Michel Onfray (n. 1959), un filósofo francés que se define como materialista y ateo y defensor de una ética hedonista, y con varias obras publicadas en español, acaba de publicar en Francia un libro titulado La teoría de Jesús. Biografía de una idea, donde sostiene que Jesucristo no existió.
Marco Fasol, precisamente un estudioso de las fuentes históricas del cristianismo y de reliquias como la Sábana Santa, autor de Jesús de Nazaret: ¿una historia verdadera? Los Evangelios a la luz de la ciencia, le ha respondido en el mensual católico de apologética Il Timone:
Onfray no niega a Jesús, sino la historia
Hace poco se ha publicado un libro de Michel Onfray, ensayista francés, titulado La teoría de Jesús. Biografía de una idea, quien en su anterior Tratado de ateología (2005) dejaba claros sus prejuicios y su mordaz resentimiento anticlerical.
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La teoría de Jesús es una improbable exhumación de hipótesis mitológicas que tienen un par de siglos de antigüedad. La frase inicial es emblemática: «Creí en Dios y en Jesús mientras creí en Papá Noel». Es realmente increíble que en el siglo XXI todavía haya quien se burle de los lectores haciendo pasar su ignorancia de las fuentes históricas por una emancipación de los cuentos infantiles.
Sólo él, después de dos mil años de cristianismo, habría logrado «descubrir» que «Jesús es una criatura ideal, que existe única y exclusivamente en el mundo de las ideas» (pág. 23). Porque «no hay nada qué hacer: desde hace dos mil años no hay ninguna prueba de la existencia histórica de Jesús» (pág. 37). Luego, reconociendo haber exagerado, concede benévolamente: «¡Toda esa evidencia fue inventada o por Helena, madre del emperador Constantino, o por quienes seguían a esa pareja infernal!» (pág. 41).
Evidentemente, el autor cree que sus lectores no saben que los Evangelios se escribieron tres siglos antes de Constantino, y luego continúa con paradojas risibles como la de «Judas ahorcado por Jesús» (pág. 193), partiendo de la tesis básica de que Jesús «es simplemente un concepto, un personaje conceptual» (pág. 148).
Ahora bien, este libro es una clara demostración de cómo la ideología, los prejuicios y el resentimiento deforman la realidad histórica manipulando, tergiversando o simplemente ignorando los documentos objetivos.
Pruebas filológicas
La ciencia histórica no puede basarse en la acritud y los prejuicios anticlericales, sino que debe hacerlo en las fuentes históricas. Examinemos pues brevemente las fuentes históricas sobre Jesús.
‘Últimas noticias de Jesús‘ (Espasa) de José María Zavala aborda diversas pruebas históricas y arqueológicas que demuestran la historicidad de Jesucristo y del relato evangélico. Un buen antídoto a las ignorancias o falsedades de Onfray.
Cualquiera que tenga algún conocimiento de los manuscritos antiguos sabe que los textos de los cuatro Evangelios canónicos y de todo el Nuevo Testamento son miles (5.000 manuscritos griegos y 8.000 latinos), que a menudo son muy antiguos y coinciden en lo esencial, aunque, por supuesto, no faltan los errores de copia, que, sin embargo, nunca afectan al contenido esencial.
»Los Evangelios son, con mucho, el texto más documentado de la Antigüedad en cuanto a número y antigüedad de manuscritos. Pensemos que, por el contrario, de César o Platón sólo tenemos una docena de manuscritos antiguos, de Tácito sólo un par y, por ende, defectuosos.
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Cualquiera que conozca los textos originales de los Evangelios –escritos en griego– sabe que el léxico y la morfología sintáctica revelan una inconfundible matriz hebrea y aramea, las lenguas habladas por Jesús en su predicación. Se trata, pues, de textos cuyos autores escucharon directamente la predicación aramea de Jesús. Todos ellos fueron escritos en el siglo I, es decir, pocas décadas después de la muerte de Jesús. Han conservado algunas decenas de palabras arameas (abbà, amen, talita kumi, effatá, hosanna) y conservan la sintaxis propia del hebreo o del arameo más de un centenar de paralelismos antitéticos, varias decenas de paralelismos sinónimos, un centenar de pasivas teológicas (la creación originalísima de Jesús), repeticiones frecuentes que ayudan a la memoria, según una técnica tradicional propia del judaísmo y ajena al griego.
Un origen tardío o mitológico de los Evangelios es insostenible en el plano filológico.
Criterio de concatenación
Evidentemente, el «lumbrera» de Onfray se cuida de no informar de estos rastros arameos incontrovertibles que refutan su ideología. Y también se cuida de no comparar el número de manuscritos del Nuevo Testamento con el de los autores paganos.
Luego llegamos a la investigación histórica sobre el núcleo genético del Evangelio: el relato de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Onfray ignora por completo el criterio histórico objetivo de la explicación necesaria o la concatenación de los acontecimientos. Los historiadores de las últimas décadas han desarrollado este criterio, que resulta muy claro cuando se aplica a la «madre de todos los milagros» que es la resurrección de Jesucristo.
Este criterio puede formularse así: «Si, ante un conjunto de hechos que requieren una explicación coherente y suficiente, se ofrece una que ilumine y agrupe armónicamente todos esos elementos (que de otro modo seguirían siendo enigmas), entonces estamos en presencia de un dato (hecho, palabra) auténtico» (René Latourelle).
Un documental muy completo del sacerdote Álvaro García de Movellán sobre la autenticidad de los Evangelios.
El historiador debe partir de una certeza histórica derivada de todas las fuentes disponibles: Jesús murió en la cruz. Este acontecimiento está atestiguado por los 27 libros del Nuevo Testamento, por Flavio Josefo y Tácito, y por todos los primeros escritores cristianos.
Después de este espantoso suceso podemos comprender fácilmente el desconcierto psicológico y teológico de los discípulos en la tarde del Viernes Santo. No entendían por qué Dios había permitido esta muerte vergonzosa. Los discípulos se habían encerrado en el Cenáculo. No tenían recursos humanos para volver a levantarse. Con la sepultura del Maestro, habían quedado sepultadas también sus esperanzas. En este punto, un historiador objetivo puede recurrir a la prueba por reducción al absurdo, por analogía con la demostración de los teoremas matemáticos.
La prueba por reducción al absurdo
Por la vía de lo absurdo intentemos borrar la resurrección de Jesús de la historia; imaginemos por un momento que nunca ocurrió, que fue una invención de los discípulos. Examinemos lo que nos dicen las fuentes históricas sobre los acontecimientos posteriores. Todo el mundo -creyentes y no creyentes- reconocen que, al cabo de sólo tres días, los discípulos aparecieron radicalmente cambiados e iniciaron la mayor revolución ética y teológica de la historia. Es un vuelco inexplicable si se borrara el encuentro con el Resucitado. Anuncian a Jerusalén y al mundo entero que el crucificado, humillado, azotado y escarnecido es el único Dios verdadero.
Nótese que todos ellos eran judíos observantes, monoteístas de toda la vida. Nunca, jamás, habrían soñado con predicar la divinidad de un hombre a menos que tuvieran pruebas firmes, capaces de hacer añicos sus convicciones más profundas. Muchos de ellos murieron mártires para dar testimonio de ello.
Un cambio tan radical, del desconcierto del Viernes Santo a la proclamación entusiasta, sólo es históricamente comprensible si los discípulos vieron realmente algo extraordinario. Y todas las fuentes nos dicen que realmente se encontraron con Jesús resucitado, que les explicó el significado de su muerte y el valor ético de su victoria, no con la espada, sino con el amor y el perdón.
En conclusión, si un historiador suprimiera los encuentros del Resucitado con los discípulos, no sólo amputaría todos los documentos, sino que convertiría en absurdo e incomprensible el paso del Viernes Santo al Domingo de Resurrección. Corresponde al lector elegir entre la teoría del «mito de un Jesús conceptual» y la investigación de la ciencia histórica sobre los documentos y el criterio de concatenación de los acontecimientos.
Traducción de Verbum Caro.
PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»
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