En tan solo un mes, la rebelión de mil padres iniciada en el barrio de Poblenou (Barcelona) contra el uso de teléfonos móviles por menores de edad ha trascendido fronteras. Los seguidores del grupo se cuentan por miles en todo España y a día 12 de este mes, los grupos abiertos bajo el título «Adolescencia libre de móviles» era de 110, 53 en Cataluña y 57 en el resto de España, sumando entonces a cerca de 10.000 personas.
Mientras el grupo asiste a un crecimiento exponencial, la gasolina que le hace crecer no para de circular: desde hace unos días, no han parado de salir a la luz -especialmente en las regiones vasca y madrileña- como miles de alumnos están siendo invitados a grupos de WhatsApp donde se distribuye contenidos pornográficos.
Para los representantes de «Adolescencia libre de móviles», una de las propuestas para enfrentar estos fenómenos es limitar el acceso y uso de teléfonos móviles en los centros y colegios a los 16 años.
Muchos tildan de extremas algunas de las medidas propuestas por los coordinadores de este grupo. Para Francisco Villar Cabezas, psicólogo experto en conducta suicida del adolescente en el Hospital San Juan de Dios de Barcelona y autor de «Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos» (Ed. Herder) no solo le resulta una propuesta «razonable», sino que «la alargaría hasta los 18 años».
«Alguien lo tenía que decir: el móvil es un peligro»
«Creo que antes de los 16 el móvil es un peligro en manos de los chicos porque interfiere en su desarrollo. Alguien lo tenía que decir y es una lástima que hayan tenido que ser los padres. Deberíamos haber sido los profesionales», lamentó este miércoles en Hola.
Recientemente, la Asociación Española de Pediatría ha emitido un comunicado en el que subraya la inexistencia de pruebas que confirmen que «las prohibiciones indiscriminadas en el uso de móviles supongan un beneficio para la salud de los niños y adolescentes», y que es su «mal uso» el que «afecta a su salud».
Algo en lo que Villar está totalmente en «desacuerdo», pues aunque sea el mal uso el que genere problemas, surge la pregunta: «¿Cuántos niños se sientan con sus padres a ver un documental mientras sus padres le explican lo que están viendo?». Lo cierto, dice, es que «la mayor parte del tiempo, los niños están solos frente a las pantallas«.
Consigue aquí «Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos» (Herder).
El psicólogo llama a preguntarse por «el objetivo» de «haber metido la tecnología a los niños», pues antes de hacerlo «estaban jugando, aprendiendo, comunicándose y desarrollándose». Después, pantallas y teléfonos han mostrado ser «un impedimento entre la vida y ellos», pues «en el momento en que a un niño le pones una pantalla delante lo estás excluyendo de la vida, lo privas de la socialización del que tienen al lado», por no hablar de otros problemas como el bullying online, la obesidad, el bienestar, la salud mental, reducción de la memoria, la pornografía…
«Cero smartphone antes de los 16»
En este sentido, cree que prohibir el móvil en los colegios «restará muchos problemas», si bien no menciona que «se acabarán».
Su propuesta respecto a las pantallas en general es la de «cero» antes de los ocho años, potenciando en su lugar que jueguen con juguetes y generen sus propios recursos, pudiendo convertir un palo «en una lanza, una espada o una varita».
En lo referido al teléfono móvil, es más tajante.
«Yo nunca daría un móvil, en ningún caso, antes de los 16 años y lo haría con estrictos controles parentales», afirma, si bien lo hace hablando de smartphones con acceso a Internet, lo que no es comparable a tener «un teléfono solo con llamadas» que puede ser necesario para poner en contacto a los padres con sus hijos.
El psicólogo Francisco Villar Cabezas, autor de Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos (Ed. Herder), alerta del peligro que supone que los niños tengan acceso a smartphones.
¿Y si necesitan pantallas u ordenadores para el colegio?, pensarán las familias.
Entonces «nada de un portátil en la habitación, sino un ordenador en el salón de casa. Eso es control parental efectivo», comenta. Los tiempos en que los filtros podían ser una herramienta útil para padres y familias han cambiado y ahora desde niños «se saltan todas las medidas, no porque sean unos genios, sino porque lo buscan en YouTube».
«¿Perderán sus amigos? ¿Cómo quedarán?»
También surge la pregunta de si quitar el teléfono al hijo puede ser un atentado a su socialización, pudiéndose «quedar colgado» o sin saber dónde quedar.
Villar responde con una lógica aplastante: «Tendrán que hacer lo que se ha hecho toda la vida, quedaren el patio o a través de los padres». Tampoco supondría que tengan menos amigos, pues ellos mismos «confiesan que están más rato en Internet que conectados con sus amigos».
Quitar los teléfonos y pantallas no supone cerrar los ojos a la realidad. El psicólogo sabe que las tecnologías no van a parar de introducirse en la vida de los niño. La cuestión es «ponerles límites«.
Especialmente por los resultados y «perjuicios» que ve día a día en su consulta, admite que le cuesta reunir aspectos positivos de exponer a los niños a la tecnología cuando hace un balance con los positivos.
«Parece un juguete, pero no lo es: tenemos que protegerlos»
Reducir las tecnologías o eliminarlas tendría, sin embargo, un efecto contrario, pues entonces «los niños te buscarán, intentarán que participes con ellos, dejarán de estar hipnotizados«. Pero » si el poco tiempo que tenemos para compartir lo pasamos frente a las pantallas es un robo a lo esencial, a lo humano».
«Se puede ver una película con palomitas con tus hijos el fin de semana, pero, por sistema, llegar del colegio y enchufarle la televisión u otras pantallas, no. Cuando no tienen pantallas se ponen a jugar, se mueven más y hacen más ruido, pero el movimiento y el ruido en la infancia y la adolescencia generalmente son salud, no son enfermedad. Lo que preocupa es cuando están demasiado callados. Un móvil parece un juguete, pero no lo es«, advierte.
Para Villar, limitar o suprimir las pantallas a los menores se trata en última instancia de una batalla por su seguridad. «El tiempo de nuestros hijos por el que compiten TikTok e Instagram es tiempo de vida, y tenemos la obligación de protegerlos«.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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