“… Que el Sacerdote capaz de predicar vaya hasta el límite de su poder de predicar, de absolver pecados y de celebrar la Misa Verdadera. Que la Hermana maestra vaya hasta el límite de su gracia y poder para formar niñas en la Fe, buena moral, pureza y literatura. Que cada Sacerdote y laico, cada pequeño grupo de laicos y Sacerdotes que tengan autoridad y poder sobre un pequeño fortín de la Iglesia y de la Cristiandad, vayan hasta el límite de sus posibilidades y poderes. Que los líderes y pupilos de tales fortines se conozcan entre sí y estén en contacto entre ellos. Que cada fortín protegido, defendido, entrenado y dirigido en sus oraciones y cánticos por una autoridad real, devenga tanto como sea posible una fortaleza de santidad. Eso es lo que garantizará la continuación de la Verdadera Iglesia y preparará eficazmente Su renovación cuando sea el buen tiempo de Dios.
“Así, no tenemos que tener miedo, sino rezar con toda confianza y ejercer sin temor, de acuerdo a la Tradición y en la esfera que nos corresponde, el poder que tenemos, preparándonos así para el feliz tiempo cuando Roma volverá a ser Roma (la Roma eterna) y los Obispos a ser (o más bien, a actuar como verdaderos) Obispos”.
P. Roger-Thomas Calmel. Breve Apología de la Iglesia de siempre.
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