29/03/2024

San Bruno, fundador de la Cartuja: buscar a Dios en la soledad, el silencio y la comunidad ermitaña

San Bruno, el fundador de la Cartuja, se celebra el 6 de octubre.
 
Nació alrededor del año 1030 en una prominente familia de Colonia. Muy joven dejó su casa para estudiar filosofía y teología en Reims. Fue un brillante alumno, obtuvo excelentes resultados y sus conocimientos sobre la Biblia eran inmejorables para su tiempo.
 
El arzobispo de Reims, que no quería perderle, le nombró director de la escuela catedralicia, un puesto muy prestigioso, por la cantidad de alumnos nobles y eclesiásticos que allí se formaban. Uno de sus alumnos sería Eudes de Chatillon, que llegaría a ser el papa Urbano II, el predicador de la Primera Cruzada. También fue nombrado canónigo de la catedral por el mismo obispo, y en este puesto fue más ejemplar que otros canónigos aun siendo estos presbíteros.
En 1049 el papa San León IX (19 de abril) visitó Reims y realizó la traslación de San Remigio (1 de octubre). El Papa, además, celebró un Sínodo con el clero de la diócesis para dejar clara la postura de la Iglesia con respecto a varios asuntos que afectaban la paz de la misma.
 
Especialmente preocupaban los desmanes de Felipe I de Francia, hombre indigno de llamarse rey cristiano. A su vera pululaban numerosos hombres sin escrúpulos, como un tal Manasés, quien sin tener el más mínimo temor de Dios, sobornó a nobles y al clero para que le nombraran obispo. San Bruno fue uno de los que con más firmeza se le enfrentó, denunciando aquella situación ilegítima según las leyes de la Iglesia, y por ello tuvo que huir de la ciudad junto con algunos amigos seglares y algunos sacerdotes.
 
Cuando el Papa hizo presencia en Reims logró que Manasés fuese desterrado y el impío se fue a Alemania, junto a Enrique IV, enemigo acérrimo del Papa. Esto hizo que los habitantes de Reims pidieran al Papa que nombrara a Bruno su arzobispo. Pero este se negó horrorizado y el Papa no quiso obligarle.
 

La leyenda del difunto que hablaba

Hay una leyenda, ampliamente difundida, pero fue creada mucho tiempo después del paso de Bruno por este mundo, que narra cómo tomó la determinación de dedicarse a la vida solitaria.
 
Según esta, murió en Reims (o París) un erudito llamado Diocres, profesor de Bruno. Cuando estaban celebrándose los funerales, en los que estaba nuestro santo, el presbítero leyó las palabras «¡Responde mihi!«, y el muerto de sentó y clamó: «¡He sido llamado ante el trono de Dios!«, volviendo a quedar inmóvil.
 
Al otro día, los funerales continuaron y al decir, otra vez, las palabras «¡Responde mihi!«, volvió a revivir Diocres, para decir con voz potente: «¡Se me ha juzgado delante del trono de Dios!«. 
 
Como no estaba claro si luego de aquel juicio particular el alma del profesor se habría salvado o no, hubo un tercer día de responsos. Y al tercero, con la iglesia llena hasta el campanario, el presbítero volvió a repetir el «¡Responde mihi!«, y al acto, el difunto se incorporó y con una voz espantosa gritó: «He sido condenado delante del trono de Dios!«
 
Y al comprobarse que estaba en el infierno, se suspendió el funeral y se le enterró fuera de tierra sagrada, entre las basuras. Y esto habría hecho que Bruno abandonara todas sus riquezas y cargos, para irse al Desierto.
 

Una vocación ermitaña muy reflexionada

Lo cierto es que la decisión de Bruno fue mucho más meditada, orada y que no la tomó solo, sino junto a sus amigos Raúl y Fulco, y Adam, luego de una larga conversación que tuvieron los tres en el jardín de la casa del último.
 
Considerando lo vano del mundo, optaron por una vida entregada del todo a Cristo y, considerando la corrupción de las viejas órdenes, prefirieron emprender un camino nuevo. Una vida monástica seria, comprometida con el silencio, la pobreza y la exclusividad para Dios.
 
Sin embargo, para conocer más del monacato, se dirigieron a Molesmes (Raúl no estaba en el grupo), donde San Roberto (26 de enero) dirigía una vital comunidad monástica. Allí estuvieron poco tiempo, pues el silencio les parecía poco, y la soledad no era la buscada. Aspiraba Bruno a algo como los cenobios de Oriente: solitarios en comunidad, celdas separadas pero iglesia común.
Así que hacia 1084 junto a otros seis amigos Bruno se fue con seis compañeros más, adonde San Hugo de Grenoble (1 y 22 de abril), para exponer su proyecto, pedir su bendición y pedirle que les señalara un sitio muy apartado para ellos dedicarse a la oración y a la penitencia.
 
La noche anterior San Hugo había visto en un sueño que siete estrellas le conducían hacia un bosque apartado y construían un faro que irradiaba luz hacia todas partes (otras versiones dicen que unos ángeles llevaban un templo en las manos y allí lo depositaban). Lo que fuese, lo cierto es que Hugo vio en Bruno y sus compañeros las estrellas que había visto en sueños y los llevó hacia el monte que le había sido indicado en la visión.
 
Era un pequeño valle solitario en las ásperas y frías montañas de Chartreuse. A Bruno le pareció perfecto y construyeron las primeras ermitas de madera y una iglesita de piedra, dedicada al patrono de los eremitas, San Juan Bautista.
La primitiva vida cartujana (llamada así por el lugar Chartreuse) era sencilla y centrada en Dios. Oración constante, silencio absoluto, trabajo, comidas y estudio por separado.
 
Solo se unían para el Oficio Divino, el cual era cantado sobriamente y sin instrumento alguno. Ayunaban 3 días a la semana, jamás comían carne y se daban poco al sueño. Y eso bajo la enseñanza y ejemplo de San Bruno, sin Regla escrita. El obispo Hugo les visitaba a cada rato, viviendo como un monje más y haciendo sus delicias de aquella vida austera y callada.
 
 
Seis años vivió allí nuestro Bruno, solo para Dios, hasta que el papa Urbano II (29 de julio), recordando el buen servicio que el santo había prestado a la Iglesia cuando era su maestro, mandó buscarle a Roma. Aquello truncaba su vocación y su obra, pero Bruno sabía que antes estaba la voluntad de Dios que la suya, y con gran pena, dejó su cenobio, y a sus hermanos consternados. 
Algún tiempo sirvió a la Iglesia en Roma, pero todas aquellas pompas, intrigas, peleas vanas y ocupaciones diplomáticas no era para él. Con humildad le expuso al Papa su tristeza y este le respondió que ya le habían elegido como arzobispo de Reggio, como si esto fuera un consuelo para el santo. Bruno lo rechazó tajantemente, exponiendo que no quería dignidades ni cargos, son ser solamente un ermitaño.
 
Entonces el papa, que no quería desprenderse de sus servicios, le ofreció la iglesia de Santa María de los Mártires, junto a las Termas de Diocleciano, para que fundaran un monasterio. Pero aquel no era buen lugar para los cartujos, Roma era un avispero y el antipapa Clemente III intentaba ganarlos para su causa.
 

San Bruno, triste con el Papa Urbano II, pintado por Zurbarán.
 
Por ello, casi todos los monjes que habían acompañado a San Bruno regresaron a la Chartreusse, que quedó bajo el mando del monje Landuino (actualmente vuelve a haber una cartuja en las Termas). Entonces el Papa les consiguió la fundación de Santa María de la Torre, en Calabria. De esta comunidad Bruno nombró prior al Beato Lanuino (13 de octubre).
Mucho tiempo sirvió San Bruno a la Iglesia como legado papal, hasta que, en 1095 pudo librarse de sus ocupaciones externas y eligió la casa de Calabria para vivir allí en soledad y oración, según su vocación. En esta época escribe a su amigo Raúl, quien aún estaba en el mundo, aunque había prometido ser monje:
 
«Vivo en tierras de Calabria con mis hermanos, esperando al Señor, en permanente centinela, en un desierto bastante alejado de toda vivienda. Su amenidad y lo templado de sus aires, la vasta y graciosa llanura entre montañas, sus praderas, pastos, colinas y ríos, ¿cómo te los podré describir? (…) Cuánta utilidad y gozo traen la soledad y el silencio del desierto a quien los ama, sólo lo saben quiénes lo han experimentado. (…) Renuncia a todo para vivir la divina filosofía. Dios es el único bien, de incomparable atractivo y belleza. (…) Me he alargado porque como no puedo tenerte presente, al escribirte me parece hablar contigo más tiempo. Deseo mucho que recuerdes mi consejo y goces muchos años de buena salud».
Ese mismo año, en el concilio de Clermont, Urbano II predicó la Cruzada a Tierra Santa. Luego un enorme fervor popular, numerosos monjes acompañaron a los soldados y a los seglares que, como iluminados, partían a Oriente. Bruno se abstuvo de seguir aquello, no era su vocación, y tampoco permitió que ni uno de sus monjes se fuera a las Cruzadas.
 
Aunque el 29 de julio de 1099 Jerusalén fue conquistada, ya sabemos que duró poco, en parte por la mala estrategia, la codicia y los vicios de los llamados cruzados. 
En 1097 Bruno escribirá a sus monjes de Chartreuse por medio de su prior, Landuino, quien le había visitado y pedido consejo como a verdadero padre: «Alegraos porque habéis alcanzado el puerto seguro y tranquilo al que muchos desean llegar. Os ruego que la caridad que tenéis en el corazón lo mostréis en obras para con él [Landuino]. (…) En cuanto a mí, hermanos, sabed que mi único deseo, después de Dios, es ir a veros. Cuando pueda lo pondré por obra, con la ayuda de Dios».
 
Landuino padecería mucho en su viaje a causa de los enemigos de la Iglesia. Padecería prisión y moriría de sufrimientos.
Por su parte, a finales de 1101 Bruno se sintió mal y supo que su fin estaba cerca. Reunió a sus hermanos y les hizo una profesión de fe que se conserva, como bello testimonio. Recibió los sacramentos divinos y el 6 de octubre del mismo año, entró en la Eterna Paz, a contemplar el rostro de Cristo para siempre.
 
Su fama de santidad era tal que León X prescindió de la canonización formal, llamándole santo sin más proceso ni ceremonia: «Es razonable que quien ha estado adornado de dones tan grandes y gracias tan excelentes y ha recibido del Todopoderoso un corazón tan dócil para cumplir sus preceptos y guardar su ley de vida y santidad, sea venerado y honrado con un culto digno de él, ahora que goza para siempre de la gloria divina». En 1623, Gregorio XV extendió su culto a toda la Iglesia.
Es abogado contra la peste. A veces las siete estrellas aparecen en la iconografía de San Hugo de Grenoble. 
 

Fuente: «Santos y Beatos de la Cartuja». JUAN MAYO ESCUDERO. Puerto de Santa María, 2000.

A 6 de octubre además se celebra a:
 
(Publicado originariamente en 2018 en el Espacio de Espiritualidad de ReL)

PUBLICADO ANTES EN «RELIGIÓN EN LIBERTAD»