23/12/2024

Rosa Regàs: la autora ‘mainstream’ que hablaba de niños monstruos y de la Iglesia y el alma femenina

La editora, escritora, traductora y ex directora general de la Biblioteca Nacional (2004-2007), Rosa Regàs (Barcelona, 1937) falleció este miércoles 17 de julio a la edad de 90 años. Hace solo dos meses que había presentado su último libro, titulado Un legado. La aventura de una vida (Navona), un testamento vital donde reflexiona sobre la literatura y el pensamiento.

Legión de honor de la República Francesa y Creu de Sant Jordi, Regàs ganó con Azul el Premio Nadal en 1994, y con La canción de Doretea el Premio Planeta de 2001. Su mayor notoriedad pública le llegó con su libro de memorias Diario de una abuela de verano. El paso del tiempo, en 2004, que recogía su experiencia vivida en su masía ampurdanesa en convivencia durante las vacaciones escolares con sus nietos.

Rosa Regàs se describía a sí misma como mujer de izquierdas, feminista y afín al PSC (Partido Socialista de Cataluña). En 2011 llegó a concurrir a las elecciones municipales en Barcelona fichada por el socialista Jordi Hereu, pero tras la victoria de Xavier Trias renunció al acta. Crítica con el independentismo catalán, firmó manifiestos como los del Foro de Babel (contra las primeras políticas lingüísticas de la Generalitat).

Rosa Regàs, además de tener filias políticas de izquierda, solía publicar textos contrarios a la Iglesia y a la cosmovisión cristiana, haciendo gala de dejarse llevar por el pensamiento más de moda o convencional (mainstream). Un ejemplo de ello tuvo lugar en 2012, cuando indignó a muchas personas al llamar, en un artículo, «monstruos» a los niños con malformaciones prenatales, aludiendo a que el diccionario de María Moliner se lo permitía.

¿Dar a luz a un «monstruo»?

Regàs llamó dos veces «monstruos» a los niños que nacen con malformaciones, criticando el cambio a la Ley del Aborto anunciado en su día por el ministro de Justicia del Partido Popular, Alberto Ruiz Gallardón.

«Que sea el señor Ruiz Gallardón el que tenga que decidir si una mujer ha de dar a luz un monstruo todavía me parece más aberrante», escribía Regàs. Y, también: «Señor Ministro, ¿no le parece que antes de dar vida a los monstruos debería ocuparse de que no se resquebrajara la dignidad de los vivos, y defender para ellos trabajo, vivienda, educación y sanidad?».

Tras la publicación de Regás, el periodista Andrés Aberasturi, padre de un hijo enfermo, criticó sus palabras. «Rosa Regàs se equivoca muy gravemente tres veces, tan gravemente que debería al menos rectificar una afirmación y retirar inmediatamente otra que repite en dos ocasiones de una forma descarnada, con una rotundidad insultante, dolorosa, injusta y excesivamente cercana a la ideología nazi. La que debería rectificar es cuando asegura que ‘las (mujeres) europeas ya tienen ese problema solucionado de no querer dar vida a quien no podrá disfrutarla’. ¿Qué sabe Rosa Regàs de eso? ¿Qué sabe Rosa Regás de la risa abierta de mi hijo, de su paz cuando duerme, de su mirada llena de luz cada mañana, de lo que le hemos podido dar y de todo lo que él nos ha dado? ¿Cómo se atreve Rosa Regàs a generalizar y afirmar que mi hijo -y tantos hijos- no pueden disfrutar de la vida? ¿Con qué derecho dice tales cosas? ¿Con qué base científica? ¿Con qué permiso?», decía el periodista.

«Si los diagnosticados por una malformación son para doña Rosa unos monstruos en caso de que nazcan, lo son también los ya nacidos: mi hijo es para la escritora un monstruo. Y por si alguien piensa que utilizar esa palabra fue un desliz, termina su articulo/pastiche con una afirmación que da escalofríos y nos recuerda -lo siento- el tiempo más infame del siglo XX. Concluye Rosa Regàs: ‘Señor Ministro, ¿no le parece que antes de dar vida a los monstruos debería ocuparse de que no se resquebrajara la dignidad de los vivos, y defender para ellos trabajo, vivienda, educación y sanidad?’. Si esta no es una demanda nazi, que alguien me lo explique (…). Me faltan palabras para expresar lo que sentí al leer semejante panfleto desde mi agnosticismo y sólo entrando en el calificativo que Regàs dedica a los discapacitados. No puedo creerlo», escribió Aberasturi.

Pero, las frases de Regàs podrían tener su caldo de cultivo en 1962, cuando embarazada de su tercer hijos, ya con siete meses y medio, leyó en una revista francesa acerca de bebés que nacían con una «anomalía congénita que consistía en la falta de las extremidades, es decir, con las manos surgiendo directamente de los hombros, sin brazos ni antebrazos». Se atribuía a la ingesta de talidomina del padre o la madre, y ella se asustó mucho porque éste era un fármaco que ella tomaba contra el insomnio.

El artículo no era un artículo cualquiera ni neutral en ningún sentido: fue el artículo que abrió el camino al aborto en Francia, usando una y otra vez la idea del «monstruo», que merecía ser eliminado en cualquier fase del embarazo, y no solo en las primeras semanas. «En Francia el aborto todavía tardó 13 años en ser legalizado -gracias sobre todo al impulso que dio a la ley Simone Weil- primero hasta la décima semana, luego ya en 2001 hasta la duodécima semana del embarazo, realizados todos desde 1982 por la seguridad social francesa», detalló Regàs en otro artículo.

En cuanto a su caso, explicaba que sintió una gran «angustia», pero no abortó porque su embarazo estaba ya muy avanzado y no sabía donde acudir para practicárselo. En sus palabras: «Me quedaba más o menos un mes y medio para el parto así que no había forma de pensar en un aborto que por otra parte no habría sabido por donde moverme: en aquellos años la cuestión nunca me había preocupado ni a mí ni a las personas de mi conservador entorno, y menos aún se me había ocurrido pensar en él como uno de los ineludibles derechos que debía conseguir la mujer», explicaba.
 
El niño nació perfectamente sano («precioso, con ojos azules») y sin problemas. Pero en vez de aprender una lección de confianza en la vida y de gratitud, ella elaboró lo vivido como una ideología forjada en el miedo que había pasado.

Lo formulaba así: «Su presencia [la del bebé sano] logró trasmutar la memoria de aquel parto que había temido como el mayor de los peligros que se cernía sobre mi vida, pero me ha dejado incólume la conciencia del dolor de tantas mujeres que no tuvieron la suerte que a mí me otorgó el azar en un asunto que los franceses resolvieron hace tanto tiempo [el aborto libre de niños enfermos] y que nosotros, los españoles, teníamos también resuelto pero que hoy, con el pretexto de unos principios morales que ni siquiera pueden afianzarse, como pretende el Ministro, en conocimientos científicos, amenaza con devolvernos a la edad de las cavernas», decía sobre la ley de Gallardón.

La Iglesia y el alma de las mujeres

Otro ejemplo de texto polémico fue el que escribió en El Mundo, en 2012, sobre el aborto, las mujeres y la Iglesia. «Un día coincidí con un sacerdote en un programa de televisión debatiendo los dos sobre los derechos de la mujer. Cuando le pregunté si el hecho de que san Pablo hubiera dicho que la mujer ha de estar sometida al marido, junto con la prohibición de ser ministra de dios que establece la iglesia, no debía interpretarse como que la iglesia considera inferior a la mujer, respondió que en absoluto, que lo único que quería era protegernos», decía.

«Lo mismo que el actual ministro de Justicia y bien mirado que todos los que creen que la mujer es tan débil que hay que considerarla inferior, aunque lo nieguen. Tal vez no defienden esa inferioridad con la arrogancia de los padres de la iglesia durante los quince primeros siglos de su existencia, o los que tuvieron que votar en el Concilio de Trento para decidir si teníamos o no teníamos alma, pero al fin convencidos todos de que las mujeres no podemos gozar de nuestros derechos sin ayuda, porque no es que seamos inferiores, dirán para defenderse, sino que necesitamos del hombre para ser ‘más mujer'», comentaba.

«Sí, ya he leído la interpretación que dan hoy los exégetas sobre ese asunto del alma de la mujer en el Concilio de Trento para negar lo que realmente ocurrió, dicen otros, es decir que ‘el primero de diciembre de 1563, tras largas discusiones teológicas y por un voto el concilio de Trento decretó que la mujer tiene alma’. Gracias. (…). El caso es que de un modo u otro se debatió si teníamos alma. Y nos la concedieron antes que a los indígenas del nuevo mundo que tuvieron que esperar no se sabe cuánto, porque de esto tampoco hablan», decía Regás.

«Les es tan cómodo que estemos a su servicio como madre, esposa, hija o prostituta, que buscan cualquier excusa para seguir disponiendo de nosotras en casa por supuesto donde hay el trabajo que no quieren hacer, y para alejarnos del mundo laboral y ahorrarse competidoras. Así lo dijo no hace mucho el obispo de Valencia, creo que era, cuando desde el púlpito pretendía arreglar la economía del país: ‘Las mujeres en casa, a cuidar de los hijos y de los padres, así habrá más trabajo para los hombres y el Estado ahorrará en cuidados y servicios a los niños y los ancianos'», escribía.

En este punto, el feminismo de Regàs le hizo defender los derechos de los nacidos sobre los de los no nacidos. «Y de algún modo lo defienden todos los que, como el ministro de justicia, creen que su deber es imponernos su propia idea de lo que es el aborto y la forma en el que podemos acceder a él. No les parece de recibo que seamos nosotras mismas las que queramos tener o no tener hijos, han de ser ellos los que decidan cuándo, cómo y con quien los hemos de tener. Y es que no se enteran: no es protección lo que necesitamos, sino igualdad de derechos, porque si lo que quieren es defender que ni nuestro cuerpo ni nuestra mente ni nuestra capacidad de trabajo ni nuestra inteligencia son iguales a los suyos, no podrán negar por más que lo deseen que son absolutamente equivalentes», publicó. 

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»