«Oh Señora, Oh Madre de Dios, María, no me condenaré si entrego a vos mis esperanzas».
San Alfonso M. De Ligorio
«¡Oh, bondad maravillosa de nuestro Dios, que te asignó Señora como abogada de los pecadores porque tú obtienes lo que quieres!», exclama San Buenaventura. «Pecadores, hermanos míos, si nos hallamos condenados por la divina justicia y destinados al infierno por nuestros pecados no desesperemos, acudamos a nuestra Divina Madre, cobijémonos bajo su manto con buena intención y gran confianza y ella nos salvará, porque María es una abogada «eficaz», una abogada «piadosa», una abogada «que desea salvar a todos».
María es una abogada «eficaz» que lo puede todo en beneficio de sus devotos a pesar del juez, por favor singular concedido por él, que es su Hijo: «gran privilegio el de María, ser intercesora nuestra».
Dice Gio Gersone que la bienaventurada Virgen nada pide a Dios que no obtenga, como Reina manda a los ángeles a iluminar, purgar y perfeccionar a sus sirvientes. Por eso la Iglesia para infundirnos confianza hacia esta gran abogada nos hace invocar el nombre de la Virgen. La protección de María es tan eficaz porque Ella es la Madre de Dios nos dice San Antonino.
Las oraciones de María tienen preferencia para Jesús pues es su Madre, eso hace imposible que deje de ser atendida cuando pide algo. Dice San Jorge, Arzobispo de Nicomedia, que el Redentor acoge sus súplicas para satisfacer la obligación que tiene hacia ella por haberle dado su ser humano. San Teófilo, Obispo de Alessandria dejó escrito así; «Al hijo agrada que su Madre le ruegue porque quiere otorgarle todo cuanto pida para recompensar el favor de ella recibido: el haberle dado la carne». Por eso el mártir San Metodio exclamaba: «Alégrate, alégrate ¡Oh María!, que tienes la suerte de tener como deudor a aquel Hijo, aquel de quien todos nosotros somos deudores; pues todo cuanto hemos recibido es por gracia suya».
Cosna Gerosolimitano y Ricardo de San Lorenzo dicen que la ayuda de María es omnipotente. Es justo que la madre participe de la potestad de los hijos. Si el Hijo es omnipotente, ha hecho omnipotente a la Madre. El Hijo es omnipotente por naturaleza, la Madre lo es por gracia, por eso obtiene con sus súplicas todo cuanto solicita. Esto fue revelado a Santa Brígida. Un día la santa oyó que Jesús hablando con María le dijo: «Madre mía, búscame cuando quieras, sabes que cualquier petición tuya será aceptada»; y luego añadió la razón; «Vosotros nada me habéis negado viviendo en la tierra, es por eso que yo nada os niego ahora que estáis conmigo en el cielo». Aunque seamos perversos María nos puede salvar con su intercesión. ¡Oh Madre de Dios, nada puede resistirse a vuestro dominio ya que el Creador estima vuestra gloria como propia! Dice San Pier Damián, ¡Vos todo podéis, aún salvar a los desesperados!
PUNTO II
María es una abogada eficaz y también «piadosa» que no sabe negar su protección a todos los que recurren a ella. Los ojos del Señor, dice David, están sobre los justos, pero nuestra Madre de misericordia, según Riccardo de San Lorenzo, tiene sus ojos sobre los justos y los pecadores a fin que no caigan, y si acaso caen, con su intercesión se levanten. A San Buenaventura, mirando a María le parecía mirar la misma misericordia.
San Bernardo nos exhorta a encomendarnos en todas nuestras necesidades a ésta poderosa abogada con gran confianza pues es dulce y benigna con quien se entrega a su amparo y protección: «¿Por qué la humana fragilidad teme acercarse a María? No hay nada de severo en ella, nada de terrible, ella es todo dulzura». Por eso María es llamada oliva: «Como un olivo majestuoso en la llanura», de donde no sale otra cosa que aceite símbolo de la piedad, así de las manos de María no salen sino gracias y misericordias que dispensa a todos quienes se acogen a su protección. Con razón Dionisio Cartunajo la llama abogada de todos los pecadores que la invocan.
¡Oh Dios!, cuanta será su pena si un cristiano se condena cuando en vida podría salvarse con tanta facilidad recurriendo a esta Madre de Misericordia y no lo ha hecho. Luego no tendrá más tiempo. Dijo la Bendita Virgen un día a Santa Brígida: Yo soy llamada la Madre de la Misericordia pues así lo ha decidido la misericordia de Dios, y en verdad, ¿quién os ha dado una abogada para defenderos sino su misericordia que os quiere salvar? Condenado para toda la eternidad será quien pudiendo en esta vida encomendarse a mí, que soy benigna y piadosa con todos, no lo hace.
Tal vez tememos, dice San Buenaventura, que al buscar la ayuda de María se nos podría negar. Dice el Santo, que no se sabe, ni se ha sabido nunca que María se olvide de compadecer y de ayudar a cualquiera que acuda a ella, porque ha sido asignada por Dios como reina y madre de misericordia para proteger a los desdichados. ¡Oh, Madre de Dios, Reina de la Misericordia, acude en mi auxilio, el más miserable entre los pecadores!
Como madre de misericordia suplica liberar de la muerte a sus hijos enfermos, por eso San Basilio la llama hospicio, casa destinada a albergar peregrinos y pobres, en donde el más pobre con más razón es acogido, de modo similar María ampara con mayor piedad y atención a los pecadores más grandes que a ella acuden.
No dudemos de la piedad de María. Un día Santa Brígida escuchó que el Salvador decía a la Madre: «Si Lucifer, el soberbio, se humillase ante ti, divina Madre, y te suplicase ayudarlo, con tu intersección lo rescatarías del mismo infierno; pero ¡ay, de este infeliz porque no lo hará nunca!». Con esto Jesús quiere darnos a entender lo que María dijo luego a la santa: si acude a mí el mayor pecador, no miraré sus faltas sino la intención en su corazón, si tiene la voluntad de enmendarse lo acogeré y sanaré sus llagas.
Pobres pecadores perdidos, no desesperen, levanten los ojos a María y esperen confiados en la piedad de ésta buena Madre que ha hallado la gracia que habíamos perdido y nos ayudará a recuperarla. Cuando el Arcángel Gabriel fue a anunciar a María su divina maternidad, entre las otras cosas le dijo: «No temas María, porque has hallado gracia». ¿Podríamos entender que María estuvo privada de la gracia al decirle el ángel que la había hallado de nuevo?; a esta inquietud responde el Cardenal Ugone: María no halló de nuevo la gracia para sí, pues la había tenido siempre, la hallo para nosotros que la habíamos perdido. Ugone nos recomienda que tenemos que ir a ella y decirle: ¡Señora, la gracia debe ser restituida a quien la ha perdido!, la que hallasteis no es vuestra pues siempre la habéis poseído, es la que nosotros habíamos perdido por el pecado y que a nosotros debe regresar. No desdeñes en curar y sanar nuestras llagas Madre de Misericordia.
PUNTO III
Consideramos que María es una abogada en extremo piadosa «que desea salvar a todos» pues no solo ayuda quien acude a ella sino que ella misma va buscando al pecador para defenderle y salvarle. El demonio siempre va rondando, dice San Pedro, buscando a quien devorar, pero nuestra divina Madre, según Bernardino de Bustis, está siempre buscando a quien puede salvar. Al ser María Madre de misericordia se compadece de nosotros y busca siempre salvarnos, como una madre que al ver a sus hijos en peligro de perderse no duda en actuar. San Germano se pregunta, ¿Quien después Jesús tiene más cuidado de nuestra vida que vos, Oh Madre de misericordia? San Buenaventura nos dice que María es tan solícita que socorre aún al miserable que parece no tener el menor deseo que salvarse.
Ella socorre a cuantos acudimos a su presencia, nunca nadie es expulsado. El piadoso corazón de María, añade Riccardo de S. Vittore, prevé nuestras súplicas y se empeña en ayudarnos aún antes de nosotros pedírselo. María está tan llena de misericordia, que cuando ve la miseria humana enseguida acude solícita a ayudar, no puede ver la necesidad de alguno sin socorrerlo. Era así cuando vivía en esta tierra. En las bodas de Caná de Galilea, cuando faltaba el vino no esperó que nadie le pidiera nada, más bien se compadeció de la aflicción y la vergüenza de aquellos novios, buscó a su Hijo diciendo: «No tienen más vino», y obtuvo el milagro que transformó el agua en vino. Dice San Buenaventura: Si así de grande era la piedad de María hacia los afligidos mientras todavía estaba en este mundo, cuanta más piedad no tendrá ahora que está en el cielo, donde puede ver mejor nuestras miserias. Y añade Novarino: Si, a pesar de no implorarle, está presta a ayudar ¿cuá;nto más atenta estará para consolar a quien la invoca?
No dejemos nunca de implorar en todas nuestras necesidades a esta divina Madre que siempre se halla lista a ayudar a quien lo pide. Según Bernardino de Bustis más desea ella hacer gracias para nosotros que nosotros recibirlas. Por eso dice que cuando la invoquemos siempre la hallaremos con las manos llenas de gracias y de misericordias. Dice San Buenaventura: Es tanto el deseo que tiene María de hacernos bien y de vernos salvos que considera una ofensa, no sólo agravios de palabra u obra, sino el sólo hecho de no acudir a ella; quien solicita su ayuda con voluntad de enmendarse ya es salvo. Invoquemos siempre a ésta divina Madre, y digamos lo que este santo decía: «Oh Señora, Oh Madre de Dios, María, no me condenaré si entrego a vos mis esperanzas».
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