Días atrás hemos escuchado en el evangelio que Jesús, camino hacia Jerusalén con sus discípulos, les recuerda la razón por la cual se acercan a la ciudad santa. Lo que en pocas palabras podríamos decir: no conviene que un profeta muera fuera de Jerusalén.
Estamos en el capítulo 11 del evangelio de san Marcos, y para comprender esta escena es necesario tener en cuenta que Jesús ha llegado a Jerusalén, y estando en el templo se encuentra que lo han convertido en un mercado, volcando las mesas de los mercaderes recuerda que la casa de su Padre es un lugar de oración.
Jesús vuelve al templo y es cuando entonces los escribas, sumos sacerdotes y ancianos cuestionan su autoridad, ¿con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad para hacer esto?, pero es una pregunta envenenada, porque no está en busca de la verdad, sino que actúan para condenarlo. Y es interesante porque quienes se acercan son los tres grupos que representa el sanedrín (es decir, el consejo judío), parece ser que reconocen la autoridad de Jesús, pero dudan de su origen.
Autoridad en boca de los sumos sacerdotes y de los escribas, indica: poder, fuerza, dominio, capacidad de imponer leyes y de juzgar. Esta es la autoridad que ellos tenían en el templo y que, de ninguna manera, querían perder. Sin embargo, Para Jesús autoridad significa otra cosa, el término procede de la raíz que en hebreo significa hacerse igual a. De hecho, Jesús manifiesta inmediata y claramente en qué horizonte se mueve Él, hacia dónde camina y hacia dónde nos quiere conducir a nosotros: a ser iguales, a parecernos al Padre, a mantener una relación de amor con Él, como la de un Padre y un hijo. No por casualidad Él hace inmediatamente alusión al bautismo de Juan.
No entienden que la autoridad de Jesús solo se puede entender desde el servicio a los más desprotegidos, a los marginados, a los pobres, a los que no valen nada ante la sociedad, y no desde el poder y los privilegios. Una vez más el poder corrompe y el poder religioso todavía más porque intentan apoyarlo en Dios. Y Jesús, ¿cómo entiende la autoridad? En el lavatorio de los pies, Jesús se desprende del manto, símbolo de poder, se ciñe una toalla, y se pone a lavar los pies, acción propia de los esclavos. Así entiende Jesús la autoridad: como un servicio a los que están abajo para elevarlos a categoría de hijos de Dios. Jesús nos quiere a todos “iguales ante el Padre”. Y así se crea la gran familia de los hijos de Dios.
De ahí que Jesús se defiende acudiendo a la memoria de Juan el Bautista, quien conquistó la autoridad gracias a su servicio profético. El bautismo de Juan, ¿procedía del cielo o de los hombres? Respóndanme, Jesús pide una elección precisa, una decisión clara, sincera y autentica, a fondo. En griego, el verbo responder expresa esta actitud, esta capacidad de distinguir, de discernir bien las cosas.
El Señor nos quiere invitar a entrar en lo más profundo de nosotros mismos para dejarnos penetrar por sus palabras y para que de esta manera, aprendamos cada vez mejor, en estrecha relación con Él, a tomar las decisiones importantes de nuestra vida e incluso las del día a día.
Pero este verbo sencillo y hermoso indica aún algo más. La raíz hebrea expresa respuesta y, al mismo tiempo, miseria, pobreza, aflicción y humildad. Es decir, no puede darse una verdadera respuesta sino desde la humildad, desde la escucha. Jesús pide a los sacerdotes y a los escribas, y también a nosotros, entrar en esta dimensión de vida, en esta actitud del alma: hacerse humildes ante Él, reconocer nuestra pobreza, y la necesidad que tenemos de Él, ya que ésta es la única posible respuesta a sus preguntas.
¡Cuidado con nuestras dobles intenciones al acércanos a Dios o a los hermanos!
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