30/11/2024

Räsänen, exministra finlandesa perseguida por un tuit «homófobo»: «No vivimos en una sociedad libre»

En junio de 2019, la exministra del interior finlandesa Päivi Räsänen comenzó a ser investigada a raíz de un mensaje publicado en sus redes sociales. En su publicación, Räsänen  cuestionaba el respaldo de la iglesia luterana finlandesa a la celebración del orgullo LGBT el mismo año y se preguntaba: “¿Cómo encaja la doctrina de la Iglesia con plantear el tema de la vergüenza y el pecado en el Orgullo?”.

El mensaje estaba acompañado de la Carta a los Romanos 1, 24-27, que dice: «Por eso, dejándolos abandonados a los deseos de su corazón, Dios los entregó a una impureza que deshonraba sus propios cuerpos, ya que han sustituido la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a las criaturas en lugar del Creador, que es bendito eternamente. Amén. Por eso, Dios los entregó también a pasiones vergonzosas: sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por otras contrarias a la naturaleza. Del mismo modo, los hombres dejando la relación natural con la mujer, ardieron en deseos los unos por los otros, teniendo relaciones deshonestas entre ellos y recibiendo en sí mismos la retribución merecida por su extravío».

Tras ser denunciada, la Fiscalía comenzó un proceso que llevó a la política a ser sometida a horas de interrogatorios, meses de investigación y sucesivos juicios acusada por un triple delito de odio, de lo que quedó absuelta en agosto de 2023. Actualmente, tras ser aceptado el recurso presentado por la Fiscalía al Supremo, la exministra se encuentra a la espera de un nuevo juicio, el tercero.  

Recientemente, Räsänen ha contado su propio caso en Public Discourse, que reproducimos a continuación: 

Llevada a juicio por un tuit

He sido diputada del Parlamento finlandés durante veintinueve años. A lo largo de esos años, he sido testigo de un cambio drástico en el sistema de valores que sustenta nuestra sociedad moderna. Desde la protección de la vida hasta la defensa del matrimonio, los cambios que estamos viviendo son innegables, con implicaciones de largo alcance para todos nosotros. Y es evidente que el ambiente general hacia el cristianismo es cada día más hostil. Hace sólo diez años no podía imaginar que pronto me citarían ante el Tribunal Supremo de mi país para defender mis convicciones religiosas.

«¿Alguien ha ocupado Finlandia?». Me lo preguntó mi nieto de seis años en junio de 2019 cuando vio ondear sobre nuestra ciudad natal, Riihimäki, una bandera arcoíris gigante, la más grande que habíamos visto hasta la fecha. En ese mismo momento, la iglesia mayoritaria de nuestro país, la Iglesia Evangélica Luterana Finlandesa, publicó oficialmente su apoyo a un evento del «orgullo» de Helsinki, que decepcionó y escandalizó a muchos (incluida yo). 

Ante nuestros ojos, la Iglesia estaba asumiendo una postura contraria a su propia confesión de que Dios diseñó el matrimonio para un hombre y una mujer. Si se socava la autoridad de la Palabra de Dios, la cuestión pasa a ser no sólo sobre el matrimonio o el género, sino también sobre el camino hacia la salvación y la vida eterna. Toda persona, incluida la comunidad LGBT, tiene derecho a escuchar toda la verdad de la Palabra de Dios. Aunque consideré brevemente la posibilidad de abandonar mi Iglesia, me convencí de que era mejor permanecer a bordo e intentar despertar a los que se habían dormido, no saltar de un barco que se hunde.

Por eso escribí un tuit, en el que dirigía una pregunta a los dirigentes de mi Iglesia. Quería ejercer mi derecho básico a la libertad de expresión para preguntar públicamente cómo conciliaban sus actividades con la enseñanza bíblica. El contenido principal de mi post era una foto de los versículos 24-27 del primer capítulo de la carta a los Romanos, donde el apóstol Pablo enseña que las relaciones homosexuales son pecaminosas. Un ciudadano presentó una denuncia penal en respuesta a mi tuit, y rápidamente le siguieron más denuncias.

Estas denuncias dieron lugar a dieciocho meses de investigación policial y trece horas de interrogatorios. Como ex ministra del gobierno, parlamentaria en ejercicio y abuela, la situación me parecía irreal. Pocos años antes había estado al frente de la policía como ministra del Interior, y ahora estaba sentada en la comisaría siendo interrogada, con la Biblia sobre la mesa delante de mí

Las preguntas versaban descaradamente sobre la Biblia y su interpretación. Me preguntaron: «¿Cuál es el mensaje del libro de Romanos y su primer capítulo?» y «¿Qué quiero decir con las palabras ‘pecado’ y ‘vergüenza’?». En las redes sociales se difundió la broma de que Päivi Räsänen volvía a reunirse para un estudio bíblico en la comisaría. La policía me preguntó si aceptaba borrar mis escritos en un plazo de dos semanas. Dije que no y reafirmé mi creencia en las enseñanzas de la Biblia, sin importar las consecuencias. No me disculparé, expliqué, por lo que ha afirmado el apóstol Pablo.

Tras la investigación, se me acusó penalmente por mi post sobre las enseñanzas bíblicas sobre el matrimonio. Se presentó una segunda acusación por un folleto titulado «Hombre y mujer los creó«, que había escrito para mi Iglesia en 2004. El obispo Juhana Pohjola también fue procesado como responsable de la publicación del folleto. Se presentó una tercera acusación sobre mis opiniones bíblicas presentadas en una entrevista radiofónica de 2019. Fue en ese momento cuando ADF Internacional se puso a mi lado y comenzamos a defender mi caso. 

La posible condena por el delito de «agitación étnica», del que se me acusa, es de hasta dos años de prisión o multa. En la legislación finlandesa, entra dentro de la sección de «crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad» del código penal. La ley de «incitación al odio» había sido aprobada por unanimidad en el Parlamento sin ningún debate real. Yo formaba parte del parlamento en aquel momento, y puedo decir que nadie vio el peligro de esta ambigüedad entonces.

Päivi Räsänen, ante la prensa. 

Pero ahora lo veo muy claro. Una ley ambigua que prohíbe ampliamente la «incitación al odio» y que puede encarcelar a alguien por hablar de su fe en las redes sociales ya es bastante mala. Pero el mayor peligro es la amenaza de censura en toda la sociedad y el efecto aplastante sobre la libertad de expresión y de religión. Una sentencia en mi contra abriría las puertas a una amplia prohibición de la expresión pública de opiniones religiosas u otras creencias y a la amenaza de las modernas quemas de libros.

En los últimos cinco años, he sido sometido a dos juicios, primero en el Tribunal de Distrito y luego, tras la apelación de la fiscalía, en el Tribunal de Apelación, ambos con resultado de absolución unánime. La insistencia de la fiscalía en castigarme por la expresión pacífica de mis creencias religiosas ha desafiado a la razón, lo que ha dado lugar a otro recurso, actualmente pendiente ante el Tribunal Supremo de Finlandia.

En el juicio ante el Tribunal de Distrito, el fiscal declaró al principio que el juicio no sería una inquisición sobre la Biblia. Pero luego, sorprendentemente, apuntó a la doctrina central del cristianismo: las enseñanzas del Evangelio. Afirmó que mis opiniones equivalían a una doctrina que resumió como «ama al pecador, odia el pecado». Esta doctrina la consideraba insultante y difamatoria porque, según ella, no se puede distinguir entre la identidad de la persona y sus actos. Según este enfoque, si se condena el acto, también se condena al ser humano y se le considera inferior.

Esta afirmación va en contra tanto de la visión cristiana del hombre como del sentido común. Pensar que no es posible distinguir entre los actos de una persona y el núcleo de su identidad es contradictorio con nuestra realidad vivida, así como con la verdad evangélica. La analogía que utilicé ante el tribunal fue que amaba a todos mis hijos por igual, pero a veces, al criarlos, requerían disciplina por sus actos incorrectos. 

También afirmé ante el tribunal que Dios creó a todos los seres humanos a su imagen y semejanza y que todos tenemos el mismo valor, pero también todos somos pecadores. El pecado no disminuye nuestra dignidad; es un concepto teológico que describe la relación entre Dios y el hombre, y Dios es quien define qué es el pecado. El núcleo de la fe cristiana es la creencia de que Dios amaba tanto a todas las personas que entregó a su único hijo para que muriera en la cruz y sufriera el castigo que los humanos, a causa de nuestro pecado, deberíamos haber sufrido.

El primer capítulo del Génesis, `Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer´, es solo una de las muchas citas bíblicas que, tras el juicio, Räsänen considera en peligro de invocar.  

La enseñanza de la Biblia es, sin embargo, clara en cuanto a que el matrimonio es una unión entre hombre y mujer y que practicar la homosexualidad va contra la voluntad de Dios. Niego categóricamente que mi pensamiento o mis escritos puedan constituir «incitación al odio», difamación o calumnia de las minorías. Las enseñanzas de la Biblia sobre el matrimonio y la sexualidad surgen del amor, no del odio. Dios desea que todas las personas lleguen a la salvación y vivan de una manera que le honre y sea coherente con Su designio. Decir esa verdad es amor, no odio. En contra de esta verdad, la acusación afirmó que todo el mundo puede creer lo que quiera, pero que la libertad de expresión debe limitarse en lo que respecta a la expresión externa de la religión.

Me encontré con este mismo tipo de concepción restringida de la libertad religiosa cuando fui ministra responsable de asuntos eclesiásticos. En una conversación con el ministro chino encargado de los asuntos religiosos, me enteré de que en China se puede creer en lo que se quiera, pero es necesario restringir la libertad de expresar la fe si ello aumenta las tensiones en la sociedad. Aunque pueda parecer que esto aumenta la cohesión social y fomenta la paz, lo único que realmente hacen estas restricciones es asfixiar las libertades individuales y crear una cultura de autoritarismo.

En público, el fiscal general declaró que si «Räsänen [iba a ser] condenada, eso no significa que deban retirarse las Biblias de las bibliotecas. Se puede hacer referencia a la Biblia, al Corán o a Mein Kampf [Mi lucha, cuyo autor es Adolf Hitler, ndt], porque no está prohibido hablar de textos históricos. Pero lo esencial es si se está de acuerdo». Para nosotros, los cristianos, la Biblia es la Palabra de Dios. Debemos tener derecho no sólo a hablar de la Biblia, sino también a estar de acuerdo con ella y a confesar públicamente nuestra fe. La libertad religiosa no es algo que pueda limitarse a nuestra vida privada. Es un derecho, garantizado en el derecho internacional, que debemos poder vivir en la plaza pública. Si no tenemos la libertad de vivir abiertamente como cristianos en el mundo, no puede decirse que vivamos en una sociedad libre.

Finalmente, seis jueces de dos tribunales no encontraron nada ilegal en mis escritos. Pero ahora seguiré luchando por la libertad de expresión y de religión ante el Tribunal Supremo finlandés. Más allá de mí, este caso sienta un precedente y tiene un peso inmenso para la libertad de expresión, especialmente en cuestiones de fe. En el centro del asunto jurídico está la cuestión de si se permitirá a la gente compartir las enseñanzas de la Biblia y estar públicamente de acuerdo con esas enseñanzas. 

Aunque el proceso ha sido largo, agotador y penoso, mantengo la confianza y la calma, con la seguridad de que mis acciones están arraigadas en la verdad y mi defensa se basa en los principios de los derechos humanos internacionales. Estoy dispuesta a seguir defendiendo la libertad de expresión y la libertad de religión ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos si llegara el caso.

El mero hecho de que haya un juicio en curso, incluso sin condena, tiene un efecto amedrentador en toda la sociedad. Las acusaciones, los interrogatorios y los juicios hacen que los ciudadanos teman expresar sus convicciones. Se trata de una consecuencia natural de atentar contra cualquier persona, y más aún contra un personaje público. Por no mencionar que la creciente hostilidad hacia los cristianos ha llevado a la marginación de la enseñanza bíblica clásica en la cultura en general. El impacto ideológico de las agendas anticristianas extremas ha crecido tanto en la cultura secular como en la Iglesia. Esto ha provocado crecientes limitaciones a la libertad de expresión de las personas que rechazan estas agendas. Seamos claros: el objetivo es el totalitarismo ideológico donde sólo una forma de pensar sobre la humanidad es políticamente correcta. La mayoría de los ciudadanos saben que esto no se basa en la realidad. Pero queda poco espacio para expresar esta opinión.

Criminalizar la expresión religiosa mediante las llamadas leyes de «incitación al odio» cierra importantes debates públicos y supone una grave amenaza para nuestras democracias. Como diputada, me parece especialmente peligroso. Debemos ser capaces de discrepar y hacer frente al discurso que nos insulta. En lugar de combatir el odio, la criminalización del discurso basada en criterios subjetivos crea una cultura del miedo y la censura. 

Cuanto más callemos las enseñanzas de la Biblia sobre las cuestiones difíciles de nuestro tiempo, más contundente y completo será el rechazo de la verdad bíblica. He considerado un privilegio y un honor defender la libertad de expresión y de religión, que son derechos fundamentales en un Estado democrático. Y a lo largo de este calvario, he sentido concretamente el apoyo de miles de personas, habiendo recibido mensajes de ánimo de todo el mundo.

En última instancia, sin los cargos penales que se me impusieron, no habría tenido la excepcional oportunidad de testificar la verdad en comisarías, salas de audiencia y a través de emisiones en directo y ruedas de prensa escuchadas en todo el mundo. Estoy agradecida a todos los que me han acompañado en la defensa del derecho a vivir y decir la verdad, y espero que llegue el día en que este derecho fundamental se respete para todos los que tratan de expresar su fe.

Traducción de Verbum Caro.

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»