el alma viviente». Quedarse en lo superficial, corporal o material es reducir a la persona a lo puramente superficial, y perdernos toda la riqueza que encierra su ser y el don que es para el mundo.
Esta unidad cuerpo y alma, es también fundamento de que el cuerpo tiene dignidad, la misma que toda la persona, y por eso mismo nunca debería ser tratado como objeto. Es necesario transmitir esta visión integral del ser humano que pueda combatir la idea de la separación entre lo material y lo espiritual, tan promovida hoy día por el materialismo. Es ir adquiriendo consciencia de que todo lo que uno vive con su cuerpo, dejará por tanto una huella en toda su persona.
3. El impulso sexual como motor para el amor
En la adolescencia aparece el deseo sexual con fuerza, lo cual es natural y positivo, ya que es el motor que permite salir de uno mismo para amar y entregarse a otro. Sin embargo, es crucial acompañar a los jóvenes para que aprendan a ordenar estos impulsos y orientarlos hacia el amor verdadero, que es lo que les dará felicidad. Ante estos deseos, pueden optar por satisfacerlos de forma automática e impulsiva o, por otro lado, pueden conectar con su deseo más profundo que va más allá del placer físico: el deseo de amar y ser amados, de ser elegidos y mirados por quienes son.
Es esencial guiar a los jóvenes para que entiendan el papel que juega aquí la libertad: la capacidad de dejar atrás el «me apetece» para dirigir todas sus acciones hacia aquello que les hace bien y les acerca a saciar su deseo de amor.
No se trata de reprimir, como si el placer fuera algo malo en sí mismo. No es así. Pero sin una entrega sincera que lo acompañe, no podrá llenar el anhelo de amor y comunión que reside en todo corazón humano. La práctica de virtudes como el autodominio y templanza permitirán una entrega y felicidad mayor. Pues solo aquel que es dueño de sus impulsos será capaz de entregarse anteponiendo y buscando el bien del amado.
4. Tu cuerpo tiene un lenguaje
El cuerpo tiene un lenguaje que puede expresar el amor, la donación y la comunión. Las personas hablamos no solamente con palabras, también con el mismo cuerpo, y para eso existen también muchos gestos físicos para expresar amor. Pero no todos expresan lo mismo.
No dice lo mismo una caricia, que un abrazo, que un beso o una relación sexual, siendo ésta la máxima expresión de amor físicamente donde mediante la entrega del cuerpo se entrega también toda la persona. Es entonces importante aprender a hablar bien el lenguaje del cuerpo y entender lo que cada gesto expresa para así saber cuándo vivirlo de forma sincera.
Donde uno entrega el cuerpo, el corazón va detrás. No se pueden separar. Y si éste aún no está preparado para esa entrega, es cuando el corazón puede sufrir. De ahí la importancia de vivir la entrega de los gestos acorde a la entrega del corazón.
5. Cuidar la mirada para descubrir belleza
Si cuerpo y alma forman una unidad, todo lo que experimentamos impacta no solo en el cuerpo, sino en toda nuestra persona. Es esencial que los jóvenes comprendan que todo lo que ven, oyen, consumen… deja una huella profunda que va configurando quiénes son y cómo se relacionan con los demás; que todas sus experiencias sensoriales y emocionales influyen en su identidad y en su manera de interactuar con el mundo.
Por eso es crucial acompañarles en el camino de educar su mirada, de invitarles a reflexionar sobre si lo que consumen les ayuda a mantener una mirada limpia capaz de reconocer el don de quien tienen delante o si por el contrario les lleva a reducir a los demás a su apariencia física o incluso a compararse superficialmente. Y ya no es solo en la pornografía donde se ve más evidente la cosificación de la persona, también en las series, los libros, música, las cuentas que siguen en redes sociales…
La educación del corazón pasa por enseñarles a tener un criterio, para que, desde su libertad, vayan dirigiendo su voluntad hacia aquello que responde a la dignidad y la verdad de quiénes son y para lo que han sido creados: vivir en plenitud la vocación al amor.
6. Pudor como reverencia ante el valor infinito
El pudor sexual no es una huida del amor, sino un medio para alcanzarlo. El pudor custodia la dignidad del cuerpo, mostrando que el cuerpo es valioso y debe ser tratado con respeto. Es una ayuda para proteger el valor de la persona, permitiendo que se descubra todo su valor intrínseco y no se reduzca solamente a lo corporal.
El pecado original introdujo la vergüenza, cambiando la percepción de Adán y Eva sobre el otro. Antes vivían en comunión perfecta, amándose con dignidad y reverencia. Después del pecado, comenzaron a ver al otro como una amenaza y un objeto de posesión, en lugar de un regalo. Este cambio les llevó a protegerse, alterando la dinámica de sus relaciones. Es esa misma amenaza ante la que uno quiere protegerse hoy.
Es importante que los jóvenes comprendan que la manera en que se visten y cómo guardan su intimidad refleja su comprensión de la dignidad personal y del valor de los demás. Vestirse de manera adecuada no significa esconder algo malo, sino proteger algo valioso, afirmando así que su valor no está solo en su apariencia física, sino en su totalidad como personas. Además, guardar la intimidad y ser selectivos con lo que comparten no es una señal de desconfianza, sino una manera de reservar su valor personal para aquellos que realmente lo aprecian y respetan.
7. La sexualidad está en toda la persona. ¡La diferencia enriquece!
Observando el cuerpo, podemos obtener más información acerca de quién somos. De primeras vemos que tenemos un cuerpo sexuado, entendiendo la sexualidad como ser varón y mujer. Pero la sexualidad no se reduce solamente al cuerpo físico; se manifiesta también en la forma de pensar, actuar, sentir, cuidar, expresar amor… Y aunque la sexualidad está en toda la persona, esto no significa que solamente haya una forma de ser varón o mujer. Hay tantas como hombres y mujeres en el mundo.
Ahora bien, esta diferencia en nuestra sexualidad no podemos verla como algo negativo que tengamos que eliminar. Más bien la riqueza de la complementariedad está en cómo nuestras diferencias se unen para formar una unidad armoniosa. Lo vemos directamente en el cuerpo: cuando están juntos nuestros cuerpos hablan de amor y fecundidad. Y aunque estemos llamados ambos a lo mismo, lo hacemos de forma distinta y es el cuerpo que nos lo recuerda. El cuerpo del hombre habla de entregarse saliendo fuera de él mientras que el de la mujer está hecho para la acogida, la maternidad, para recibir dentro de ella y así entregarse al otro.
Esta interacción entre dar y recibir no solo enriquece nuestras relaciones, sino que también resalta nuestra capacidad para amar y crear vida juntos.
8. No se puede querer lo que no se conoce
Si en cada corazón hay un deseo de amar y ser amado, vivir relaciones solo en el plano superficial, físico o corporal impide conocer y ser conocido verdaderamente por el otro. El amor genuino requiere conocimiento profundo de la otra persona, y es crucial guiar a los jóvenes hacia relaciones auténticas que involucren toda su persona, acompañándoles a descubrir quiénes son y su valor infinito, ganando así en confianza y autoestima.
Las relaciones profundas requieren confianza, tiempo y comunicación, algo difícil de lograr en relaciones superficiales, como encuentros de una noche donde se comparte solo una apariencia, pero que no satisfacen el verdadero deseo de amor. Pues no se puede amar lo que no se conoce. Sin mostrarse auténticamente, no se puede ser amado en totalidad.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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