Amanda Achtman es canadiense (de Calgary, Alberta), licenciada en Ciencias Políticas, licenciada en Estudios Judaicos por la Universidad Gregoriana y asesora sobre la eutanasia de Médicos Canadienses por la Vida.
Ha iniciado el proyecto Dying to meet you [Muriéndome por conocerte], que le ha llevado a entrevistarse con decenas de personas (enfermos, ancianos) amenazados por el sistema MAiD (Medical Assistance in Dying, Asistencia Médica para Morir), el laxo -y en muchos casos impositivo– programa canadiense de suicidio asistido.
Caterina Giojelli recoge el espíritu de su trabajo en un amplio reportaje en Tempi:
«Puedo soportar el dolor, no que me traten como un trozo de carne»
Hace un año, el 1 de agosto, Amanda Achtman decidió que dedicaría cada día a tender la mano a las personas antes de que lo hiciese la eutanasia en Canadá. Siguió un año de reuniones, eventos, vídeos, que gracias a las redes sociales convirtieron rápidamente a Achtman en el punto de referencia para pacientes como Roger Foley (¿os acordáis? El Hospital Victoria del Centro de Ciencias de la Salud de Londres le había planteado una disyuntiva: pagar 1.500 dólares al día por un tratamiento que no podía permitirse o «recurrir gratuitamente al suicidio asistido previsto en el plan comunitario»), pero también para investigadores, periodistas que a menudo se han basado en su proyecto Dying To Meet You.
Amanda Achtman, una eficaz activista contra la eutanasia.
Un contrapunto al relato sobre la eutanasia «compasiva», basado en el intento no de censurar, sino de «humanizar» cualquier discurso sobre el sufrimiento, la muerte, de dar sentido al tiempo de la enfermedad.
El contrapunto de Achtman al ‘relato’ sobre la eutanasia
La historia de Achtman, que ahora trabaja con Canadian Physicians for Life, es la de una joven que creció en Alberta en el seno de una familia judeocatólica. Un carácter forjado al acompañar a su abuelo, un judío polaco superviviente del Holocausto, durante la enfermedad y hasta el final; un máster en estudios filosóficos de Juan Pablo II conseguido en Lublin (Polonia); una temporada como asesora de un miembro del Parlamento canadiense que trabajaba para impedir la extensión de la eutanasia a los discapacitados; estudios completados en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Después, Achtman decidió volver a Canadá, con la idea de luchar contra el avance de la eutanasia, ahora normalizada (más bien, «romantizada«) por políticos, personalidades, cineastas, activistas, hasta el punto de adoptar los contornos ya no del derecho, sino del deber de morir.
El anuncio de los servicios de eutanasia en la pantalla de un hospital canadiense.
Para ello, tuvo que mezclarse entre la gente, los frágiles, los enfermos, los ancianos, sobre los que no se encendían cámaras ni micrófonos. Y descubrir allí, y hacer que nos lo contaran, el sentido de sus vidas, de su enfermedad, y cómo vivían la oferta que no habían solicitado pero que les ofrecían los médicos y enfermeras.
Ofrecer el protocolo MAiD [Medical Assistance in Dying, Asistencia Médica para Morir) como opción de «cura» se ha convertido de hecho en una práctica del servicio sanitario canadiense: «El dolor da asco. Todos estamos de acuerdo. Es terrible. Tengo dolor las 24 horas del día. Nunca para. Puedo sobrevivir a esto. Pero no puedo sobrevivir a ser tratada como un trozo de carne», ha soltado recientemente a CTV News Tracy Polewczuk, que padece espina bífida y a la que aconsejaron dos veces y en dos hospitales distintos que se acogiera a MAiD. La mujer ha pedido más ayuda y más tratamiento porque está empeorando, «y en lugar de recibir ayuda para vivir lo que recibí fue un empujón hacia el suicidio asistido… Pero yo quiero sobrevivir. Quiero lo contrario de lo que intentan obligarme a hacer«.
Tráiler de ‘MAiD in Canada‘, serie documental que muestra las consecuencias de la máquina de matar que ampara el sistema sanitario canadiense: desde la contradicción de que unos ciudadanos reciban tratamiento de prevención del suicidio y otros sean ayudados a suicidarse, o la de matar a un paciente y ofrecer asistencia psicológica a sus familiares por haberlo matado, o el escándalo del ofrecimiento de la eutanasia a veteranos de guerra y atletas paralímpicos, o el recurso a la eutanasia para conseguir órganos para donación, o que haya pacientes psiquiátricos que teman al sistema de salud por si puede decidir eliminarlos.
En Canadá, la eutanasia, legal desde 2016, mata ya a unas 16.000 personas al año. En Canadá, quienes no pueden permitirse un tratamiento porque el sistema sanitario no puede (o no quiere) cubrir los costes, piden la eutanasia. En Canadá, el Estado chantajea a las residencias de ancianos (proporcionar la eutanasia o cerrar) y los activistas llevan a los tribunales a los hospitales católicos que no ponen inyecciones letales. Canadá presume de ser el matadero mundial de la eutanasia (ningún país mata como la provincia de Quebec) y después de promoverla, ofrecerla, hacerla deseable pero sobre todo inevitable a los enfermos terminales, discapacitados, sin techo, pobres, deprimidos y dementes; ahora les toca a los drogadictos beneficiarse de la muerte asistida.
Christine, nacida en 1935, se pone un tatuaje: «No me eutanasies»
«No hay mayor dolor que el de no ser querido». A finales de julio, The Free Press recogió una entrevista que Achtman concedió a Andrew Kooman, autor de una docuserie sobre cómo MAiD se ha abierto camino hasta convertirse en una de las principales causas de muerte en Canadá. «El otro día vi en X que otra persona había decidido ponerse unas pulseras antes de entrar en quirófano«, ha contado la mujer. «Las pulseras dicen ‘Full Code (Código completo)’ y ‘No MAiD. No DNR [Do Not Resuscitate, No reanimar]’, es decir, «No quiero MAiD, no quiero DNR». Significa que las personas que ya experimentan la vulnerabilidad de ser pacientes ahora se sienten aún más vulnerables debido a la disponibilidad y prevalencia de la eutanasia en Canadá».
Achtmann había entrevistado a Christine Nagel, nacida en 1935, que llegó a Canadá desde Londres en 1957. Y que desde hace unos años lleva un tatuaje en el hombro: «Don’t Euthanize Me [No me eutanasies]«. Una mujer con una historia hermosa y dramática, que sólo después de ingerir un montón de pastillas se dio cuenta de lo que hacía y fue salvada por los médicos. ¿Sucedería lo mismo hoy en día? «Durante la guerra solían imprimir estas tarjetas para ponerlas en la cartera. Decían: ‘Soy católico. En caso de accidente llame a un sacerdote’. Cuando llegué a Canadá me di cuenta de que una cartera podía perderse, así que decidí hacerme un tatuaje. Cuando iba al hospital, los médicos me hacían el gesto del pulgar hacia arriba, porque nadie quería ayudar a suicidarse a personas vivas«, dice Nagel.
Christine Nagel cuenta por qué se tatuó la advertencia ‘No me eutanasies’.
«Existir quiere decir ser continuamente deseado»
Achtman explica que la mayor dificultad para los canadienses que ha conocido hasta ahora es intentar justificarse, explicar con palabras a quienes les ofrecen el MAiD por qué están en contra de la eutanasia. Hasta aquí ha llegado la «normalización» de la muerte asistida. «‘¿Por qué no MAiD?’. Luigi Giussani lo explicó cuando dijo: ‘Existir significa ser continuamente deseado. Estar vivo significa tener una razón para estar aquí’. Quien se ha enfrentado a la precariedad de la vida suele ser particularmente capaz de captar lo preciosa que esta es».
Las personas a las que se les ofrece el MAiD no son «deseadas», ni tampoco lo es su bien, sino que es más bien una extraña idea de bienestar lo que le importa a un Estado que les ofrece historias de final de vida (véase el anuncio All is beauty [Todo es belleza]) donde «belleza» es poner fin al sufrimiento. «Nadie quiere sufrir, y eso es normal y razonable. Pero no existe una buena historia sin sufrimiento, porque el sufrimiento y la forma en que respondemos a él tienen que ver con el sentido de la vida. Una buena historia es aquella en la que, tomando prestada una frase de Lorenzo Albacete, ‘el drama del sufrimiento [se transforma] en un drama de amor'».
De ahí el «viaje» de un año de Amanda Achtman por Canadá a la caza de historias muy humanas de amor, cuidados y el significado del sufrimiento, para dar a todos la oportunidad de hacer oír su voz y promover un verdadero diálogo cultural en un país donde la «cultura de la muerte» ha dado paso a una «muerte sin cultura».
En cuanto salió a la luz, Facebook eliminó la entrevista de Achtman con Kooman. Pero no puede erradicar de la red sus vídeos, historias como las de Foley o Nagel -con sus «imprensentables» ganas de vivir más que antes, incluso con dolor y yendo hacia el final-, que siguen circulando e interpelando a una comunidad de personas frágiles que están hartas de que se las trate como «trozos de carne».
Roger Foley cuenta su historia: sus deseos de vivir, a los que responde el sistema sanitario canadiense ofreciéndose a matarlo.
«¿Ha deseado alguna vez la eutanasia?». «¿Y por qué me lo preguntan ustedes, los periodistas?»
«Recuerdo muy bien que un equipo de televisión vino a hacer un reportaje al hospital después del accidente», le contó Philippe Pozzo di Borgo a Leone Grotti (hablando de buenas historias que hay que contar y difundir, esta entrevista que salió en Tempi sobre la necesaria «pedagogía de la fragilidad» vale más que cualquier discurso). «Salía de varios meses de coma y me hicieron la misma pregunta (‘Después del accidente, ¿alguna vez deseaste haber muerto?’) . Empecé a sollozar, diciendo: ‘¿Por qué me hacen esta pregunta? Me molesta muchísimo‘. Dos o tres semanas antes había intentado suicidarme. Me había dado cuenta de que sería una carga demasiado pesada para mi mujer, Beatrice, que también estaba enferma. Intenté asfixiarme rodeándome la garganta con el tubo de la máquina de oxígeno. Me desmayé. Cuando recobré el conocimiento, había una enfermera muy guapa que me preguntó si todo iba bien. No dije nada (ya que una máquina me impedía hablar): me limité a parpadear. Hace poco me vino a la mente una pregunta: tras la muerte de Beatrice, a pesar de mi fuerte depresión, ¿por qué no pensé en poner fin a mis días?».
¿Cuál fue la respuesta? «Porque no era la discapacidad lo que me parecía insoportable, sino la carga que yo podía haber sido para ella. Para otras víctimas de accidentes es diferente: los médicos me han explicado que en el 90% de los casos, tras un accidente, los pacientes tetrapléjicos quieren suicidarse. Es una etapa normal del recorrido. Razoné sobre la ‘carga’ que sería. En realidad, la vida siempre me ha parecido una aventura apasionante, ¡y quizá aún más desde que soy una nariz que mira hacia el techo!».
Philippe Pozzo di Borgo, fallecido en 2023, escribió en 2001 su historia, que tituló ‘Le second souffle [El segundo aliento]’. La edición española, que apareció en 2012, ya se tituló como la película inspirada en su vida y su libro, ‘Intocable’ (2011), dirigida por Olivier Nakache y Eric Toledano e interpretada por François Cluzet y Omar Sy (abajo, en la cubierta del libro; arriba, los protagonistas reales de la historia, Philippe y Abdel Sellou.
Italia debería reflexionar sobre la parábola de Canadá
Ya lo hemos escrito y no dejamos de repetirlo: Italia, y especialmente los católicos, deberían prestar atención a la parábola de Canadá. Como en Italia, en el país dirigido por Justin Trudeau a la eutanasia le abrió el camino el Tribunal Supremo, que en 2015 definió inconstitucional la prohibición de la ‘buena muerte’. Obligado a aprobar una ley, el Parlamento aprobó en 2016 un texto lleno de «cercos» y garantías, que han ido cayendo una a una con el paso de los años. Hoy, cualquier ciudadano -gratis, sin apenas esfuerzo y casi sin importar su estado de salud- puede recibir la inyección letal, mientras que muy pocos tienen acceso al costoso tratamiento que necesitarían para seguir viviendo. No hay lugar para la objeción de conciencia y cualquier intento de diálogo cultural sobre el final de la vida, como cuenta la historia de Achtman, se llama batalla.
Traducción de Verbum Caro.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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