Hoy celebramos el Miércoles de Ceniza, el inicio de la Cuaresma, un tiempo de conversión, oración y preparación para la Pascua. Jesús en el Evangelio nos habla de tres pilares esenciales: la limosna, la oración y el ayuno, pero nos advierte de algo muy importante: no hacer las cosas solo para que los demás nos vean.
Es fácil buscar el reconocimiento en lo que hacemos. Nos gusta que nos feliciten cuando ayudamos a alguien, que nos digan lo buenos que somos cuando nos sacrificamos por otros, o que nos valoren cuando hacemos un esfuerzo. Y claro, es natural querer sentirnos apreciados, pero Jesús nos invita a mirar más allá. Nos dice que la verdadera recompensa no está en el aplauso de la gente, sino en la relación secreta y sincera con Dios.
Hoy empezamos la Cuaresma, y quizás nos planteamos propósitos: dejar de comer algo, hacer más oración, ser más generosos. Pero Jesús nos pregunta: ¿Lo hacemos por compromiso, por costumbre o porque realmente queremos acercarnos a Él? No se trata de que todos sepan que estamos ayunando o que hemos dado una limosna, sino de hacerlo con el corazón en Dios. Es como cuando alguien hace algo bueno sin esperar nada a cambio, simplemente porque le sale de dentro.
Jesús nos invita a vivir esta Cuaresma con autenticidad, a hacer el bien sin buscar reconocimiento, a hablar con Dios en lo secreto, sin necesidad de que los demás sepan cuánto rezamos. Nos invita a un ayuno no solo de comida, sino de egoísmo, de orgullo, de quejas. A dar limosna no solo de dinero, sino de tiempo, de atención, de amor. Porque Dios ve lo que nadie más ve, y en ese encuentro silencioso con Él, es donde nos transforma de verdad.
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