20/10/2024

¿Qué queréis que haga por vosotros?

«Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir». Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?». Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber, o bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?». Contestaron: «Podemos». Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado». Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, llamándolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos». 

Santiago y Juan en un ejercicio de sinceridad se presentan delante de Jesús con el deseo de pedirle lo que profundamente ambicionan y quieren. En otros Evangelios esta petición aparece mediada por la madre de los Zebedeos. Le explican que son ambiciosos, que llevan en su interior el deseo de grandeza, de triunfo, de éxito, de trascendencia, de querer dejar huella en la vida de los demás. Jesús acoge sus deseos, no los reprime ni les regaña. Solo los educa en la única clave que puede dar plenitud al ser humano: el servicio y el amor. Seguir a Jesús es la opción libre que cada persona decide cuando tiene un encuentro con Jesús. Santiago y Juan decidieron seguir a Jesús dejando las redes, las barcas, a su padre Zebedeo y se convirtieron en pescadores de hombres. Los primeros pasos fueron entusiasmantes, viendo a Jesús sanar lo enfermo. Escuchando sus enseñanzas, viendo como en los ojos de los que le escuchaban aparecía la esperanza y la ilusión. Pero tras la emoción inicial los hermanos empiezan a pensar en sí mismos. Y en cómo quedarán sus vidas si Jesús alcanza el éxito en Jerusalén y le nombran el verdadero Rey de Israel. Dejan de tener los ojos fijos en Jesús y empiezan a mirar su interés y su beneficio.

Pero los caminos de Jesús nunca son los del triunfo humano. Tras la multiplicación de los panes el pueblo le quiere nombrar Rey y la actitud de Jesús es tajante. Despide a la gente y manda a los apóstoles a que se embarquen y se vayan a la otra orilla. Jesús huye de la ambición. En su diálogo con el tentador en el desierto, este le ofrece poseer todos los reinos de la tierra. Jesús no ambiciona la riqueza, el poder, el honor, la fama, el placer. Jesús vence la tentación abrazando la unión íntima con su Padre Dios. Y cuando escucha la petición de los Zebedeos, interiormente descubre que puede responderles, no desde la decepción, sino desde la educación de las expectativas. A todos nos viene bien recordar al salmista: «Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad. Sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre; como un niño saciado así está mi alma dentro de mí» (Sal 131).

La reacción de los otros diez apóstoles llama también la atención, porque se indignan por la petición de los Zebedeos. En el fondo todos persiguen esos primeros puestos que ellos piensan que garantiza la alegría. Jesús descubre la lentitud que tienen para entrar en el camino de la sabiduría de Dios. Todavía están muy pegados a lo humano, incapaces de levantar la mirada hacia la vida eterna. Solo desde la plenitud de vida que Jesús vive se entiende la grandeza de buscar el rescate de todos aquellos hermanos que siguen esclavos de la ambición desmedida, del acumular poder y riquezas, de vivir centrados en sí mismos e incapaces de dar su propia vida por amor.