Una vez un médico psiquiatra me habló de tres miedos esenciales en el hombre: el miedo a la soledad, a la locura y a la muerte. Yo me atrevería, sin ser psiquiatra, pero sí a lo mejor un poco psicólogo, a añadir un cuarto miedo: la irrelevancia.
Quizá como consecuencia del pecado original tenemos pánico a no ser importantes, por eso casi siempre inconscientemente buscamos, eso sí, con una depuradísima técnica de disimulo, los primeros puestos. Hemos llegado incluso a ser capaces de darnos importancia fingiendo modestia.
El Señor no está en contra de que seamos importantes, para El ya lo somos, y ¿qué hay mas apetecible que ser importante para el Rey del Universo?. Lo que pasa es que queremos ser importantes y brillar. Tener gloria propia. Y el Señor nos dice: la Gloria no es vuestra, viene de Dios, y solo podéis adornaros con esa Gloria de una manera, unidos a Mí. Y eso significa una cosa: aceptar la Cruz.
¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? … el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos.
«Toda carne es hierba y todo su esplendor como flor de hierba: se agosta la hierba y la flor se cae, pero la palabra del Señor permanece para siempre» (1 Pe 1,25)
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