«La espiritualidad no tiene otro fin que la santidad«, explica la revista La Nef, que dedica un dossier especial a la espiritualidad católica en su número de noviembre de 2014 (nº 374). En uno de sus artículos, el sacerdote Christian Gouyaud, doctor en Teología y canónigo de la catedral de Estrasburgo (Francia), resume los fundamentos de la oración cristiana.
Qué es la oración cristiana
La oración cristiana es un don de Dios. No es ante todo un momento o una actividad que consentimos al Señor; es Dios quien nos da la capacidad de orar. Por eso, la oración comienza dando gracias a Dios que «nos ha considerado dignos de estar ante [Él] para servirle» (Plegaria eucarística II). Gracias, Señor, por permitirme «estar ahí».
La oración cristiana es la actualización de nuestra relación personal con el Señor. Supone que, por el bautismo, nos hemos establecido en una relación personal con Dios, nuestro Padre, nuestro Hermano y Amigo, nuestro Huésped divino. Esta relación interpersonal necesita ser vivida en ciertos momentos en conversaciones o intercambios que implican escuchar y responder. Es el famoso «comercio cordial con este Dios que nos ama y a quien sabemos que amamos» de Teresa de Ávila.
La escucha se basa en la Palabra de Dios (lectio divina), en los imperativos de nuestra conciencia, en todos los movimientos interiores que el Espíritu suscita en nosotros. En la oración, no hablamos de Dios en tercera persona del singular, ¡sino que hablamos con Dios en segunda persona! Orar no es vernos orar, sino tomar a Cristo como objeto de nuestra contemplación, para que se convierta en el sujeto de nuestra existencia. Orar implica la pérdida gradual de la conciencia de estar orando.
Los tres tipos de oración
La oración cristiana se basa en tres pilares: 1) la oración litúrgica, como la misa o las vísperas; 2) la oración vocal devocional, como el rosario o el Vía Crucis; 3) la oración mental, que es silenciosa.
Estos tres grandes tipos de oración son complementarios. Sin la oración litúrgica, que es objetiva, es difícil evitar el escollo fatal de la introspección; sin la oración devocional, que es afectiva, la oración se vuelve rápidamente árida; sin la oración mental, la oración se convierte fácilmente en logomaquia.
La oración cristiana es polifacética: la oración de petición, por ejemplo, puede referirse a un objeto concreto, o solicitar la ayuda divina en general, o simplemente constatar un hecho: «No tienen más vino» (cf. Tomás de Aquino, Suma Teológica, IIa-IIae, q. 83, a. 17).
En cuanto a la oración de petición, hay que señalar que no se trata de notificar a Dios nuestras necesidades, que Él conoce mejor que nosotros, sino de hacernos conscientes de que dependemos de Él.
Rezar es ser conscientes de nuestra dependencia de Dios. Foto (recorte): Andreas Nikolakeas/Unsplash.
Esta oración debe ser insistente, rayana en el acoso espiritual, y debe desembocar en la petición del don supremo que es el Espíritu Santo (cf. Lc 11,5-13 sobre el amigo importuno). Esta oración exige fe en que será atendida: «Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que os lo han concedido y lo obtendréis» (Mc 11,24).
La oración cristiana es un grito: «Desde lo hondo a ti grito, Señor» (Sal 130). Es el grito de angustia de un pecador que se encuentra en una situación en la que la muerte ya ha hecho mella. Pero es un grito de esperanza, porque «nuestra ayuda está en el nombre del Señor».
Los requisitos de la oración cristiana
La vida espiritual no es una actividad separada o disociable de nuestra vida humana y, en particular, de nuestra vida moral. En efecto, existe una «unidad de vida» que se realiza precisamente a través de la oración, que irradia todas nuestras fuerzas y orienta todas nuestras actividades. La oración forma parte de un proceso de conversión.
Además, la oración no es una actividad esporádica. Si comparamos la oración con la respiración (del alma), es sobre todo por el carácter continuo de la respiración. La «oración como acto» presupone e implica un «estado de oración» como preparación y prolongación.
Las condiciones espaciales y temporales de la oración
En cuanto a la duración, «la oración debe durar tanto como sea útil para mantener el fervor del deseo. Cuando sobrepasa esta medida, hasta el punto de no poder prolongarse sin disgusto, no debe prolongarse más» (IIa- IIae, q. 83, a. 14 ).
En cuanto a la posición del que ora, «los signos de humildad que mostramos externamente sirven para estimular nuestro corazón a someterse a Dios, ya que tenemos acceso a las realidades inteligibles a través de las realidades sensibles» (IIa-IIae, q. 84, a. 2).
En cuanto al lugar de la oración, si no ha llegado el momento de orar en el monte Gerizim o en Jerusalén, sino de adorar en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,20-24), conviene entrar en la habitación donde nuestro Padre ve en lo secreto (cf. Mt 6,6), que por cierto se refiere a las condiciones del recogimiento. ¡Cuidado con la incompatibilidad de la oración con el abuso de los medios digitales!
«Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1). Orar es aprender a orar a lo largo de nuestra vida. La oración en la que admitimos que no sabemos rezar es, sin duda, ¡la mejor oración!
Traducción de Verbum Caro.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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